Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana parece inevitable tener que hablar del último presidente de la que fue llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas o URSS. Es decir: Mijaíl Gorbachov. Su muerte esta misma semana, el martes pasado, hace pues casi obligado convertirlo en tema de este nuevo correo de la Historia, dado el gran papel que él jugó en acontecimientos históricos recientes.
Y aquí, como en toda biografía histórica, por breve que sea, surge la gran pregunta: ¿quién era, realmente, Mijaíl Gorbachov? Resumamos a partir de los abundantes datos que circulan sobre él hoy mismo.
Mijaíl Gorbachov fue un hombre que sorprendió al mundo, allá por el año 1989, más o menos, justo cuando se cumplían doscientos años del estallido de la liberadora revolución francesa.
Mijaíl Serguéyevich Gorbachov (por su nombre completo) nació en un momento histórico desgraciado para la Rusia en la que el Comunismo derivado de la revolución bolchevique de 1917, se había afianzado como gobierno y sistema. Fue el 2 de marzo de 1931.
Por esas fechas, cuando faltaba poco más de un mes para que en España cayera la monarquía alfonsina, Rusia acababa de salir del fin del Zarismo -con el que tan buenas relaciones mantuvo el propio Alfonso XIII- y de una guerra civil contra los llamados rusos blancos y sus aliados -franceses, polacos, británicos, etc.- que esperaban, como dijo Churchill, ahogar al “niño” bolchevique en la cuna, antes de que se convirtiera en una amenaza política.
Ciertamente para el momento en el que Mijaíl Gorbachov venía al mundo, la Rusia soviética era más un peligro para la gente dentro de sus fronteras que para la de fuera de ellas, como parecía temer Winston Churchill.
En Rusia, en esos momentos, había hambre. Una vez tomado el control del aparato político por Stalin, se empezaron a aplicar radicales reformas. Por ejemplo la colectivización agrícola cuyos resultados, prima facie, derivaron en una gran hambruna que las granjas colectivizadas, formadas con la reunión de propiedades privadas agrícolas, no acertó a resolver y derivó en salvajes purgas políticas.
Esto marcaría todo un hito en la vida de Mijaíl Gorbachov, que ascendió en el partido único que gobernaría la URSS -hasta 1989, aproximadamente- precisamente gracias a su dedicación a las cuestiones agrícolas.
Sí, fue a partir de sus estudios de Agronomía fundamentalmente cuando se desplegó la grisácea carrera de Mijaíl Gorbachov, en quien nadie podía prever nada más que otro plúmbeo y anodino funcionario soviético enquistado en la estructura monolítica de la URSS, haciendo como que oía llover mientras la mole se iba carcomiendo desde dentro. Acaso incluso pensando vivir en el mejor de los mundos posibles, dentro de la Nomenklatura y el “Carril ZIL”.
Es decir: formando parte de la casta privilegiada que disfrutaba de un mayor nivel de vida en la Unión Soviética, como recompensa por sus desvelos por el bienestar de los millones de afortunados ciudadanos de la URSS en el marco de una economía no capitalista. Bella teoría que, en realidad, se traducía en lo que el historiador ruso Michael Voslensky describía en su libro precisamente titulado “La Nomenklatura”. Es decir: en una “élite” de unos 3 millones de personas que gozaba de “otro” nivel de vida que implicaba segundas residencias en lugar de pisos compartidos por varias familias, coches lujosos como el ZIL, que, como decía, incluso tenían carril preferente en ciudades como Moscú -otra “recompensa” más por ser un servicio “esencial” para ese presunto paraíso proletario soviético- y, en general, acceso a unos bienes y servicios -como visitas al “horrible” mundo capitalista- absolutamente vedados y vetados a los restantes millones de presuntos felices ciudadanos soviéticos administrados por dicha Nomenklatura.
De un modo que se podría calificar hasta de misterioso, Mijaíl Gorbachov, el oscuro funcionario enredado en temas agrícolas, se salió de ese esquema en el año 1985. Un momento heroico, se podría decir, en una vida anodina, ramplona -como todo lo que tenía que ver con la Nomenklatura soviética- en el que el ya maduro Mijaíl tuvo que elegir entre asistir con gesto de indiferencia al colapso de esa pirámide alimenticia en cuya cúspide él vivía, o tratar de hacer algo por evitar ese colapso aplicando nuevas medidas económicas que, inevitablemente, iban a llevar a cambios políticos.
Así empezó lo que se conocería como “Perestroika”, que, más o menos, implicaba volver a una economía mixta en Rusia -como en la época de la NEP de Lenin- para hacer levantar de nuevo el vuelo a aquella superpotencia que Stalin había creado -a golpe de deportación y pelotón de fusilamiento- entre 1929 y 1939. Cuando Mijaíl Gorbachov aún no había nacido o andaba en pantalón corto en la Escuela Primaria, dando los primeros pasos hacia su, hasta 1985, anodina y gris carrera de fiel servidor de la maquinaria burocrática soviética.
Parece evidente, por lo que vino después, que aquello tenía difícil arreglo, que era imposible combinar Capitalismo y Socialismo democrático en un sistema mixto que hiciera de la Rusia soviética y sus satélites un ejemplo, una tercera vía totalmente viable entre el Totalitarismo estalinista y el voraz Capitalismo neoliberal que triunfaba en esos momentos en Occidente y su amplio bloque global.
Aquel bello sueño -si es que alguna vez fue eso y no una voladura controlada de un cadáver político- acabó en el verano de 1991 con el golpe y contragolpe de estado de Moscú en el que el Partido Comunista ruso y sus generales -destacados miembros de la Nomenklatura- dieron su canto del cisne antes de ser reciclados. Como se iba a reciclar todo lo que quedaba de la era soviética en una sociedad que ansiaba todo lo bueno del Occidente capitalista, pero que, finalmente, fue abandonada en manos de una casta política sin escrúpulos (aunque eso sí: muy risueña, acaso por su afición a las bebidas fuertes) que iba a liquidar a la baja todo lo que fuera liquidable. Siempre y cuando ellos pudieran seguir formando parte de la nueva Nomenklatura en ciernes.
Un panorama en el que, ya puestos a hablar de todo, sólo era cuestión de tiempo que apareciera un restaurador como el hoy denostado Vladímir Putin -veremos que se dice de él de aquí a un año por los mismos que lo ensalzaban hasta 2021 y hoy lo maldicen- que salvase los muebles y devolviera tanta cartera robada a incautos ex-ciudadanos soviéticos que creían que el fin de la dictadura de la Nomenklatura soviética, era algo muy distinto a ser desplumados por esos mismos trileros. Sólo levemente reconvertidos en una Unión Soviética desmantelada y vendida como material de desguace en comandita con unas autotituladas “élites” occidentales que, últimamente, están dando un lamentable espectáculo de demencia política avanzada, en el que ya no se sabe exactamente qué ideología representan.
Como bien se podría confirmar por la siniestra puesta en escena de este 1 de septiembre perpetrada por el actual presidente estadounidense. Una en la que ha criticado el “semifascismo” de sus oponentes republicanos desde una estética que -aun piadosamente retocada por la fiel Prensa occidental de hoy día- recuerda precisamente a la pura estética fascista de distopías como adaptaciones a la pantalla de “V de Vendetta” o “El hombre en el castillo”…
Puede que este parezca un epitafio poco cariñoso para Mijaíl Gorbachov, pero sin despegarse de lo que un historiador debe hacer -más allá de simpatías personales y políticas- poco más puede decirse de lo que hizo en vida ese político que nos dejaba el martes 30 de agosto de 2022…