Por Carlos Rilova Jericó
En una popular serie de Televisión, “Los misterios de Murdoch”, que ya lleva emitidos cientos de episodios y más de una década en antena, uno de sus personajes más carismáticos, el inspector Thomas Brackenreid -ejemplo perfecto de la sólida burguesía británica victoriana y eduardiana- se encoleriza con su habitual franqueza cuando sus conspicuos (y, en general, anacrónicos) subordinados llevan hasta sus dominios de la comisaría número 4 de Toronto toda una parafernalia festiva relacionada con el actual “Halloween”. Cosa que, en la época en la que transcurre la acción de la serie (finales del siglo XIX y principios del XX), no tiene sentido ni tradición generalizada.
Todo un logro de fidelidad histórica en una serie que ha sido criticada por haberse dejado llevar por la lamentable moda de utilizar su tiempo de emisión para trastocar la verdadera Historia de la época, adaptándola a gustos raciales, sexuales… supuestamente dominantes en nuestra época en uno de esos “tour de force” tan habituales en ideologías de corte autoritario o totalitario -como el wokismo- que tratan de justificarse, siempre, en una supuesta Historia que no existe más allá de sus deseos ideológicos.
El inspector Brackenreid lo resume perfectamente diciendo a sus agentes -que hablan de disfraces y calabazas talladas en ese episodio de “Halloween”- a ver si ahora se van a dedicar a celebrar “fiestas paganas”…
Con respecto a las Navidades, tal y como hoy día las entendemos, el inspector Brackenreid también se ha mostrado históricamente coherente en otros episodios. Algo realmente digno de atención en una serie como “Los misterios de Murdoch”…
En efecto, pese a que -gracias a la industria cinematográfica estadounidense- hoy será difícil en todos los países de mayoría cristiana no identificar esa época del año con la Inglaterra victoriana y el famoso “Cuento de Navidad” de Charles Dickens, para auténticos personajes victorianos -como el de Thomas Brackenreid- lo lógico sería encontrar un tanto raro reducir ese período a lo que, para nuestra época, se ha convertido -con el paso del tiempo- en la imagen perfecta de las Navidades: nieve, confortables casas con no menos confortables chimeneas adornadas, pavos rellenos y otros manjares para comer, reconciliación, paz y amor…
Porque lo cierto es que si ahondamos en el asunto, en la Inglaterra victoriana, pronto descubrimos que lo que hoy consideramos como propio de las Navidades estaba extrañamente lejos de lo que muchos victorianos consideraban propio de esas fiestas.
Y es que nunca deja de sorprendernos esa época (la victoriana), que nos fascina se diría que hasta morbosamente. Como se ve en el paciente éxito que aún disfrutan series como la maleada “Los misterios de Murdoch”.
Así es. Annie McCulloch, documentalista del Museum of London, publicaba en su web, hace un par de años, el 2 de diciembre de 2021, unas interesantes notas sobre la costumbre de regalar postales navideñas. Para empezar, nos decía esta especialista, la costumbre no empezó (y sólo en Inglaterra) hasta el año 1843 (más o menos, por cierto, cuando se empieza a popularizar, al menos en países protestantes, el uso del hoy ineludible árbol adornado) y lo más llamativo del caso es que, esas postales o felicitaciones de Pascuas navideñas, muchas veces tenían contenidos que hoy día consideraríamos extraordinariamente raros, pero que serían perfectamente normales para los auténticos victorianos.
En efecto, y es que, en esa época, junto a estampas navideñas típicas, dickensianas, por así decir, en las que aparecen el “Padre Navidad” (precursor del Santa Claus o Papa Noel actual), paisajes nevados pero al mismo tiempo con un fondo entrañable, hogareño…, los victorianos tenían por costumbre mandarse postales en las que también aparecen, por ejemplo, ranas acuchillándose entre ellas para robarse -o despanzurradas sobre el hielo en el que han estado patinando-, exploradores polares sucumbiendo al abrazo de un oso de esas latitudes y algunas verdaderamente inquietantes en las que insectos como escarabajos o ciervos voladores bailan abrazados a una rana… o bien otros en los que un chivo asoma su cabeza y da un susto considerable a un niño al que anuncia que está allí para felicitarle las fiestas…
Con el tiempo todo eso ha ido refinándose. De hecho, como diría Peter Burke, las Navidades actuales han sido fabricadas y en fecha más reciente de lo que creemos. Un proceso histórico que ha convertido al “Padre Navidad” de, digamos, 1880, en el Papa Noel actual. O haciendo que esas imágenes de insectos bailando o chivos felicitando las Navidades, resulten inasumibles e inidentificables como algo siquiera remotamente navideño hoy día. Incluso en una sociedad como la nuestra, algo desquiciada (no en general, pero si en algunos sectores influyentes como medios de comunicación, agencias de publicidad…).
Sin embargo, como señalaba Annie McCulloch, así veían, también, la Navidad en época victoriana y esas otras postales navideñas (o “Christmas”) son un documento inestimable para entender esa época a la vez tan cercana y tan lejana a la nuestra. Como lo demuestran esas imágenes incluso inquietantes, perturbadoras, de ranas e insectos convertidas en alegres motivos de felicitación navideña…
Al parecer, y siguiendo lo que se insinúa en el trabajo de Annie McCulloch, cabría deducir que de esa manera un tanto estrambótica, los victorianos trataban de acelerar la llegada de la primavera, donde insectos y batracios medran. Algo que para esas gentes victorianas -y sus, en realidad, dudosos sistemas de calefacción- podía constituir todo un alivio físico que siempre es de agradecer.
En cualquier caso, como todo en Historia, esas felicitaciones navideñas victorianas no resultarían -en el fondo- más extrañas que otras interpretaciones y re-interpretaciones actuales de los ritos de Navidad.
Por ejemplo en las latitudes vascas desde las que escribo estas líneas, la conversión (como recordaba Pío Baroja) del llamado “Orenzago”, “Orentzaro” u “Onenzaro”, una divinidad vasca protectora del fuego de invierno, en el actual “Olentzero”: una versión local actualizada del “Padre Navidad” victoriano…
Eso por no hablar de los nazis a partir de 1933, tratando de borrar del mapa -muy coherentemente con su ideología- la Navidad ya “fabricada” desde comienzos del siglo XX para retornar a la “pureza” de las festividades paganas -germánicas por supuesto- que tan sólo celebraban el retorno del sol durante el solsticio de invierno y no la llegada de un Mesías que predicaba paz y amor universal.
Manía nazi que, por cierto, ahora -según parece- están adoptando gentes cuya ideología pretende estar en las antípodas de aquellos salvajes de camisa parda y uniforme negro. Extraño maridaje ideológico que se justifica, al parecer, porque decir, hoy, “Feliz Navidad” en un país de tradición cristiana podría ofender a gentes de otras religiones…
Con lo cual habrá que deducir, en esta semana de Navidad, que los batracios y los insectos navideños victorianos, después de todo, no deberían parecernos tan raros en comparación con las ideas un tanto delirantes sobre la Navidad (reconvertida, desde cierta Izquierda identitaria, en felicitar, de nuevo, el Solsticio de Invierno nazi) que abundan hoy en algunas cabezas que, al parecer, tiene serios déficits de información histórica…