Por Carlos Rilova Jericó
“Has de comprender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos permitir que nuestras minorías se alteren o exciten (…) A la gente de color no le gusta El pequeño Sambo. A quemarlo. La gente blanca se siente incómoda con La cabaña del tío Tom. A quemarlo”.
Estas ácidas frases, impresionantes, sobrecogedoras (si se leen con atención) en su desnuda sencillez, proceden de una de las más aterradoras distopías que produjo el siglo XX junto con el “1984” de George Orwell.
El libro del que proceden esas frases que he citado en el comienzo de este nuevo correo de la Historia, lo escribió Ray Bradbury titulándolo “Fahrenheit 451”. Ese relato, ya desde ese mismo título (la temperatura a la que arde el papel), dejaba claro de qué iba a hablar: una sociedad futura en la que la Cultura, los libros… estaban prohibidos. Eran, de hecho, quemados por los bomberos que ya no tenían la función de apagar incendios en casas completamente ignífugas, sino convertirse en censores, en destructores de libros para que todo el mundo pudiera ser feliz. Para que ninguna minoría o grupo social se escandalizase o molestase por un libro que podía poner en solfa sus más asentadas creencias y lugares comunes.
“Fahrenheit 451” es, quizás, la obra maestra de Ray Bradbury. Y lo es por pasajes como ese del que he extraído esa cita, donde el capitán de la unidad de bomberos en la que presta servicio el protagonista -el disidente Montag- da a éste todo un paternal -y bien armado- discurso explicándole cuáles son los fundamentos de esa sociedad en la que viven. Donde leer, poseer una biblioteca, tener distintos puntos de vista… es peligroso y debe ser sancionado por la Ley. Una que dice que quien posee esos conocimientos, esos libros… es un ser antisocial y debe ser despojado de esa peligrosa arma -la biblioteca- y posteriormente apartado del conjunto de esa vida “civilizada”…
Últimamente muchos se preguntan si no estaremos viviendo ya en la profecía de Bradbury. Hay que reconocer que más allá de la ubicua conspiranoia (que hoy parece explicar cualquier cosa que pase) los Medios de Comunicación bien homologados dan base para que se encienda esa discusión. Es lo que ha ocurrido la semana pasada con las declaraciones del nuevo ministro de Cultura español, señor Urtasun, cuando dijo que los museos españoles debían ser “descolonizados”…
Ignoro si la idea era propia y exclusiva del ministro o salía de algún conjunto de asesores que consideraban que el nuevo ministerio debía adoptar medidas radicales, para demostrar que las cosas estaban cambiando según se había prometido en las elecciones.
Sinceramente, de verdad, ignoro también qué es lo que pretende el señor Urtasun. Como es habitual en España he leído de todo. No han faltado así encendidos admiradores de ese pasado llamado en el Franquismo “imperial”, que han dicho que el objetivo del ministro Urtasun es borrar en los museos el Siglo de Oro español, que para estos críticos habría sido, al parecer, el mejor de los tiempos posibles …
Podría ser. No me extrañaría incluso. Aunque también podría ser que el ministro pretendiera una seria empresa intelectual como la que dirigió uno de los mejores historiadores franceses del siglo XX, Marc Ferro, en su “Libro negro del colonialismo”, donde, con finas herramientas históricas, se describía en qué había consistido el Imperialismo europeo, sobre todo francés, en continentes como África.
Una labor de revisión del pasado necesaria, para saber, con todo detalle, lo bueno y lo malo -en abundancia- perpetrado por ese que Jack London llamaba “el inevitable hombre blanco” desde el siglo XVI al XX. Hasta que la descolonización acabó de empeorarlo todo.
Es posible, sí, que el ministro Urtasun no se haya explicado bien y sea eso lo que se busque con esa política de “descolonización” de museos, pero me temo que la cosa no vaya por esos derroteros finalmente. ¿Por qué? Pues la respuesta es muy sencilla. En España, como dijo un político italiano en los tiempos de la hoy desabrillantada Transición, falta finura. Y, se puede añadir, hay muchas, demasiadas, ocurrencias…
Echo aquí mano de mis recuerdos personales, de un viaje a Holanda durante la Semana Santa del año 2002. Todo empezó cuando conseguí -sin hacer demasiada cola- entrar en el célebre Rijksmuseum para ver “La ronda de noche” de Rembrandt que yo había estudiado -desde todos los ángulos- en mis años de instituto y de universidad. El cuadro de Rembrandt, la verdad, no me impresionó tanto como esperaba. Supongo que lo había visto reproducido tantas veces que ya tenía poco que contarme la famosa tela.
Lo que sí me llamó la atención fue otra sala del Rijksmuseum. Ésta dedicada a la Historia de Holanda. Allí, en un impresionante mapa electrónico, un grupo de chavales miraba con sus profesores lo que había hecho la VOC, la Compañía de las Indias Orientales holandesa. Acaso uno de los más crueles colonizadores europeos. Estos chavales comprendían así, con esa visita al Museo, las razones lógicas por las que Holanda es hoy -de momento al menos, hasta que llegue algún prócer con “ideas”- un país próspero, opulento… y las antiguas colonias de la VOC aún están tratando de zafarse de los problemas que tres o cuatro siglos antes hicieron caer sobre sus sociedades y economías compañías como esa misma VOC.
Justo para eso están los museos. Y las bibliotecas (al menos hasta que alguien piense que también hay que “descolonizarlas” a saber de qué manera). ¿Eso se hace hoy en los museos españoles? Si es así no sería necesaria “descolonización” alguna. Están cumpliendo a la perfección su función. Al menos en una sociedad realmente culta y avanzada. Justo lo contrario de la barbarie institucionalizada y maquillada de “Fahrenheit 451”. Si no es así, el equipo del ministro Urtasun tiene ahí una gran labor: ir museo a museo vigilando que en cada pieza expuesta se expliquen las cosas con sentido común (como mínimo) y, sobre todo, con el mismo fino criterio histórico que maestros como Marc Ferro nos han señalado ya.
La tarea podría ser hasta barata, porque quizás el ministro Urtasun no se ha fijado en otra gran misión que debería abordar un ministerio de Cultura que pretende ser de Izquierdas. A saber: la miseria casi generalizada (más allá de unas pocas figuras bien situadas y relacionadas) con la que se paga a muchos de los que, por distintos azares, trabajan en ese campo de la Cultura hoy en España. Algo que se resume perfectamente en una frase que el que estas líneas escribe tuvo que escuchar, a finales del año 2018 (y así quedó para la Historia), de una funcionaria de Hacienda: “Ah, ¿pero por eso se cobra dinero?”…
Sí, sin duda, el nuevo ministro de Cultura tiene una gran tarea ante sí. La primera asesorarse bien sobre cómo están las cosas realmente. Y asesorarse correctamente, no sea que caiga en la trampa de la egolatría del inevitable Hombre Blanco y se ponga excesivamente condescendiente y paternalista con las razas “racializadas”. Algunas de las cuales también deberían explicar y “descolonizar” cosas bastante feas y racistas.
Como, por ejemplo, el muy bien documentado trato vejatorio que los chinos del siglo XVIII dispensaban a los comerciantes europeos (españoles incluidos), reducidos en territorio imperial chino a “ghettos” bastante cuestionables -precursores de otros más siniestros- allá por el 1780 de nuestra era. Detalles que, en pro de la total descolonización museística -a escala no sólo española, sino mundial- nuestro emprendedor ministerio de Cultura también debería insistir en revisar.