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Carlos Rilova

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Larga vida al rey de Redonda. Javier Marías, James Fenimore Cooper y las cosas de la Historia

Por Carlos Rilova Jericó

Realmente está resultando asombrosa la cantidad de fallecimientos que se van produciendo en este verano. Un aumento sin duda significativo y que, leo por ahí, las autoridades denominadas competentes no acaban de explicar.

Lo cierto es que fruto de una pauta identificable (y aceptablemente explicable) o de una concatenación de casualidades debidas a una edad de fallecimiento ya razonable, es la primera vez desde hace diez años en la que el correo de la Historia se ve ante el envite de tener que hablar del deceso de personajes que han dejado cierta huella en la Historia -de un modo u otro- en tres lunes consecutivos.

Cualquiera diría, así las cosas, que hay un enemigo en acción, según la frase de Goldfinger, archienemigo de James Bond, que opinaba que, a partir de la segunda coincidencia, ya no se puede hablar de casualidades sino de una pauta.

Sea como sea, lo cierto es que tras el fallecimiento del último presidente soviético, Mijaíl Gorbachov, y de la reina Isabel II del Reino Unido, llegó la noticia de la muerte de uno de los más importantes escritores españoles del siglo XX: Javier Marías…

Ciertamente yo conocía más su labor de articulista en “El País Semanal” (a la que derivó desde el “XLSemanal” por ciertos desencuentros editoriales) y su labor como editor. De otro modo es posible que hubiese dejado pasar la efeméride de su fallecimiento por no ser precisamente un escritor de novela histórica.

Pero el caso es que en esas dos facetas, la de articulista semanal y la de editor, Javier Marías hizo, y dijo, cosas muy llamativas para los historiadores.

Marías levantaba oleadas de incondicional admiración y asimismo oleadas de antipatía también incondicional. Como novelista y sobre todo como columnista. Sonada fue una polémica del año 2002 que surgió a raíz de un artículo suyo titulado “¿Es usted el Santo Fantasma?”. Algo que estaba escrito con el habitual esmero y buen hacer del admirado novelista que manejaba con habilidad lo coloquial y lo culto. El problema vino cuando algunos avezados lectores sacaron los colores a Javier Marías porque había malinterpretado un juego de palabras, viendo sólo de pasada un video de la película “El patriota”.

El pequeño embrollo se fundó en una escena de esa película en la que un grupo de insurgentes norteamericanos, capturados por los británicos durante la Guerra de Independencia, esperan su próxima ejecución. En ese momento uno de ellos pide confesión a su párroco -también capturado- que lo va a bendecir según la fórmula habitual de “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Holy Ghost en inglés). Sin embargo cuando el clérigo está a punto de decir las últimas palabras de esa fórmula, será el feligrés el que diga “y el Santo Fantasma”. Marías tomó eso por una mala traducción de las palabras destinadas a identificar al Espíritu Santo en inglés y dio rienda suelta a su ira de perfecto angloparlante y anglófilo, antiguo profesor de Oxford además… sin entender que no era una traducción literal sino una irónica alusión al apodo del jefe de ese grupo de insurgentes, conocido por los británicos como “el Fantasma” por su capacidad para atacar y después desaparecer.

Muchos lectores explicaron a Marías esto, sin embargo todo terminó en un terrible desencuentro. Pero esa era la idiosincrasia de Javier Marías. Muy reveladora, por otra parte, de la clase intelectual española de la segunda Restauración, la de 1978.

Veamos eso en detalle. La semana pasada, a causa de la muerte de Isabel II, hablaba yo de los ayes y lamentos que se oyeron acerca de que España estaba intelectualmente vendida a los anglosajones a partir de esa fecha y que eso había terminado en una colonización del país de manera informal pero muy persistente. Efectivamente muchas de las mejores mentes españolas, de los pensadores, artistas, intelectuales, escritores como Javier Marías, parecen haber padecido una desmesurada anglofilia. Hipersensible, como se ve por el equívoco del “Santo Fantasma”.

No es extraño. Y esto tiene una explicación muy razonable pero de la que, acaso, estas víctimas exquisitas quizás nunca fueron -ni son- conscientes. Gran Bretaña, y el mundo anglosajón en general, tiene una insuperable tradición de, digámoslo así, comercialización de su propia Historia. No es esta la primera vez que lo digo ni, creo, será la última.

