Algo de Historia sobre el creador de la Microhistoria: George R. Stewart y la carga de Pickett (1863-1980) | El correo de la historia >

Blogs

Carlos Rilova

El correo de la historia

Algo de Historia sobre el creador de la Microhistoria: George R. Stewart y la carga de Pickett (1863-1980)

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy, como indica el título de este nuevo correo de la Historia, hablaremos aquí, otra vez, de Microhistoria. Habitualmente la creación de ese controvertido término se atribuye al profesor Carlo Ginzburg. Sin embargo parece que el primero en utilizar y desarrollar el concepto fue el también historiador George R. Stewart. Al menos así lo reconoció incluso el mismo Ginzburg en la recopilación de sus trabajos titulada “El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio”.

Antes de continuar adelante, sin embargo, convendría explicar -otra vez- en qué consiste esto de la Microhistoria. En principio hay que decir que George R. Stewart, a diferencia de lo que sí ha hecho Carlo Ginzburg, no teorizó apenas nada sobre ella: tan sólo se limitó a acuñar la palabra para poder describir lo que contaba en uno de sus libros. A saber: el que dedicó a la carga desesperada del general confederado Pickett en la famosa Batalla de Gettysburg que decidió -en buena medida- el curso de la Guerra de Secesión norteamericana.

Tal vez por esa falta de teorización, Stewart no fue objeto de las iras de los historiadores marxistas que cargaron, a su vez, con verdadero furor contra esa nueva forma de hacer Historia que hoy conocemos como “Microhistoria”. Tal y como lo hizo el profesor Josep Fontana, que despachó con mucha contundencia esa cuestión en, por ejemplo, su “La historia después del fin de la historia”.

Para los microhistoriadores, un personaje insignificante entre los grandes nombres de la Historia -o un hecho aislado- puede ser significativo para el fin último de la Historia como ciencia social. Es decir: reconstruir el pasado. Sea ese personaje un molinero con ideas heréticas -y muy originales- sobre el Universo, como el Menocchio que Carlo Ginzburg ha inmortalizado en su ensayo “El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero veneciano del siglo XVI”, o bien una carga desesperada de tropas sudistas durante la Guerra de Secesión que es la que George R. Stewart utilizó para hablar de Microhistoria por primera vez. Para los historiadores marxistas -como era el caso de Fontana- todo eso era farfolla. Sólo las grandes corrientes económicas, los modelos creados por Marx, permitirían reconstruir el pasado, centrándose no en personajes más o menos anónimos, sino en el protagonista colectivo, la masa humana que sería la verdadera partera de la Historia.

Sin entrar en mayor debate sobre la complementariedad de ambas teorías, yo, en base a las evidencias disponibles, tengo que afirmar, una vez más, que sucesos o personajes aislados pueden ser una muy buena herramienta para reconstruir el pasado. Y entiéndase bien que en este caso “muy buena” no quiere decir “única”.

El caso de George R. Stewart y su ensayo sobre la carga de Pickett en Gettysburg es verdaderamente interesante (incluso revelador) a ese respecto. Empecemos por analizar al propio autor. Stewart, según la información disponible sobre él, nació en 1895, fue topógrafo, historiador, escritor y profesor de Inglés en la Universidad de Berkeley, una de las tres en las que había estudiado. Sin embargo la parte que más me interesa de la biografía de ese hombre, que murió en 1980, es su faceta como autor de la que pasa por ser la primera obra del género de Ciencia-Ficción postapocalíptica: “La Tierra permanece”, que fue publicada en el año 1949.

La impresión final que da esa obra es que es el trabajo de una mente profundamente perturbada, la de alguien que, lejos de ser un graduado por las universidades de Princeton, Columbia y Berkeley, más bien parece un hombre con delirios neuróticos, similares a los de algunos contemporáneos suyos como Adolf Hitler. “La Tierra permanece”, en efecto, es una obra basada en ideas propias de la Eugenesia que, antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, estaban, por así decir, “de moda”, pero que eran bastante difíciles de sostener en 1949, cuando los campos de exterminio, la política de pureza racial, la “Aktion T4” y los experimentos del doctor Mengele eran horrores eugenésicos bien conocidos una vez liquidado el III Reich.

