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Carlos Rilova

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Historia, Arqueología, manos que hablan, Indiana Jones y mapas del tesoro con “X”

Por Carlos Rilova Jericó

De toda la ya larga serie de películas del famoso arqueólogo Indiana Jones la tercera de ellas ha sido, quizás, la que peor acogida tuvo. Y eso pese a contar con la precavida presencia de Sean Connery en el papel de padre del cinematográfico arqueólogo. De hecho le llovieron algunas críticas pésimas. No voy a entrar a valorar el asunto, pero lo cierto es que esa cinta titulada “Indiana Jones y la última cruzada” tenía algunos momentos para recordar siempre que se habla de Arqueología.

Por supuesto la relación de este serial cinematográfico con tan noble ciencia auxiliar -y viceversa- de la Historia, es bastante lejana. Más allá de haber convertido en héroe principal a un profesor de esa materia que, en realidad, tiene más de aventurero bastante poco escrupuloso que de científico dedicado a esa cuesión.

Los métodos del profesor Jones son, en efecto, bastante poco científicos pues el guion exige acción y eso implica arramblar con la pieza (a punta de látigo, puñetazo y revólver) y dejarse de molestas operaciones de marcación del terreno a excavar, documentar y fotografiar el lugar exacto del hallazgo para saber en qué contexto ha aparecido la pieza (algo fundamental) y toda la mecánica metodológica que exige una excavación arqueológica bien llevada.

Aun así, como decía, en “Indiana Jones y la última cruzada” el doctor Jones sí que da una lección fundamental de Arqueología cuando dice a sus alumnos que no van a encontrar ningún mapa que les marque con una “X” el lugar en el que tienen que excavar. Admonición que luego se convertirá en uno de los “gags” de la película cuando resulta que el profesor Jones sí encuentra el lugar señalado con una “X”.

Más allá del humor spielbergiano marca de la serie “Indiana Jones”, lo cierto es que sí, que rara vez hay mapas con la famosa “X” para saber dónde hay que excavar. Esto se hace por deducción detectivesca, en base a otras fuentes, por ejemplo históricas, que permiten dar, más o menos, con el lugar donde podría haber restos.

Y es que, en realidad, la labor de la Arqueología tiene mucho que ver con la de la Policía científica, pues usan métodos comunes. Como, por ejemplo, el de aislar el punto de investigación para evitar que en él entre o salga nada que pueda distorsionar lo que las huellas, los objetos contenidos en el terreno marcado, nos dicen. Sobre un crimen… o sobre seres humanos del pasado que no dejaron mucho escrito.

Naturalmente todo esto es mucho menos conocido por el público en general que las audaces incursiones del profesor Jones en cuevas precolombinas, tumbas templarias y un largo etcétera que ha llenado las salas de Cine ya durante décadas.

De ese desconocimiento lógico del método arqueológico verdadero, se han derivado últimamente algunas polémicas. Curiosamente, para variar, en esas provincias que algunos llaman ahora “Vascongadas”, otros “Euskal-Herria” y la mayoría -por una inercia que se pensaba hasta hoy inocente- “País Vasco”.

Las polémicas han estado relacionadas -también para variar- con la aparición en algunos yacimientos de piezas arqueológicas que revelaban una antigüedad extrema del origen del que unos llamarían -también hoy- “vascuence” y otros “euskera”.

Recordemos que algunas de esas polémicas acabaron en los juzgados bajo acusaciones de fraude, estafa y otras feas cuestiones. Fue el caso de la excavación dirigida por Eliseo Gil en Iruña-Veleia, donde se quiso hacer pasar como auténticas unas inscripciones en piedra en esa lengua. El asunto comenzó en 2006 y ha concluido recientemente en el año 2020 con un fallo que considera que, en efecto, esas inscripciones eran falsas de toda falsedad y habían sido fabricadas para crear un falso contexto arqueológico y, por ende, histórico.

La polémica ha vuelto a saltar a finales del año 2022, cuando se dio a conocer el hallazgo de la que se ha llamado “Mano de Irulegi” en otro yacimiento, en este caso en tierra navarra, gestionado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi.

