Regreso a la Isla del Diamante. De novelas históricas británicas y de Historia. (Año de 1805) | El correo de la historia >

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Carlos Rilova

El correo de la historia

Regreso a la Isla del Diamante. De novelas históricas británicas y de Historia. (Año de 1805)

Por Carlos Rilova Jericó

En septiembre de hace dos años dedicaba un correo de la Historia a hablar de las casi siempre magníficas novelas históricas británicas. En especial de esas que se llaman “marítimas”. Bien conocidas por un público muy amplio gracias a su gran difusión y, también, a su adaptación al Cine en películas como “El hidalgo de los mares” o la más reciente “Master and commander”.

Hablaba -y recomendaba- en aquella entrada del correo de la Historia de otra serie menos conocida. La dedicada por el historiador y novelista Dudley Pope a Lord Ramage. Y me centraba sobre todo en el episodio que Pope titulaba “El diamante de Ramage”. Destacaba yo entonces la minuciosa descripción que ese autor hacía de cómo funcionaban las Marinas de la época napoleónica y, en especial, la británica.

Lo sigo sosteniendo, pero como ya anunciaba en aquel otro correo de la Historia, pensaba que habría buenas ocasiones para revisar el asunto. Parece ser el caso de este lunes posterior a la celebración de otro evento napoleónico como la Batalla de Waterloo -de la que hablaba la semana pasada- y comienzo de un nuevo verano en el que, como siempre, nos acercamos más al Mar.

Lo primero que hay que aclarar es que “El diamante de Ramage”, como se suele decir en el Cine, se basa en “hechos reales”. Pero a esto hay que añadir que se basa en ellos de manera muy relativa. Como lo demuestra la nota final de esa novela en la que Pope aclaraba algunas cosas sobre lo que realmente ocurrió allí en 1804, pero dejando otras -relativas a la derrota británica en ese lugar por mano de españoles y franceses- cuidadosamente veladas y que hoy, por supuesto, desvelaremos aquí…

Veamos pues en qué modo una estupenda novela histórica británica altera esos “hechos reales”. Lo primero que Pope cambió fue la fecha de aquellos sucesos. Porque es cierto que hay una isla en las Antillas que se llama “del Diamante” y que fue objeto de disputa durante las guerras napoleónicas entre británicos y franceses y, cómo no, españoles. El tercero en discordia durante todo el siglo XVIII y comienzos del XIX para alterar, en un sentido u otro, la balanza del poder militar (y todos sus derivados) en la Europa de aquellas fechas.

Efectivamente la isla -o más bien islote rocoso- del Diamante fue escenario de enfrentamientos entre esas tres potencias. Pero no en el año 1802, como se narra en la novela de Pope, sino entre 1804 y 1805. De hecho, a diferencia de lo que nos cuenta la novela, la isla del Diamante había sido tomada en esas fechas por los británicos sin disparar un solo tiro. Simplemente fue ocupada y fortificada por orden del almirante Samuel Hood que, de ese modo, partía por la mitad el cinturón defensivo de los franceses en las Antillas. Cuestión táctica ésta que sí se refleja en “El diamante de Ramage”. También fue fiel Dudley Pope al modo en el que se ocupa y fortifica esa isla o islote rocoso del Diamante. Enclave que, de hecho, los británicos, con un cierto toque de excentricidad, convirtieron en un “barco” más de la flota británica: el HMS Fort Diamond.

Más allá de esto “El diamante de Ramage” da una versión de los “hechos reales” bastante divergente de nada que podamos llamar “Historia de las guerras napoleónicas”.

Así es, el HMS Fort Diamond, o Isla del Diamante, no quedó, para los restos, como una gran victoria británica (que esa es la impresión que se saca de la grata lectura de “El diamante de Ramage”). Todo lo contrario. Los franceses no iban a permitir que semejante ventaja táctica persistiera. Así que pronto empezaron a hacer planes para desalojar de allí a la “tripulación” británica fortificada en esa inaccesible roca.

