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Carlos Rilova

El correo de la historia

Balzac y el general Mendizabal. De la Batalla de Eylau a la Batalla de Alba de Tormes (1807-1809)

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana no voy a variar mucho, en este nuevo correo de la Historia, el marco cronológico de la semana pasada. Seguiremos, pues, en las guerras napoleónicas. Y es que mañana mismo, 7 de febrero, se cumple el aniversario, uno más, de una de las más sangrientas batallas de esas guerras: la de Eylau.

Una ocasión demasiado buena para dejarla pasar, evidentemente. Y más después de haber terminado, con éxito, una excursión cinematográfico-literaria que llevaba posponiendo desde hacía, quizás, demasiado tiempo.

En efecto, hacía ya años que quería leer “El coronel Chabert”, una de las mejores novelas de Balzac (o eso dicen). Por fin, hace ya un par de semanas, conseguí acabar la versión española publicada por Penguin y la editorial del Reino de Redonda del recientemente desaparecido Javier Marías.

Ciertamente es una muy buena novela sobre la Batalla de Eylau. Balzac cuenta en ella la historia de un superviviente de la misma. No otro que el dicho coronel Chabert.

Esa novela, aún con cierto halo de Romanticismo, es una clara incursión de Balzac en la Literatura realista, de la cual se le tiene por uno de sus principales representantes. Así se ve en la descripción que el coronel Chabert hace de cómo vuelve a la vida -saliendo de entre los cadáveres de sus compañeros enterrados en una fosa común que no ha llegado a cubrirse- a través de una especie de parto macabro del que Balzac no ahorra detalles. Como el hedor y otras sensaciones terribles que reinan en esa sima de horrores, en la que la gloria de la epopeya napoleónica ha perdido bastante brillo.

Hasta aquí lo literario del asunto. Vamos con el perfil cinéfilo de la cuestión. En 1994 se hizo una adaptación de la novela con Gerard Depardieu como coronel Chabert y Fanny Ardant como su pérfida y calculadora viuda. Aunque esta película cambiaba algunas cosas de la novela, sin embargo ofrecía imágenes verdaderamente impactantes sobre la Batalla de Eylau que son, precisamente, las que más me interesa destacar hoy.

Se trata de las escenas en las que el regimiento de coraceros de Chabert da una impresionante carga, marchando a galope sobre la tierra blanca y helada de Eylau para que el coronel lleve a cabo la hazaña que lo convierte en un presunto caído en gloriosa acción y, después de su huida de la tumba, en una especie de molesto reviniente que regresa para reclamar a su mujer y su fortuna en el París postnapoleónico.

En la película no falta detalle de esa carga. En un “travelling” de la cámara se recorre la línea de coraceros en medio de la gélida mañana del 7 de febrero de 1807, vemos sus relucientes cascos, sus corazas, oímos a los trompetas llamar a la formación de la línea de batalla, la orden de desenvainar las espadas rectas características de esos regimientos y luego el trote, después el galope, de una masa de hombres y caballos que atruena la tierra helada y se lanza adelante a rienda suelta para despedazar las líneas de Infantería enemiga ante ellos.

Se refleja así de manera magistral lo que era una carga de la Caballería napoleónica (la que “mata” a Chabert) que es algo que, como muchas otras cosas de esa época, hoy día la mayor parte del público es incapaz de percibir en toda su terrible potencia, creyendo que la ausencia de medios bélicos modernos y automáticos -tanques, ametralladoras…- hacía episodios como esos algo leve, casi sin importancia guerrera.

Nada más lejos de la realidad, como bien se ve en esas potentes escenas de la adaptación al Cine de “El coronel Chabert”. La Caballería pesada como los coraceros -pero también la ligera, como dragones y húsares- tenía como objetivo caer sobre las líneas de combate de la Infantería enemiga, destrozarlas, dispersarlas y, a ser posible, aniquilarlas por el mero peso de los caballos barriendo a los hombres pie a tierra. Con la indispensable ayuda de los jinetes repartiendo mandobles y tajos en todas direcciones.

Una situación, en definitiva, en la que la Infantería tenía que demostrar un temple y un valor extraordinario. Admirable de hecho.

Y esto me lleva de la ficción de Balzac a, de nuevo, un general español, y vasco por añadidura, de las guerras napoleónicas: Gabriel de Mendizabal e Iraeta, del que ya he hablado aquí, y en otras tribunas, varias veces.