En efecto, sin salir del terreno de la Literatura con la que se alimentó Javier Marías, podemos descubrir cosas verdaderamente llamativas. Reparemos en una novela histórica poco conocida pero, además, muy propia para estas fechas de verano que languidece. Se trata de “El piloto”, firmada por el célebre autor de “El último mohicano”, James Fenimore Cooper. Sería su quinta novela. En ella J. F. Cooper recordaba sus años como oficial en la Marina de Guerra estadounidense, con la que hizo la Guerra de 1812 contra los británicos. Escrita en 1824, tiene pasajes fascinantes en los que vemos la complicada realidad de manejar un barco de vela, y de guerra, hacia 1780, entrando y saliendo de la hostil costa británica bajo bandera del rebelde Congreso continental norteamericano. Así, por las páginas de “El piloto” corren marinos estadounidenses aparejando velamen para coger la última brisa y salir de una ensenada inglesa sin que una tormenta en ciernes deje las velas colgadas y el timón inutilizado por falta de viento hasta que llega la tempestad, guardacostas británicos a la caza de los rebeldes a Su Majestad y abordajes de un realismo difícil de superar…

En suma, “El piloto” es un relato naval fascinante que demuestra, una vez más, que los anglosajones eran ya maestros, en 1824, en vender esa parte de su Historia tanto en Europa como en América.

El resultado en la España de 1978 -transida de una desidia parece que incluso incentivada, inducida a ser un simple consumidor de ese relato- tenía que ser, como decía, que su intelectualidad más preclara tuviese una fuerte inclinación -y obediencia- hacia ese canon bien establecido.

La aventura como editor de Javier Marías, a la que daría el nombre de su disputado reino, el de la Isla de Redonda, fue otra buena muestra de eso. De los 41 títulos que publicó hasta su muerte, la mayor parte eran de autores anglosajones herederos de tradiciones como la de James Fenimore Cooper. Tan sólo habría una excepción: “Vida de este capitán”, una autobiografía de Alonso de Contreras, oficial español del siglo XVII, curtido en la Guerra de los 80 años contra la rebelde Holanda…

Sí, ésta, en gran parte, es la herencia intelectual que dejó tras de sí Javier Marías. Admirable, encomiable sin duda a veces -pero no siempre- y prisionera de una época de la Historia de España que, en unos años, tal vez no se recuerde como una de las más brillantes. Por más que en ella brillarán plumas como la del desaparecido escritor, articulista y editor rey de Redonda Javier Marías.

Cosa lógica después de todo si comparamos los Estados Unidos de James Fenimore Cooper con la España del año 1824, incapaz de generar nada ni siquiera parecido a esa obra menor que el autor de “El último mohicano” tituló “El piloto”.

La mirada incómoda del historiador suele traer aparejados juicios y previsiones como éstas que uno, al fin y al cabo, por muy angloparlante, anglófilo y anglista que sea, no puede (ni acaso debe) dejar pasar de largo. De nada serviría, a nadie, el callar esto inútilmente. Y menos en un país cuya Historia tenía que ser recordada, y ensalzada, por extraños. Como James Fenimore Cooper, que empezaba las primeras páginas de “El piloto” destacando el papel esencial del reino de España en la derrota británica de 1783. Todo ello en el año 1824. Hace, por tanto, mucho tiempo. Un tiempo perdido, malgastado (al parecer una vez más) por ese país, por ese reino en el que vivió el rey de Redonda Xavier I hasta septiembre de 2022. Justamente celebrado novelista, disputado articulista y, al fin, editor de las memorias de fusileros británicos en la Guerra de Independencia que, sin embargo, dejó de lado una ingente cantidad de relatos de sus iguales españoles que hicieron otro tanto -o más- que Benjamin Harris, fusilero del regimiento 95.

Soldados y oficiales de los voluntarios guipuzcoanos, de los Húsares de Cantabria y de muchas otras unidades que, en efecto, sin embargo, quedaron abandonados en el campo de batalla de la Historia por quienes podrían haberlos llevado a los ojos del mismo público español que devoró las hazañas del fusilero Harris gracias a la editorial Reino de Redonda…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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