Por Carlos Rilova Jericó
Créanme que lo siento, que, aprovechando el buen tiempo de agosto, estaría más feliz paseando por la playa y recabando de ahí inspiración para escribir este lunes algo sobre una parte de la Historia que hablase de navíos de línea trabados en combate de penol a penol, filibusteros enterrando tesoros en el Caribe y cosas así.
Pero los tiempos nefastos en que vivimos, no suelen dejar opción a tan relajante y estival panorama. Quizás con un poco de suerte puede que escriba algo de eso la semana que viene. Lo prometo, pero no lo juro.
Y dicho esto entremos ya en materia. El tema de esta semana para este nuevo correo de la Historia pasa, cómo no, por la enésima polémica política en España con trasfondo chavista-bolivariano y también enésimas proclamas, muy serias, con guarnición de tuits, de tomar el Palacio de Invierno… un día de estos en el que nuestros próceres no estén muy ocupados y ocupadas en viajes de fin de curso a Nueva York o dictando leyes de esterilización animal que bien podrían ser una precuela del III Reich por estilo y maneras. Por más que vengan envueltos en rastas, paz, amor y política en estado infantojuvenil.
La polémica en cuestión, supongo que ya lo habrán adivinado, tiene que ver con el gesto del actual rey de España, Felipe VI, de no saludar en la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia la urna de cristal en la que iba la supuesta espada del llamado “Libertador” Simón Bolívar. Una que llegó, además, acompañada de un amago de penosa reconstrucción histórica, irreal, astracanesca, indigna de un país como Colombia, con un presunto Bolívar vestido con una reproducción pésima de un uniforme de época y flanqueado por un escolta vestido no se sabe bien de qué -¿cocalero de hacia 1990?, ¿de señor que ha salido a cazar perdices?-, porque, desde luego, estaba bien lejos el figurante de llevar armas o pertrechos que recordasen, siquiera de lejos, al año 1814.
Fue así como el inefable Fernando VII se convirtió en tendencia en las ya mentadas redes sociales. Como Twitter.
Fue así, también, como en perfiles entre los que había hasta profesores de Historia, se inflamaron venas políticas y se lanzó -en poco más de 140 caracteres- toda una requisitoria contra el actual monarca español señalando que, claro, faltaba al respeto al eximio símbolo de la espada de Bolívar porque era digno descendiente de Fernando VII. Calificado ya a partir de ese punto como el peor rey que había tenido España.
Se lo voy adelantando: el panorama no podía ser más penoso y eso se agravaba leyendo a gente que decía tener estudios de Historia e incluso que los ejercían como profesorado pero que, ante todo, eran muy votantes de ¿Izquierdas? Y, por tanto, lo que tocaba era decir que Simón Bolívar era un precursor del Socialismo -se ignora de qué índole, si el de prosperidad general soñado por Jack London o el de reparto de miseria (para las masas, claro) que tantas veces hemos visto en manos de modernos Nerones- y, por supuesto, un libertador de Sudamérica de un Fernando VII que era, simplemente, basura histórica, un traidor a España, que se la vendió a Napoleón, que abolió la Constitución de 1812 y que actuó como un tirano…
En definitiva: el nivel de análisis histórico (por llamarlo de algún modo) al que dio lugar la polémica de la espada, era sencillamente patético, de saldo de baratillo.
Y es que todo lo que se ha dicho sobre Fernando VII en redes sociales a costa del famoso paseo de la espada y lo que entonces ocurrió, no ha sido, en general, más que un desfile de tópicos y lugares comunes que pasan, y repasan, por el Arco del Triunfo de muchos indocumentados, gran parte de la investigación y hasta de la divulgación de lo que se ha hecho en los últimos años sobre Fernando VII.
¿Realmente vendió España a Napoleón? ¿Era un personaje mañoso, artero, retorcido y tirano? Pues sí… ahora bien esa no es forma de escribir la Historia de ese rey. Ni menos de utilizarla para hacer Política -o algo que intenta parecerlo- hoy día.
Hablar en esos términos de indignado juicio moral sobre Fernando VII, no es más que una muestra cavernícola de ignorancia histórica. Y ésta se vuelve aún más repelente puesta en boca -y cuenta de Twitter- de gente que, como digo, alardea en el mismo espacio de Izquierdismo y/o de titulación en Historia.