Recordemos, pues, una vez más en este aniversario de Eylau. Gabriel de Mendizabal e Iraeta fue uno de los muchos generales que, después del 2 de mayo, se negó a aceptar el gobierno impuesto por Napoleón en Madrid. Así, junto con el Duque del Parque, seguirá luchando contra los que se ven ya sólo como invasores. Tanto tras la victoria de Bailén, como tras derrotas sonadas como las de Tudela, Espinosa de los Monteros…

Así pues, en otoño de 1809, las tropas bajo ese mando siguen en pie, tratando de combatir a los ejércitos napoleónicos. Una tarea muy difícil con hombres bisoños, mal armados, muchas veces sin la más mínima moral de victoria, dispuestos a arrojar las armas y huir ante unas tropas, las napoleónicas, con fama de invencibles salvo por lo que en esa fecha parece una afortunada causalidad como la victoria de Bailén.

Gabriel de Mendizabal y sus compañeros no serán de esa misma opinión. En Alba de Tormes quizás les espera una nueva derrota, como en Tudela, como en Espinosa de los Monteros, pero se aprestan a morir dignamente, sin que el enemigo vea sus espaldas. Todos ellos: Cabrera, Losada, Belvedere… se juramentan para adoptar la táctica que sugiere Gabriel de Mendizabal, que así gana, años después, su título de conde de Cuadro de Alba de Tormes: formar cuadros de Infantería, único recurso capaz de repeler con alguna probabilidad de éxito una carga de Caballería. Como la de Eylau…

Para quienes en su día ya leyeron el correo de la Historia de 17 de diciembre de 2012 -o, directamente, un trabajo de Arsenio García Fuertes que citaba yo entonces- no será una sorpresa saber cuál fue el resultado de esa maniobra. Hasta tres veces las líneas españolas mandadas por Gabriel de Mendizabal y sus compañeros rechazarán ese martillo de brillantes uniformes, sables y espadas de Caballería destellando al sol crepuscular de otoño, de cascos de centenares de caballos retumbando contra la tierra, de hombres gritando salvajemente para espantar su propio miedo e infundirlo en sus enemigos…

Sí, la magnífica Caballería de Austerlitz, de Wagram, de Eylau… es barrida así por las ordenadas descargas de los soldados de Mendizabal y sus compañeros, que llenan el campo de restos de esa epopeya napoleónica abatidos, destrozados por ese fuego, mortífero, ordenado, preciso…, de los mosquetes de la Infantería formada en cuadro. Tras esto, esas tropas se retirarán del campo de batalla después de infligir ese castigo a esas unidades napoleónicas tan magníficas, pero lo harán en orden, dejando así un aterrador aviso al mando napoleónico: no están luchando contra bandas de “brigands”, de guerrilleros guiados por curas fanáticos como quiere la propaganda imperial. Se las están viendo ya con militares profesionales que conocen muy bien su oficio y dejan esa tarjeta de visita nada grata a los estados mayores napoleónicos…

Sin embargo hoy esos hechos, más de doscientos años después, son desconocidos para la mayor parte del público español, europeo, que sabe -gracias a Balzac- que hubo un Eylau, pero no sabe, en su mayoría, que hubo una Batalla de Alba de Tormes en la que tropas españolas regulares dieron la vuelta a ese relato.

Si alguien se pregunta el porqué de esto, puede encontrar la respuesta -aparte de en los cuestionables informes oficiales franceses sobre los hechos- en el mismo libro en el que yo leí finalmente “El coronel Chabert”. El siguiente relato a éste es un cuento corto, “El verdugo”. Allí todo se vuelve irreal, desaparece la España avanzada de la Ilustración, la de astrónomos como José Joaquín de Ferrer y Cafranga -o navegantes como Malaspina y Churruca o químicos como los hermanos Elhuyar- para ser sustituida por unos personajes a medio camino entre la tragedia griega y los más zafios tópicos románticos sobre bandidos italianos y otras figuras “exóticas”. Un escenario donde, evidentemente, militares españoles de carrera -que toman la delantera al mismísimo Wellington en el manejo del Arte de la Guerra- sobran y están de más. Y deben ser enterrados por esa impertinente avalancha de histerismo literario, que, realmente, rebaja el verdadero mérito tanto de los ejércitos napoleónicos, como el de sus más que dignos adversarios españoles.

Una curiosa paradoja, pues, ese olvido -o escamoteo- balzaquiano de verdaderos hechos históricos como los cuadros de Infantería usados -mucho antes de Waterloo- por Gabriel de Mendizabal e Iraeta en Alba de Tormes en 1809. Algo, sin duda, sobre lo que pensar a lo largo de esta semana de aniversario de la Batalla de Eylau…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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