Julio de 1830: verano y revolución en el país de los vascos | El correo de la historia >

Blogs

Carlos Rilova

El correo de la historia

Julio de 1830: verano y revolución en el país de los vascos

Por Carlos Rilova Jericó

El cuadro que refleja ese hecho histórico, la revolución de 1830, es famoso. Probablemente gracias a que se ha convertido en un icono moderno merced a las más recientes adaptaciones de la novela de Victor Hugo “Los miserables”. Como musical primero y como película musical después. Algo que, extrañamente (o tal vez lógicamente), ha durado en cartel durante décadas en las principales ciudades del planeta dominadas por una burguesía triunfante. Como París, Londres y Nueva York. Por más que la novela de Hugo habla de las oportunidades fallidas de la revolución de 1830 (y la ira popular que eso despierta) más que de ella en concreto

El cuadro no es otro que “La Libertad guiando al pueblo” de Eugène Delacroix y en él el pintor romántico por excelencia trataba de inmortalizar, para otra burguesía triunfante, su gran hito histórico: la llamada revolución de, en efecto, julio, del año 1830, con la cual la monarquía absolutista desaparecía del mapa político francés. Al menos hasta hoy día.

Delacroix lo dejaba bien claro. Uno de los principales protagonistas de la tela es un prototipo de feroz burgués (vestido con chistera y frac negros…) que, armado de un trabuco de cañón largo, salta sobre las barricadas parisinas siguiendo a la Libertad que levanta, otra vez, desde 1789, la bandera tricolor. Ese burgués es, junto a esa personificación casi mitológica de la Libertad, el protagonista central del cuadro de Delacroix. Aparte del pequeño golfo de los bajos fondos de París -otra clase de clase media menos afortunada y por eso no menos revolucionaria- que, al parecer, inspiró a Victor Hugo uno de los personajes más populares de “Los miserables“. No otro que Gavroche, símbolo, en cierto modo, de la revolución traicionada en 1830 pero que, de todos modos, reviviría una y otra vez. En cada ocasión que algún césar visionario no quisiera -o quiera- oír la canción -como dice la versión musical de la novela- de unos hombres airados que se niegan a ser esclavos una vez más…

El momento, desde luego fue épico. Tanto en julio de 1830 como en los años sucesivos en los que el rey-burgués Luis Felipe de Orleans tuvo que oír, de un modo u otro, aquella canción de las barricadas, de hombres, y mujeres, airados y que no querían ser esclavos otra vez…

Pero la Historia, como ya he dicho muchas veces en otros correos de la Historia -y en algunos otros sitios- rara vez tiene una sola cara y está llena de matices. Algunos muy curiosos.

Uno de ellos tuvo lugar en aquel revolucionario verano de 1830. Ese en el que Luis Felipe de Orleans echó del trono a su despótico tío Carlos X y prometió hacer de Francia una ejemplar monarquía parlamentaria.

El matiz en concreto tuvo lugar no lejos de donde escribo ahora, en el paso del río Bidasoa que en esos momentos hacía frontera entre los reinos de Francia y España.

Allí se apostaron en 1830 los liberales exiliados de ese último país tras la invasión del Ejército absolutista francés en 1823. Desde la parte francesa del río comenzaron a lanzar voces hacia el otro lado amenazando con llevar la revolución a la España absolutista. Por lo que nos dicen los documentos compusieron una imagen digna de ser pintada por Delacroix en otro cuadro que, quizás, hoy también sería famoso.

Había allí liberales muy parecidos al que con gesto determinado, y armas en mano, salta la barricada siguiendo a la Libertad que alza la tricolor francesa. Había también allí ondear de banderas revolucionarias. Y hubo combates en los pasos navarros, cuando ese ejército de liberales españoles exiliados trató de infiltrarse y actuar como detonante de una revolución gemela a la parisina de julio de ese año 1830.