Según esa supuesta Izquierda -hoy más descolocada que un SS en los Juicios de Núremberg- sus integrantes son la gente que lee, que debate, que piensa… la antítesis de los “fachas” de ideas y reacciones primarias. Pues, lo que son las cosas, leyendo sus “análisis” sobre Fernando VII se diría que nada los distingue de la caricatura del “facha” hirsuto. Si a eso añadimos que tengan titulaciones en Historia, la perplejidad aumenta al preguntarse uno dónde estaban esos colegas cuando sus profesores les hablaron de cosas como que la Historia no está para juzgar a nadie -lo decía, y va para cien años, Lucien Febvre, maestro de historiadores- o del problema de la objetividad en las Ciencias Sociales, que pasa por tratar de analizar hechos y personas desde la neutralidad política y la ecuanimidad…
También surge la pregunta de si esos colegas historiadores han leído algo de lo que se ha investigado, escrito o divulgado sobre personajes históricos como Fernando VII o Simón Bolívar en los últimos diez años. Se supone que profesores de universidad o de instituto deberían estar al tanto de esto, para ofrecer ese servicio de calidad en la Enseñanza pública que algunos de ellos tanto defienden, paseando por las redes sociales toda clase de eslóganes y símbolos tan primarios como absurdos muchas veces.
Quizás si hubiesen cumplido con su deber, del que tanto alardean algunos, habrían leído y asimilado lo que el también profesor Emilio La Parra lleva escribiendo sobre Fernando VII en magníficos estudios de Historia que no puedo sino recomendar una vez más. Más modestamente, y más a mano, quizás podrían también haber hecho como que leían y asimilaban lo que, a partir de investigaciones como esas, publicaba yo en otros correos de la Historia en 8 de octubre de 2012 o 28 de enero de 2019.
Si hubieran hecho esto, los linchadores de Felipe VI habrían descubierto que Fernando VII no era más que otro rey más en una Europa donde todos eran igual de nefastos desde nuestro punto de vista actual que, en teoría, debería ser antiautoritario y antiabsolutista (aunque leyendo a algunos energúmenos de la llamada Izquierda identitaria se podría dudar de esto). Muchos de esos soberanos, como el propio Fernando VII o su gran amigo el zar Alejandro I, habían sido, además, antiguos monarcas con veleidades liberales, pero que recularon al ver las consecuencias de la revolución y de su principal pretendido emisario: un Napoleón ante el que casi todos, no sólo Fernando VII, se amedrentaron. Como ocurrió en una Prusia derrotada en 1806 y cantando las alabanzas del Corso, por si acaso, hasta 1813, cuando éste ya estaba vencido gracias a los patriotas portugueses y españoles y la interesada ayuda británica.
En fin, también así podrían haber reparado en que la abolición de la Constitución de 1812 no fue nada del otro jueves en la Europa de la Santa Alianza, sino un movimiento lógico, por defensivo, de unas élites que temían acabar en un cadalso y que, como el propio Fernando VII, sólo se avinieron a negociar avances políticos cuando estuvieron bien seguras de que al día siguiente de proclamar la Igualdad de todos ante la Ley y otros Derechos Fundamentales, no iban a ser pasados por las armas para celebrar la ocasión.
Eso es lo que dejó como legado Fernando VII al morir: el edificio de la España liberal sólidamente construido, preparado para funcionar en cuanto él saliera de escena. Maniobra póstuma tan bien organizada que la hija y heredera del denostado “Narizotas” pudo sostener y ganar una guerra contra los absolutistas y reaccionarios recalcitrantes liderados por el hermano de Fernando VII. Aquel don Carlos que, por cierto, se quedó con un palmo de narices de parte de su difunto hermano respecto a sus legítimas esperanzas de mantener a España bajo el Absolutismo más cerril. Idea apoyada, también por cierto, por los tatarabuelos de los hoy ciegos votantes de un Arnaldo Otegi que en esta polémica se ha apresurado a elogiar a Bolívar como vasco -en efecto de ese origen era- y libertador de masas oprimidas. Ya ven: paradojas que surgen cuando la Historia pasa por manos que, de ella, ni idea…
Y es que, ya por decirlo todo, Bolívar dejó otro legado tan nefasto, tan antiliberal, tan antidemocrático y tan ruinoso que, como señalaba yo en 8 de octubre de 2012 o en 28 de enero de 2019, ni siquiera Karl Marx o antiguos militantes bolivarianos como el venezolano Uslar Pietri podían, ni querían, salvarlo de esa imagen de aristócrata dueño de esclavos y aspirante a dictador de toda Sudamérica.
Al parecer eso es sólo posible cuando se ignora casi todo sobre la Historia del período -aunque se imparta clase en nuestra, es obvio, maltrecha educación pública- y lo único que importa es asaltar los cielos (entre cafelito de las 11 de la mañana y cafelito de las 11 de la mañana) haciendo, para empezar, el más absoluto de los ridículos soltando en redes sociales saldos históricos de los que, se supone, sólo los “fachas” de manual eran capaces…