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Carlos Rilova

El correo de la historia

Jardines con Historia. La Historia y los jardines

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy aprovecharé este nuevo correo de la Historia para recomendar un programa de Televisión que lleva ya bastante tiempo en antena. Se trata de “Jardines con Historia”.

Me parece un momento oportuno para esto por razones geográficas y personales.

A saber: que en esta nueva edición del programa pronto, este sábado que viene, 27 de mayo, se emitirá el capítulo dedicado a jardines donostiarras. En este caso el del Palacio de Miramar y el de Cristinaenea.

Ambos lugares, evidentemente, pasan muy cerca de una cabecera como “El Diario Vasco” y eso, creo, hace interesante dedicar este nuevo correo de la Historia a hablar de ese nuevo capítulo de esta serie de los famosos documentales de la 2.

“Jardines con Historia” lleva ya con ésta su tercera temporada. La misma que alcanzará este sábado 27 su ecuador con esa visita a esos dos jardines donostiarras.

El formato del programa es ofrecer una visita a jardines como esos y analizar in situ, con la colaboración de especialistas de cada ciudad, el valor histórico -como ya indica el nombre del mismo programa- de esos lugares especiales que son los jardines. Todo ello guiado, en esta temporada, por Mónica Luengo. Una historiadora especializada en el tema y con abundante currículum (dentro y fuera de este programa) en el estudio de esa cosa a veces tan desapercibida en los estudios de Historia como los paisajes donde se desarrolla precisamente eso: la Historia.

¿Qué podrán ver este sábado 27 de mayo, a las 18:45 los espectadores que tengan el privilegio de seguir ese nuevo episodio de “Jardines con Historia”?

Pues, hasta dónde yo sé, serán testigos del descubrimiento de la Historia de unos lugares en efecto con mucha Historia.

Y es que los jardines de Miramar y Cristinaenea tienen, si se mira bien, tanto que contar como el Foro de Roma o el campo de batalla de Waterloo. Aunque lo ocurrido en esos jardines fuera más discreto. O esté, todavía, menos difundido y valorado.

Miramar y Cristinaenea, fueron concebidos como cualquier otro jardín. Es decir: como un espacio en absoluto ingenuo desde el punto de vista político. Algo que se ha tratado ampliamente en otros capítulos de “Jardines con Historia”.

El jardín, en efecto, hasta que con la revolución francesa se amplía el concepto de lo público y de lugares a disposición del público, es, casi siempre, un asunto privado y en manos de príncipes y magnates poderosos. Personas que, por supuesto, utilizan esos jardines para, aparte de recrearse en estos lugares de reposo, mostrar su poder, su prestancia social.

Quizás quien llevó esa idea hasta sus últimas consecuencias fue Luis XIV, que en esto, como en muchas otras cosas, hizo que Francia marcase la pauta hasta prácticamente la actualidad. Y así, en los ríos de tinta que ha hecho correr el Rey Sol, su Versalles, no ha quedado, desde luego, al margen.

El objetivo de esa cuidada obra de ingeniería era, aparte de permitir distraerse al rey y a su corte en un espacio pensado para esos fines -fuentes, flores, un paisaje bello para el gusto de la época…-, el mostrar el inmenso poder de un rey que era capaz de doblegar incluso a una Naturaleza rebelde. Como la que ahora se oculta bajo los bien cuidados parterres y caminos de grava de Versalles.

Curiosamente ese concepto versallesco del jardín ha quedado muy bien reflejado en una película “de aventuras” de hace ya unos cuantos años. Me refiero a la enésima adaptación de la novela de Walter Scott “Rob Roy”.

Estrenada en 1995, se daba en ella un papel estelar a John Hurt que interpretaba en la película al altivo marqués de Montrose. Uno de los principales nobles escoceses de esos comienzos del siglo XVIII.

Montrose, que aparece en esta película caracterizado con todos los elementos propios de un caballero a la moda dieciochesca -peluca In folio, casaca…- tiene también en su castillo escocés una especie de miniatura de Versalles atendida por un verdadero ejército de jardineros. Cuando el agreste montañés Rob Roy MacGregor acude a visitarle para hablar de feos asuntos de dinero, Montrose hará que llegue hasta él a través de esa imitación versallesca. ¿Con qué fin? Obviamente el de mostrarle la categoría de persona con la que estaba tratando y lo muy alto que se situaba al disponer de tan acabada antesala vegetal…

Miramar y Cristianenea no son muy distintos de ese jardín del marqués de Montrose pese a no ser entes de ficción cinematográfica -no al menos todavía, aunque no harían mal papel- y proceder de una época distinta y distante de la Escocia de comienzos del siglo XVIII.

El pequeño jardín de Miramar es el adorno que circunda a un palacio concebido y desarrollado por un arquitecto británico, Ralph Selden Wornum, entre 1889 y 1893  y destinado a servir de más que digna residencia a la corte española durante su período veraniego. Fue situado en la ladera de una colina que dominaba el principal escenario de San Sebastián en esas fechas. Es decir: la Bahía de la Concha. Donde una España que se recuperaba tras sus convulsiones decimonónicas, se dejaba cortejar por la flor y nata de la aristocracia europea y las cancillerías de esa misma Europa que hacían cálculos sobre en qué parte del tablero de juego de esas potencias -que decidían entonces el destino del mundo- situarían al reino de aquella reina viuda. Todavía con apoyos coloniales si no en el Caribe y en Asia, sí en punto tan delicado como África para cuando el palacio y su jardín empiezan a funcionar a pleno rendimiento…

Cristinaenea es algo anterior pero muy similar, pese a ser el proyecto no de esa Casa Real sino de dos de sus más conspicuos servidores donostiarras: Fermín Lasala y Collado y su mujer Cristina Brunetti y Gayoso de los Cobos. Duque y duquesa de Mandas. Ambos personajes que he tenido la rara suerte de tratar como historiador desde hace ya más de dos décadas y en distintas ocasiones y formatos.

La historia de su jardín de Cristinaenea, que rodea su mansión situada en lo alto de ese bosque artificial -de estilo inglés, lejos del modelo de Versalles- es la de años y años (desde mediados del siglo XIX) de invertir enormes cantidades de dinero para conseguir lo mismo que en Versalles o en el Palacio de Miramar. Es decir: un escenario en el que, en este caso, unos particulares muy bien relacionados con la corte española de la Restauración alfonsina pasean sus ocios lejos del mundanal ruido. O lo utilizan -aunque a veces a regañadientes- como escenario de esa Alta Política, con destacados invitados habituales como Antonio Cánovas del Castillo. El Bismarck español que con su muerte en atentado, no lejos de ese jardín y casa, horroriza a una Europa que lo consideraba otro Gladstone…

De casos y cosas como éstas hablará este sábado “Jardines con Historia”. Pero dejo ya advertido que eso es sólo la superficie de un océano histórico en el que muchos historiadores deberemos aún sumergirnos. Para seguir encontrando todo un mundo, apenas sospechado, de reveladoras circunstancias sobre la Historia de unos días en los que una Europa, subida sobre máquinas de vapor, remodelaba el globo terrestre a su gusto. Casi como Luis XIV lo hizo con Versalles…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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