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Carlos Rilova

El correo de la historia

En el centenario de Chillida. ¿Hagiografía o Historiografía?

Por Carlos Rilova Jericó

A causa de estar impartiendo este año un curso sobre Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, descubrí ciertas cuestiones interesantes acerca de ambos escultores que iban más allá de lo que consideramos, simplemente, Historia del Arte.

Las citadas cuestiones interesantes partían de un artículo del periodista pamplonés Hedoi Etxarte en la revista “CTXT”. Allí Etxarte se quejaba de que, en los fastos por el centenario de Chillida, destacadas firmas en un suplemento especial de “El Diario Vasco” -como la del presidente del gobierno o el alcalde donostiarra- hablasen sólo en tono laudatorio -hagiográfico- del famoso escultor y nada dijesen de aspectos mucho más cuestionables relacionados con supuestos vínculos entre el padre del artista (militar de carrera) y el régimen dictatorial franquista.

No me extenderé mucho más en esto, remitiéndome a lo que dice el propio Etxarte en su artículo de este 10 de enero que recomiendo leer. Antes o después de leer éste.

De lo que sí voy a hablar es de ciertas afirmaciones que Hedoi Etxarte se permite en ese artículo concatenando el hecho de que el padre de Eduardo Chillida fuese militar en 1936 (y estuviese al frente de tribunales sumarísimos tras la guerra) con el posterior éxito mundial de su hijo como escultor. Según Etxarte todo eso se puede constatar, en parte al menos, gracias al expediente militar de Pedro Chillida al que él alude como fuente… y aquí es donde el artículo de Etxarte empieza a ser cuestionable.

Tanto en Periodismo como en Historia el contraste y comprobación de fuentes es fundamental. Así que indagando en la biografía de Eduardo Chillida para mis clases, acabé haciéndome, merced a los buenos oficios de la Sala Histórica del Acuartelamiento de Loyola, con una copia del citado expediente del que Etxarte decía sacar esas afirmaciones. Pronto descubrí ahí que las afirmaciones de Etxarte al respecto eran dudosas. En efecto: en la parte del expediente en la que se hablaba de la actitud de Pedro Chillida durante el golpe del 18 de julio no se le señalaba como cabeza del mismo (ocasión que aquella administración militar no habría dejado de ensalzar a bombo y platillo). Tan sólo se decía que el 20 de julio de 1936 “fue arrestado en su domicilio por los elementos del Frente Popular”. Además de eso al parecer la detención fue breve, porque el 30 se le pidió telefónicamente que se pusiera al frente de una columna que debía salir a combatir a los sublevados.

Parece pues evidente que el padre de Chillida no debía ser, al contrario de lo que dice Etxarte, una de las cabezas del golpe ya que diez días después de que el Frente Popular, y sobre todo la CNT, se hicieran con el control de San Sebastián, no había sido fusilado ni estaba detenido y se le confiaba el mando de toda una columna.

Ciertamente Pedro Chillida -como muchos militares y hasta intelectuales poco sospechosos de Fascismo como Unamuno- tampoco parecía, según ese documento, estar muy a favor no tanto de la República como del hecho de que ésta había quedado en manos de facciones revolucionarias con no muy buena fama tras lo ocurrido, por ejemplo, en Rusia durante su guerra civil y la posterior dictadura de Stalin.

Así el comandante Chillida, ese 30 de julio de 1936, se excusa de ponerse al frente de esa tropas alegando… una baja por enfermedad. A partir de ahí queda prisionero en Ondarreta. Situación de la que sale bastante bien librado pues no es ejecutado como otros presos. Esa situación acaba en 1937, cuando consigue salir -también con bastante fortuna- del barco prisión Arantzazu-Mendi sin mayores represalias que haber sido enviado a celdas de castigo en la cárcel de Larrinaga por negarse a trabajar en obras de fortificación en torno a Bilbao.

Tras la entrada en esa villa de las que el documento califica como “nuestras Gloriosas Tropas”, Pedro Chillida regresa a San Sebastián y, presentado ante las nuevas autoridades militares, es enviado a Burgos y sometido a “la información consiguiente” que lo considera apto para servir en el Ejército franquista.

