Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana, el día 17 de enero, se inaugurará una exposición en una de las casas de Cultura de la ciudad de San Sebastián. La conocida como “Okendo” pues se encuentra en un augusto lugar histórico: la casa del almirante Miguel de Oquendo, de donde deriva el actual nombre de esa biblioteca, sala de exposiciones, aulario para cursos y demás funciones habituales en, en efecto, una casa de Cultura…
La exposición me atañe personalmente, pues soy su comisario a solicitud de la empresa Zeregin, que es la que lanzó la idea que ahora, el día 17, empieza su andadura en los pasillos de esa casa de Cultura donostiarra desde las 10 de la mañana de ese día y hasta el mes de febrero, cuando sea reclamada por otras casas de Cultura, colegios, etc., para los cuales también ha sido pensada.
Esa exposición, que comienza este día 17, tal vez parezca, a quienes se acerquen a verla, una apuesta arriesgada contra la Historia como habitualmente se entiende.
Si hay quien se pregunta el porqué de esto, la respuesta es sencilla: esa exposición a inaugurar el día 17 en “Okendo” está dedicada a varias mujeres que relatan su propia versión de hechos históricos de alcance mundial. Y, además, la selección de esas mujeres se ha limitado a un territorio europeo como el guipuzcoano, casi inexistente en los mapas históricos, si lo comparamos con, por ejemplo, Gran Bretaña.
Sin embargo yo ya sabía perfectamente, cuando acepté el encargo, que esa tarea podía llevarse a cabo con éxito, por difícil, casi imposible, que pudiera parecer desde una aproximación a la Historia a veces simplista.
En un breve repaso de en qué consiste esa exposición, es, en efecto, sencillo darse cuenta del error de creer imposible abordar hechos históricos de gran impacto recurriendo tan sólo a las biografías de varias mujeres guipuzcoanas poco, o mal, conocidas.
Comencemos por la primera de ellas, la que abre esa exposición. La donostiarra Catalina de Erauso, la llamada “Monja Alférez”. Ella fue algo más que una rareza de nuestra Historia local. Cuando la situamos en su contexto histórico exacto (el de la Europa de finales del siglo XVI y comienzos del XVII) comprobamos, enseguida, que describe, con sus avatares personales, una empresa tan importante para la Historia mundial como la finalización del descubrimiento y colonización europea de América, reduciendo a las últimas naciones nativas americanas en lo que hoy es el actual Chile por la fuerza de las armas que ella, ocultando su condición de mujer, eligió como carrera. Una en la que la confirmaron tanto el Papa como el rey Felipe IV, maravillados por su prodigiosa vida que, dentro de la compleja mentalidad de aquella Europa barroca -que conquista y coloniza el mundo merced a las ambiciones de poderosas naciones-estado como Francia, Inglaterra y España- es lo que salva a esa “Monja Alférez” de convertirse en carne de ejecución por una vida en apariencia “antinatural” y, por el contrario, hace de ella una más de esas maravillas que la Europa barroca (católica o protestante) gustaba de conservar, mirar y admirar como fruto de los inescrutables designios de Dios…
Los avatares de Quiteria Cordero y Francisca de Garay, dos mujeres vecinas del puerto guipuzcoano de Pasajes (de las que ya algo se dijo en otro correo de la Historia), nos hablan en esta exposición, a su vez, de otra faceta de la Europa de la Guerra de los Treinta Años, esa que surge tras la Paz de Westfalia en 1648 y la Paz de los Pirineos en 1659, de María Teresa de Austria y su desdichada boda con Luis XIV. Aquel Rey Sol que quiso hacer girar la Historia alrededor de él…
La duquesa de Mandas, que, creo, ya no necesita presentación para el público habitual de este correo de la Historia, actúa, a su vez, en esta exposición como testigo y protagonista privilegiada de la Europa victoriana, “Belle Époque” que saltará por los aires con la “Gran Guerra” iniciada en 1914, en el año de su muerte.
La donostiarra Felisa Martín Bravo, igualmente parte de esta exposición, no tiene una importancia menor que la vida de esa aristócrata italiana ligada a San Sebastián por su matrimonio con Fermín Lasala y Collado. Felisa, una inteligente joven de la clase media donostiarra de comienzos del siglo XX, será una de las primeras doctoras en Ciencias Físicas. Educada, además, con Lord Rutherford en la Universidad de Cambridge, en el período de entreguerras, donde probablemente coincidió más de una vez con Eileen Power. Una de las pioneras académicas en eso que ahora llamamos “Historia de las mujeres”. O con físicos que más tarde participarían en el ahora famoso “Proyecto Manhattan” gracias a la película “Oppenheimer”.
Felisa, además, cerraba, en 1922, un siniestro ciclo intelectual que atañía a otra de las mujeres presentes en esta exposición: Inesa de Gaxen, acusada de Brujería en la actual ciudad de Hondarribia, en el año 1611, y cuya vida nos ofrece una faceta menos conocida de la famosa (y sanguinaria) Gran Caza de Brujas que sacude a Europa y sus colonias, durante los siglos XVI, XVII y XVIII, y que avanzará sobre acusaciones tan fantásticas como que esas mujeres (y unos cuantos hombres) eran capaces de alterar los elementos atmosféricos para causar catástrofes por orden del Maligno. Un absurdo científico desmentido por Felisa Martín Bravo, que será una destacada meteoróloga y pionera femenina en ese campo…
Sin embargo, de todas las presentes en esta exposición, creo que la madrileña Teresa Cabarrús (ya mencionada en otros correos de la Historia también) es la que más destaca como influyente en los acontecimientos de la Historia general. Nacida en Madrid en 1773, esta mujer hija de un rico comerciante ilustrado, fundador del futuro Banco de España, con raíces navarras en la localidad de Caparroso, tendrá un papel determinante (y así le fue reconocido) en el curso que tomará la revolución francesa con la que ella, como muchos miles de europeos, había soñado como medio para lograr un mundo mejor, más libre, más próspero, y no sólo para unos cuantos privilegiados como la casta de la que ella provenía.
Mientras la cuchilla de la guillotina cae implacable en una Francia que es ahogada en sangre -y convierte esa esperanzadora revolución en un episodio de horror- ella encontrará bastante coraje para escribir a su amante -el diputado Tallien- desde la cárcel en la que espera a ser ejecutada, y transmitírselo con sus palabras, para que se enfrentase a Robespierre y sus deshumanizados partidarios, reconduciendo la revolución a márgenes quizás menos incorruptibles, pero desde luego más esperanzadores y más humanos.
Como aquellos con los que soñaban ella y su tío Esteban, vecino de Pasajes en tiempos de aquella revolución -y conspicuo colaborador allí, en 1793, con los ejércitos revolucionarios- cuando conspiraban para que cayera aquel Antiguo Régimen en el que unos pocos privilegiados aplastaban con sus títulos y privilegios de cuna a millones de “plebeyos”. Desde simples campesinos a ricos burgueses…
Puede parecer ese de Teresa Cabarrús, un pequeño gesto, pero como bien se sabe, a veces estos son un gran paso para la Historia de la Humanidad. Y en este caso, como se podrá comprobar en la casa de Cultura “Okendo” desde este 17 de enero, son gestos hechos por una mujer con raíces familiares en un pequeño territorio europeo (el guipuzcoano) casi invisible pero que, al fin, produjo -o estuvo relacionado con- interesantes protagonistas femeninas de nuestra Historia general. Por más desconocidas (o mal conocidas) que hayan sido hasta hoy…