Por Carlos Rilova Jericó
No es la primera vez, y seguramente tampoco será la última, en la que el correo de la Historia aprovecha la fecha del 25 de agosto para hablar de la liberación (oficial) de la capital francesa de la ocupación nazi.
Fue un momento clave de la Segunda Guerra Mundial. Como bien se encargaron de aventar los superperiodistas y autores de bestsellers Dominique Lapierre y Larry Collins en un célebre ensayo -“¿Arde París?”- ya aludido varias veces en estas páginas y que desde los años sesenta convirtió ese hecho histórico en épica y Cine.
Según remarcaban una y otra vez esos dos autores en su libro, la liberación de la capital francesa suponía, para Hitler, el principio del fin de su dominio sobre Europa. Así lo decía el Führer en las órdenes, cada vez más frenéticas, que enviaba a un general Von Choltitz paulatinamente más convencido de estar bajo el mando de un demente al que no se podía obedecer. Sobre todo por su afán de arrasar París si es que la ciudad, de un modo u otro, se revolvía contra el dominio alemán y los aliados -ya desembarcados en Normandía con éxito- lograban hacerse así con la capital francesa…
Como Lapierre y Collins dejaban entrever, más allá de esas grandes cuestiones estratégicas y dramas político-bélicos de alto nivel, había todo un telón de fondo de otros dramas humanos que iban a convertirse en testimonios para la Historia gracias al éxito de la revuelta parisiense en agosto de 1944, con la llegada de la aplastante superioridad de la División Blindada Leclerc. (Llevando varios vehículos españoles en vanguardia, hecho que Lapierre y Collins dejan caer en un olvido nada riguroso…).
Hubo curiosos libros, de hecho, como “À Paris sous la botte des nazis” donde se recogían, de primera mano y de manera inmediata tras esa liberación, los testimonios de esos dramas personales que habían tenido que sufrir los parisinos (y, por extensión, el resto de franceses) durante esos cuatro años de ocupación.
Pero hoy no volveré sobre esa fuente, ni sobre el “¿Arde París?” de Lapierre y Collins, que merece capítulo aparte. Por el contrario dedicaré este nuevo correo de la Historia a enfocar la cuestión a partir de cómo una inesperada ficción para Televisión divulgó esos dramas menores hace ya unos cuantos años. Entre 2011 y 2012.
La ficción en concreto era una serie, “Pan Am”, que, en principio, parecía oscilar entre el blanco y el rosa (una de sus protagonistas es Margot Robbie, que hoy protagoniza una polémica película sobre la célebre muñeca Barbie) y de la que la curiosidad del historiador esperaba bien poco acerca de saber algo más de la icónica aerolínea norteamericana, dirigida por un magnate de nombre curiosamente español: Juan Trippe…
Con algo de esfuerzo, pues, me propuse ver la serie con el mismo tesón que ciertos exvicepresidentes del Gobierno español. Curiosamente ese esfuerzo me reveló que la serie “Pan Am”, más allá de servir únicamente de vehículo para lucimiento de bellezas como Margot Robbie o Christina Ricci (entre otras), y de fuste para enredos glamurosos, se tomaba muy en serio la tarea de reflejar unos cuantos años de la Historia mundial.
En efecto, la serie está ambientada a comienzo de los años 60 del siglo XX y refleja, a través de las vivencias de varias azafatas, y dos pilotos, lo que está ocurriendo en ese mundo algo convulso pero lleno de grandes esperanzas, que, sin embargo, arrastra tras de sí recuerdos amargos. De cuando las azafatas eran apenas unas niñas y la Segunda Guerra Mundial devastaba gran parte del planeta.
Es lo que se ve en el capítulo tercero de “Pan Am”, con una crudeza bastante inesperada en una serie que parece poco más que un cuento de hadas moderno y con aviones a reacción.
En ese episodio la tripulación protagonista tiene ocasión de visitar un Berlín jubiloso en el que el presidente John Fitzgerald Kennedy da su famoso discurso ante el Muro. Ese que remata con la célebre frase “Ich bin ein Berliner”… (Yo soy un berlinés), erigiéndose así en el adalid defensor del llamado “Mundo Libre” cuya primera línea ve él en esa capital alemana resurgida de sus escombros y purificada de su pasado nazi.
Algo, esto último, que contradicen los amargos recuerdos sobre la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi de Francia de Colette Valois. Una de las azafatas de la tripulación protagonista de “Pan Am”.
Colette vive la ocupación como niña huérfana de guerra junto con su hermana, refugiada en un convento que apenas las protege de la brutalidad propia de toda ocupación y más la de una Alemania que predica ser la patria de una raza superior…
Así, donde sus compañeras de tripulación ven a alemanes amables y risueños por la visita de Kennedy, Colette sólo evoca el recuerdo de las tropas de ocupación nazis abriendo puertas a patadas y ladrando órdenes en un áspero alemán que, como se revela en el clímax dramático de ese tercer episodio, ella será obligada a aprender por los ocupantes.
Naturalmente esa evocación le despierta, como ella dice, un odio profundo, visceral, contra todos los alemanes. Más todavía en esos momentos en los que parecen haber olvidado, o querido olvidar, lo ocurrido entre 1939 y 1945.
Colette Valois no puede olvidarlo desde luego. Y lo demuestra claramente cuando parte de la tripulación consigue colarse en la recepción organizada por las autoridades alemanas de la RFA y las norteamericanas destinadas a ese Berlín occidental.
Pese a que uno de los pilotos se esfuerza por evitarlo, Colette arroja a la cara de uno de los delegados teutones, en perfecto alemán, todo lo que hicieron durante la ocupación de Francia, de lo que lo menos malo es haber obligado a niñas como ella a aprender ese idioma en el que ahora le habla… Palabras esas que dejan una mueca amarga en el semblante cada vez más crispado del dignatario alemán.
Sacada de escena por el piloto con algo de impaciencia agobiada, Colette, sin embargo, se revolverá y conseguirá que el pianista que ameniza la velada toque la melodía del himno alemán que ella interpreta en ese idioma, brindando con una copa en alto de manera desafiante contra el representante alemán…
Probablemente muchos espectadores de “Pan Am” no llegaron a explicarse correctamente esta escena, ni percibieron el significado profundo de las estrofas que Colette Valois canta como si estuviera triturando las palabras: “Deutschland, Deutschland über alles, über alles in der Welt…”. Es decir: “Alemania, Alemania por encima de todo, por encima de todo en el Mundo”…
Sin embargo, cuando eso se aborda desde la Historia reciente de Alemania, a partir de 1945, lo que vemos en esa escena es sencillamente corrosivo. Un testimonio del odio profundo que los alemanes han sembrado en Francia -hasta el 25 de agosto de 1944- entre personas como el personaje de Colette Valois, por ejemplo, que, pese a la supresión de esa controvertida estrofa en el himno alemán de la República Federal Alemana, recuerdan, todavía, muy bien, los años de 1940 a 1944 en los que se obligaba a cantar eso mismo: que Alemania estaba por encima de todo el Mundo.
Esta semana, en la que vuelve a ser 25 de agosto otra vez (y asoma en el horizonte político gente con manías totalitarias (también otra vez), incluso bajo disfraces “progresistas”), me ha parecido una muy buena ocasión para recordar esos hechos. Aunque sea a través de su dramatización en una serie de Televisión, “Pan Am”, que, sin embargo, por debajo de su aspecto simplista, edulcorado a primera vista, después de todo ofrece mucho más de lo que el historiador esperaba…