A partir de ahí ¿surge el cazador de rojos incansable del que habla Etxarte? Lo cierto es que Pedro Chillida combate en el bando sublevado (no parecía tener muchas opciones tras el 30 de julio de 1936) hasta caer herido en 1938. Desde ese momento su carrera se declara sólo apta para trabajo burocrático tras ser examinado por el Tribunal Médico del hospital donostiarra rebautizado como “del Generalísimo Franco”.

Así se le darán misiones de despacho, aunque ligadas a la represión de posguerra. El expediente dice que el 12 de febrero de 1939 es destinado a la llamada Comisión Clasificadora de prisioneros de Guerra de Cataluña. De ahí pasa a juez de lo que ese documento califica de juicios sumarísimos a funcionarios civiles en Cataluña y luego a presidir el Consejo de Guerra Permanente nº 3. Así hasta el 9 de agosto. De ahí en 1940 pasará a comisiones menos tenebrosas mientras asciende en la escala de mando hasta el grado de teniente coronel donde oscila -entre 1940 y 1951- en empleos que van desde administrar cajas de reclutas, a profesor para oficiales provisionales, situaciones en las que es relegado a “disponible forzoso” y “disponible voluntario” y diversos mandos que lo implican, por ejemplo, en las operaciones de 1946 cuando el régimen teme que los aliados ataquen España para restaurar la República o similar.

De lo que no hay más indicios ahí es de que el ya teniente coronel Chillida se dedicase, tras unos meses entre 1939 y 1940 y 1941, a “cazar” más “rojos”.

El expediente tampoco nada dice de si el padre de Eduardo Chillida fue, aunque sólo fuera in pectore y en prudente silencio, uno más de los muchos militares arrepentidos de haber apoyado a Franco. Como Queipo de Llano o Kindelán.

Muchas opciones, una vez más, no parece que tuviera desde su posición más bien neutral en 20 de julio de 1936. En cualquier caso lo que queda claro tras el examen del documento que citaba el mismo Hedoi Etxarte es que la pintura negra de Pedro Chillida tiene escaso fundamento en ese mismo documento. Aparte de su presencia durante algunos meses de 1939 a 1940 en los juicios sumarísimos, no aparece por ningún lado ni el militar que el 18 de julio se convierte en cabeza del golpe en San Sebastián ni el incansable perseguidor de “rojos” hasta el año 1951.

Sin ánimo de ir más lejos salvo señalar esos notables descuidos en el reivindicativo artículo de “CTXT”, habría que constatar aquí que si se quiere hablar en este centenario de todo lo relacionado con el escultor Chillida, sin hagiografías, como propone airado Hedoi Etxarte, eso debería hacerse con más cuidado, con más método historiográfico y con la misma comprensión científica, aséptica, que él pedía (y no sin acierto) para, por ejemplo, futuras historias del grupo terrorista ETA. Si esto es válido para ese caso, también debería serlo para militares que acaban la guerra en el bando franquista. Sin que eso implique, como es exigible en Periodismo y en Historia, ni antipatía ni simpatía alguna por unos o por otros. Tan sólo la profesional búsqueda de una información completa y objetiva para ofrecerla a un público que debe saber que, a partir del 18 de julio de 1936 (y sobre todo desde 1945), las cosas fueron de un color más gris que blanco o negro rotundo.

Algo que sabían muy bien artistas que triunfaron durante el Franquismo. Tanto hijos de militares como Eduardo Chillida, como otros más o menos contrarios al régimen. Como Jorge Oteiza o Nestor Basterretxea (cuyo centenario también se cumple este año). Todos ellos (mejor o peor avenidos según la ocasión) autores de una de las mayores hazañas en la Historia del Arte mundial de la que, por cierto, hablaré este mismo domingo 7 de julio en el Museo San Telmo de San Sebastián. Pues, realmente, hay mucho de que hablar, todavía, sobre este tema. Con poca o ninguna Hagiografía y sí mucha Historiografía de por medio…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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