He ahí lo asombroso de “La Tierra permanece” y (de rechazo) de la propia biografía de Stewart. En esa novela tan laureada, sin el más mínimo pudor, este brillante alumno de tres de las más prestigiosas universidades norteamericanas y profesor de una de ellas, sostenía que, tarde o temprano, la raza humana y su más alta civilización -la occidental representada por unos Estados Unidos triunfantes en 1949- sería barrida de la faz de la Tierra por causa de una epidemia con la cual la Madre Tierra se libraría de los molestos seres humanos que, como toda especie animal (las ratas por ejemplo, omnipresentes en el libro), se habría multiplicado demasiado, creando así las condiciones para esa devastadora plaga. Lo que sigue a esa premisa es una pesadilla alucinatoria en la que el protagonista de la novela, Isherwood Williams (trasunto de Stewart), sobrevive gracias a una inmunidad natural previa y va viendo como los restos de civilización humana se hunden en el marasmo y la decadencia entre los escasos supervivientes que, finalmente, retroceden casi a un estado de Salvajismo en un relato desesperanzado. Uno donde no hay escapatoria posible, pues los déficits genéticos, los bajos cocientes intelectuales que predominarían en la raza humana (maldita para eugenistas como Stewart) lo hundirán todo mientras la Tierra se purga de tan molestas criaturas, devueltas a la época del arco y la flecha, aisladas en pequeños grupos de cazadores-recolectores que contemplan impasibles recurrentes incendios de origen natural devorando universidades, bibliotecas, ciudades enteras…

En definitiva, y visto lo ocurrido entre 1949 y la actualidad, puede decirse que “La Tierra permanece” es un cuadro demencial escrito por alguien que, por sus propias obsesiones, retorció lo que sabemos sobre Biología humana según le dio la real gana, para que todo encajase en el desquiciado molde que a él le interesaba.

Bien, pues asombrosamente esa misma mente fue capaz, en 1959, de crear el concepto de Microhistoria y escribir un brillante ensayo sobre la carga, de entre otros, el general confederado George Pickett. Ésta tuvo lugar el 3 de julio de 1863, fue ordenada por el mismísimo Robert E. Lee y trataba, por medio de un asalto frontal contra las líneas unionistas, de tomar el nudo de comunicaciones esencial para controlar Virginia y, con ese estado, el camino a la indefensa capital de los Estados Unidos: Washington D. C. Por supuesto ni Pickett (que pasaría a la Historia de la cultura popular norteamericana, en canciones como “Pickett´s lament”, como único responsable) ni los otros dos generales confederados al mando de la carga (Trimble y Pettigrew), lograron su objetivo. Y con ello la Confederación perdió prácticamente todas sus opciones reales de ganar aquella guerra por los Estados Unidos de Norteamérica.

Un hecho histórico fundamental, pues, esa carga. Resuelta en cuestión de menos de una hora con la derrota confederada, cambió la Historia de Estados Unidos y con ella la del mundo. Algo que Stewart fue capaz de ver en 1959, teniendo el suficiente criterio científico para destacar el hecho y dedicarle no sólo un capítulo, o unas líneas, en un ensayo de Historia general de la Guerra de Secesión, sino escribir toda una Microhistoria del mismo plasmada en un libro titulado “Pickett’s Charge: A microhistory of the final attack at Gettysburg, July 3, 1863” -de cerca de 300 páginas- para esclarecer ese momento clave en el que la Historia tomó otro rumbo…

La suma de esas dos obras de Stewart de las que aquí he hablado, lleva a una conclusión chocante. Una que nos dice que en un mismo ser humano puede convivir la mente de un torpe neurótico obsesionado con ver a la Humanidad como una plaga a destruir por cierta Madre Naturaleza, casi convertida en persona dotada de poderes semidivinos, y la de un genio intelectual asombroso capaz de escribir una obra sobre la carga de Pickett y sus consecuencias fundamentales para esa misma Humanidad.

Sin duda esa la mejor lección que dejó George R. Stewart. La de que muchos humanos estamos hechos de muy débil materia y cuan afortunados son aquellos de nosotros que tienen una biografía brillante y lineal. Una en la que no habría altibajos donde se alternarían -tanto en actos cotidianos como en sesudos libros escritos entre una torpe equivocación y otra- una estupidez obtusa (como la que rezuma “La Tierra permanece”) con destellos de genio rotundo. Como los que hacen falta para escribir un libro de Historia sobre una carga, la del general Pickett, que el 3 de julio de 1863 cambió la Historia mundial en apenas doce horas…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


enero 2023
MTWTFSS
      1
2345678
9101112131415
16171819202122
23242526272829
3031