Pronto la que algunos han llamado en algunos medios la alargada sombra del fraude de Iruña-Veleia, ha hecho su aparición en torno a esta mano datada en una antigüedad de 2100 años. Y con esto pronto han aparecido detractores y defensores de la idea de que esa mano de bronce de la que sólo se habría descifrado la primera palabra (aparentemente “sorioneku”, buena suerte, en euskera), es una de las inscripciones más antiguas en lengua vasca. Los argumentos del debate han metido, en gran medida, la política actual en el asunto. Con lo cual la Ciencia arqueológica ha acabado, como Indiana Jones, saliendo con prisas trepidantes del asunto.

No voy a abundar yo (no es de mi competencia) en el asunto de si ese “sorioneku” sería un deseo de buena fortuna de hace 2100 años escrito en “vascónico”, un euskera -o vascuence para otros- prístino. Acrisolados filólogos tienen más que decir, y ya han dicho, al respecto. Y la Sociedad de Ciencias Aranzadi ya ha defendido -o va a defender- la cuestión en diversos cenáculos. Uno de ellos ha sido el Museo San Telmo, cuya Asociación de amigos presido ahora mismo y desde hace ya cinco años.

El caso es, y esto sí creo es cuestión de comentarlo, que el hallazgo de la ya famosa mano no debería tomarse como una confirmación o denegación de ninguna opción política actual. Ya se confirmen en un sentido u otro las dudas que proyecta -sobre su autenticidad para algunos que ven esa sombra de Iruña-Veleia reaparecer- o, como les ha ocurrido a los filólogos que la han examinado, sobre si “sorioneku” es realmente una palabra vasca aislada en el resto de una inscripción (tenekebeekirate (n) o Tirtan : eseakari eraukon) que sólo muy vagamente recuerda a palabras euskéricas actuales como serían “begira” (mira), “eskari” (“pedir”, “pedido”) o “eraiki” (construir) y que -las cosas como son- éstas, así leídas, además podrían ser sólo “Filología imaginativa”. Como ha comentado algún ácido participante en los debates digitales que ha suscitado la ya famosa mano. O incluso, como sostienen otros arqueólogos, en realidad, una inscripción celtibérica de los Berones que tira por tierra todas esas interpretaciones. Empezando por la de “Sorioneku” que sería en realidad “Beorionequm”, como se explica en este artículo https://arqueologico.es/noticia/la-traduccion-celtiberica-de-la-mano-de-irule.html.

Y es que, en efecto, si la “Mano de Irulegi” resulta ser finalmente un gran hallazgo arqueológico como texto más antiguo comprobado escrito en lengua primigenia vasca, hoy, en este siglo XXI tan atribulado, nadie cabalmente debería considerar esa pieza como justificación de ninguna idea política actual. Ya sea esta un nacionalismo de un signo u otro que, eso ya es obvio, han saltado rápidamente al debate y han enturbiado unas aguas científicas ya considerablemente turbias por la esencia misma del hallazgo.

¿Por qué debería adoptarse tal criterio? Pues porque sencillamente ni la Historia ni la Arqueología se escriben así. Quienes tallaron esa inscripción (si es que realmente es euskera primigenio o algo similar) de tener delante a quienes los ven hoy, por esa razón, como unos lejanos tatarabuelos probablemente se horrorizarían -o cuando menos se sorprenderían- de que tales extraños seres -con unas ideas aún más extrañas- se considerasen descendientes o familiares suyos.

La Historia y la Arqueología, usadas como ciencias y no como arietes políticos actuales, suelen dar estas sabias lecciones. Y este miércoles día 26 precisamente en el salón de actos del Museo San Telmo, tendremos, a las 19:00, una conferencia a cargo de una arqueóloga, Pía Alkain, que amablemente nos explicará todas estas sutilezas de esa bella, necesaria, ciencia que es la Arqueología y qué nos puede contar realmente sobre nuestro pasado.

El verdadero, el propio de cada época histórica, no el que algunos hoy día quisieran imaginar “a la carta” de sus más íntimos deseos políticos que, en muchos casos, no tienen más que un par de siglos de antigüedad y, por tanto, muy poco que ver con gentes que -aun hablando un idioma parecido- vivieron hace 2100 años.

Una cita con la Ciencia a la que les invito a acudir si tienen ocasión de estar en tiempo y lugar tan dichoso…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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