Si en ese momento el pánico corrió por los pasillos del Palacio de Oriente hasta llegar a las puertas de Fernando VII, esa angustia debió durar poco. El regio ocupante de dichas habitaciones cargadas del olor a habano al que él era tan aficionado, pronto fue tranquilizado respecto a una nueva revolución liberal en España. Pese a que los Cien Mil Hijos de San Luis se habían retirado o transformado, de la noche a la mañana, en la punta de lanza de una monarquía liberal. Muy lejos ya del modelo ansiado por Fernando VII. En efecto, aquel monarca, que, desde 1808 en adelante, vivió su relativamente corta vida bajo el temor de ser pasto de las iras revolucionarias (como su gran amigo el zar Alejandro I), pronto vio que los enfáticos liberales que se agitaban al otro lado del Bidasoa no iban a tener ni la más mínima oportunidad. Ni siquiera con Mina el Viejo de su lado. Como nos contó Pío Baroja en su día.

Las instituciones guipuzcoanas que gobernaban esa provincia fronteriza pronto dieron muestras de no estar por otra revolución y la intentona se estrelló contra ese muro de calma institucional de aquellas Junta y Diputación que parecían estar muy contentas con su viejo modelo de parlamentarismo medieval y sus privilegios colectivos en lugar de las nuevas doctrinas políticas por las que muchos habían pasado -como una auténtica travesía del desierto- entre 1820 y 1823 sin terminar de ver el lado bueno, finalmente, de aquello.

Pero la untuosa -habrá quien diga servil- actitud de aquellos próceres guipuzcoanos en el revolucionario verano de 1830, ocultaba sutiles sorpresas. Estas eclosionarían en el año 1833.

Así es: la clase política que se negó calmosamente a dar entrada y cobijo a la revolución de julio de 1830 a través del Bidasoa, parece que sólo esperaba a la muerte de Fernando -que en ese año acaso no parecía ya tan lejana- para traer una revolución liberal menos enfática tal vez, pero mucho más sólida y mejor organizada cuando el séptimo Fernando abandonó este mundo. Probablemente muy aliviado al ver que lo hacía cómodamente instalado en su regio lecho en Palacio y no en un cadalso chorreante de sangre noble, como sus tíos y primos franceses algunas décadas atrás.

Así fue. Y lo más curioso de esta historia con tantos meandros y revueltas, es que aquellos pacientes liberales guipuzcoanos, que en 1830 pararon la revolución y se inclinaron en reverencia ante Fernando VII, no eran ni cobardes ni timoratos por más que se hubieran comportado de una forma que podríamos calificar de astuta o de taimada… dependiendo de nuestro amor por la causa de las Libertades.

En efecto: esa burguesía liberal y moderada estaba perfectamente organizada para hacer frente a la guerra que estallará apenas muere Fernando VII y su hija Isabel es entronizada en contra de los partidarios del Absolutismo bajo el mando del más que airado hermano del difunto: don Carlos María Isidro, que esperaba ser el siguiente rey de España. Absoluto, por supuesto, y hubiera pasado lo que quiera que hubiese pasado en Francia en julio de 1830 y después.

San Sebastián, ciudad principal de aquella provincia que en 1830 no deja pasar la oleada revolucionaria de julio, sería una de las primeras en organizar una fuerza de los llamados “urbanos”, dispuestos a defender, con las armas en la mano, la, al fin, monarquía constitucional española. Durante los siguientes seis años demostraron que, desde luego, los sucesos fallidos de 1830 no habían sido producto de ninguna cobardía por parte de ellos, sino, más bien, de un calmado -y finalmente acertado- cálculo de probabilidades sobre la mejor manera de asentar firmemente una monarquía de julio en España sin, si era posible, demasiados azares… Quizás demasiado sutil todo ello para que un Delacroix lo plasmase en uno de sus cuadros. Pero así se escribe la Historia muchas veces… Y no por ello es menos Historia, claro está.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


julio 2022
MTWTFSS
    123
45678910
11121314151617
18192021222324
25262728293031