Aprovecharon para ello la presencia en aguas de las Antillas de efectivos navales españoles y franceses. Estos últimos estaban mandados por un comandante bastante incompetente y timorato, que se haría muy famoso -y no por una buena razón- meses después de esos finales de mayo y principios de junio de 1805. Se trataba, en efecto, del almirante Villeneuve…

En esta ocasión actuó del modo esquivo que, en octubre de ese mismo año, conduciría a la flota combinada franco-española a una derrota sonada (aunque menos catastrófica de lo que se ha venido repitiendo) en Trafalgar.

En efecto, Villeneuve, pese a las instancias de las autoridades francesas en las Antillas, deseosas de acabar con el agravio, alegaba no tener órdenes directas de comprometer su flota (o la española al mando de Gravina) en la recuperación del estratégico islote. Finalmente la presión de la oficialidad aliada consiguió que Villeneuve, al menos por una vez en la vida, diera órdenes para una brillante acción anfibia que culminó en rotunda victoria sobre los británicos.

Así puso el mando de una pequeña flota de desembarco en manos de un oficial de ascendencia bretona: Julien Marie Cosmao-Kerjulien. Considerado por el mismísimo Napoleón como un bravo marino. Aunque no tanto como para darle el mando de la flota en Trafalgar -batalla en la que también estaría presente, como Gravina- y que podría haber convertido en victoria si nos guiamos por lo que hará en la Isla del Diamante.

En 31 de mayo de 1805 lanzará contra ella a su propio barco, el Plutón de 74 cañones, otro de igual porte, el Berwick, el Siréne de 36, una corbeta, una goleta y hasta once lanchas cañoneras. Todo con una fuerza de desembarco que llegaba a 400 hombres.

El futuro almirante francés recibirá apoyo de Federico Gravina en forma de refuerzo de cuatro lanchas cañoneras formadas con dotación de los navíos españoles San Rafael, Argonauta, Firme y España.

Esas tropas serán las primeras en tomar la cabeza de playa de la Isla del Diamante bajo un intenso fuego defensivo de los británicos. Pese a eso sostendrán la posición y conseguirán que la guarnición británica, bajo mando del recién ascendido teniente de navío capitán Maurice, se rinda bajo la doble amenaza de las tropas francesas y españolas apoderadas de los niveles inferiores de la Isla del Diamante y el intenso cañoneo de las unidades navales de Cosmao-Kerjulien y Gravina, que les hostiga desde el mar.

Los británicos, así rodeados, casi sin agua ya debido a los daños causados en su aljibe por ese cañoneo naval, y sin munición, pedirán parlamento para rendir el “barco” HMS Fort Diamond.

Así concluían los “hechos reales” en los que un maestro de la novela marítima británica como Dudley Pope, se basó para escribir ese episodio de su saga de Lord Ramage titulado “El diamante de Ramage”. Como vemos la cosa fue menos triunfalista para los británicos de lo que refleja esa sedante (para esos mismos británicos) novela histórica. Sólo recuperarían esa estratégica posición en 1809, cuando el juego de alianzas en Europa cambia una vez más y los imprescindibles españoles toman partido a su favor. Causando numerosos problemas en el viejo continente que, naturalmente, repercutieron en la capacidad ofensiva francesa, abandonada a su suerte por España a causa de los acontecimientos del 2 de mayo de 1808 y posteriores.

Así que, ya saben, si están disfrutando, junto al Mar, en este verano, novelas históricas como las de Dudley Pope o Patrick O´Brian, tómenlas con suma precaución por lo que respecta a lo de “históricas”. Al menos mientras en España empiezan a producirse -así sea- otras de igual porte, pero donde los propios hechos históricos no queden tan huérfanos de buenos narradores como hasta hoy y vendidos a ese -lógicamente- sesgado criterio narrativo anglosajón…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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