Por Carlos Rilova Jericó
Suelo intentar que los sucesivos correos de la Historia no tengan como punto de partida hechos del presente inmediato. Sin embargo hay ocasiones, como la de hoy, en las que es difícil sustraerse a que, con éste, ya sean dos los correos de la Historia que estén ligados, de un modo u otro, a cuestiones de actualidad.
Si la semana pasada la Historia se entrelazaba aquí con la cuestión de las elecciones catalanas de este año 2024 (que tantas expectativas han levantado al final), el de este lunes toca, aunque sea de soslayo, el intento de magnicidio contra el presidente eslovaco Robert Fico el miércoles de la semana pasada.
Y es que, como siempre, detrás de los hechos actuales, siempre hay una, o varias, cargas de profundidad histórica.
Sobre lo ocurrido a Fico, para empezar, he leído de todo en esa maravillosa -y sincera- caja de resonancia que son las famosas “redes sociales”. Desde que el intento de magnicidio ha sido obra de un chiflado prorruso hasta que han intentado matar a Fico precisamente por ser prorruso…
Sin entrar en semejantes debates que demuestran que se puede manejar máquinas complejas -como un ordenador o Internet- con un grado de confusión mental notable, si que me gustaría hablar hoy aquí de la interesante Historia de ese país llamado Eslovaquia. Algo que, espero, quizás, aporte algo de luz sobre la situación allí. Para que se pueda juzgar, y hablar, con más rigor de todo ello.
Antes de existir como Checoslovaquia, toda esa área de Centroeuropa que abarca a esas dos repúblicas hoy separadas -Chequia y Eslovaquia- era parte del vasto Imperio de los Habsburgo desde el siglo XV, vagamente agrupada bajo el nombre de Bohemia, Moravia…
Desde entonces es una zona de alto valor estratégico, como lugar de paso hacia Oriente y hacia Europa occidental. Y una zona conflictiva por razones ideológicas. En efecto, en el siglo XV, antes de que Bohemia quede bajo dominio Habsburgo, estallan allí las guerras husitas. Una herejía religiosa precursora del Protestantismo. Ese primer conato será sofocado, pero resurgirá en el siglo XVII.
De hecho la tercera defenestración de Praga, en 1618, será la que abra la más larga guerra de religión provocada en Europa, cuando la nobleza bohemia se niegue a aceptar la imposición católica de los Habsburgo y arroje por una ventana del castillo de Hradcany a los enviados de la corte imperial.
Ese nuevo conato herético quedó sofocado, a su vez, en 1648, con la firma de la Paz de Westfalia que ponía fin a aquella guerra de treinta años y zanjaba, en general, las disputas religiosas en Europa.
Desde entonces Bohemia, Moravia, la región húngara de la que saldría la futura Eslovaquia… quedaron, hasta 1918, integradas en el Imperio de los Habsburgo. Una conveniente situación en unos momentos en los que Rusia, a partir de finales del siglo XVII, iba a empezar su expansión en la zona y un todavía pujante Imperio Otomano presionaba también sobre esos territorios no sólo para conquistarlos, sino para convertirlos al Islam.
Entreverada con muchos altibajos históricos, esa situación duró tanto como duró el imperio finalmente llamado “Austrohúngaro”. Es decir: hasta 1918, cuando tras la Primera Guerra Mundial la dinastía Habsburgo fue depuesta por una revolución y sus vastos dominios despedazados en nuevas naciones gobernadas por repúblicas. Bendecidas y aprobadas por las potencias vencedoras en esa guerra.
Así de los tratados de Versalles posteriores a 1918, salió la República de Checoslovaquia. Parece ser que a checos y eslovacos no les gustó demasiado la idea. A diferencia de lo que le ocurrió a la triunfante república francesa, que ansiaba esa clase de gobierno (a su imagen y semejanza) en el Este de Europa.
La república checoslovaca se mantuvo hasta 1939, fecha en la que la nueva Alemania de Hitler se la anexionó creando el Protectorado de Bohemia y Moravia. A diferencia de lo que ocurriría con Polonia, los garantes principales del Tratado de Versalles de 1918 (Francia y Gran Bretaña) se abstuvieron de intervenir contra las pretensiones expansionistas del régimen nazi con tal de evitar una nueva guerra que, finalmente, no se evitó.
Eso mantuvo a Checoslovaquia en el ojo del huracán histórico convertida en una de las principales zonas de Europa donde se combatía el proyecto fascista totalitario del III Reich, con la excepción, hasta 1944, de la República Eslovaca de monseñor Tiso…
Tanto novelas como películas han hecho famosos esos tiempos y sus hechos, como el atentado contra Reinhard Heydrich, el “protector” de esa Checoslovaquia ocupada. Entre las películas contamos con algunas como “El hombre del corazón de hierro” (sobre la que ya hablaba otro correo de la Historia en 28 de agosto de 2017) o “Un mundo azul oscuro”, que cuenta la triste historia de los pilotos checoslovacos integrados en la RAF británica, abandonados a su suerte a partir de 1945, para no provocar, en esta ocasión, a la Rusia de Stalin. Entre las novelas se puede destacar “HHhH” de Laurent Binet, que describe con minuciosidad el atentado contra Heydrich perpetrado por miembros de la resistencia integrada tanto por checos como eslovacos.
Otra novela que nos traslada a esos momentos históricos -y otros posteriores- es “La hora estelar de los asesinos” del checo Pavel Kohout. A través de una trama policíaca que recuerda mucho a la impresionante película “La noche de los generales”, Kohout describe el fin del protectorado nazi en Checoslovaquia y la llegada de los soviéticos. Drama histórico que desencadena años después, como insinúa la novela, la enésima rebelión en la zona. Esta vez contra el protectorado de facto soviético que llevó a la llamada Primavera de Praga que, en realidad, había empezado en enero de 1968 y se prolongaría hasta agosto de ese mismo año.
Esos acontecimientos, en los que tanto checos como eslovacos se enfrentaron a los soviéticos y sus tanques T-62, culminaba -hasta la famosa caída del Muro de Berlín de 1989- las conmociones históricas en esa delicada parte del mapa de Europa que, desde este miércoles pasado se ha vuelto, sin embargo, a conmover con el atentado contra el presidente eslovaco Fico, jefe de una nación que ansiaba existir, pero separada de Chequia, desde hacia años.
Los nazis ya sabían en 1938 que esa región europea denominada entonces “Checoslovaquia” era extraordinariamente peligrosa porque (aparte de su posición geoestratégica) estaba habitada por gente que -aun siendo “subhumanos eslavos” para ellos- disfrutaba de una rica vida económica y, por ende, de una cultura política muy desarrollada. Un juicio nada desencaminado y que, parece ser, todavía es hoy extraordinariamente vigente a la vista de lo ocurrido este miércoles pasado en Handlová, donde se ha tiroteado al actual presidente de Eslovaquia por motivos políticos de pronóstico histórico bastante reservado. Tanto como los de la rebelión husita de 1436, los de la tercera defenestración de Praga en 1618, o los de la Primavera de 1968…