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Carlos Rilova

El correo de la historia

Piratas, abordajes y capitanes de mar y guerra. El secreto mejor guardado de la Casa de Alba. Vida de Pedro Fitz-James Stuart (1720-1790)

Por Carlos Rilova Jericó

Últimamente, cada verano, San Sebastián recibe una visita ilustre durante unos días que revive, de alguna manera, aquella “Belle Époque” en la que toda la corte de Madrid se trasladaba hasta las orillas de La Concha, y de la que ya hablamos en esta página.

Se trata de Cayetana de Alba, duquesa de ese mismo nombre, que mantiene el palacio de la familia en la ciudad y hace uso de él, continuando la tradición iniciada a mediados del siglo XIX, cuando la controvertida Isabel II puso de moda los “baños de mar” y decidió que el reino se gobernase, durante los veranos, desde las orillas del Cantábrico, con el consiguiente traslado de toda su corte hasta allí.

Sobre la duquesa de Alba sabemos muchas cosas. Como dijo una bella modelo años ha en un lapsus de lo más recordado, suele estar casi siempre “en el candelabro”.

Lo que seguramente ya es más difícil que sepamos son otras cosas sobre la familia de la que proviene esta aristócrata y cómo llegaron a ganarse esa confianza que los llevó a convertirse en parte imprescindible de esa corte que se trasladaba con el rey -o la regente- de Madrid a San Sebastián cada verano. Son asuntos que parecen un secreto, a pesar de no serlo, más que nada porque se han pasado por alto frente a otras cuestiones relacionadas con los Alba….

Ese sería el caso de la vida del capitán de navío Pedro Fitz-James Stuart. Para empezar hay que decir que de los Fitz-James Stuart nada se sabía por aquí hasta comienzos del siglo XVIII, cuando el testamento de Carlos II cedió el trono español a la casa Borbón. De los duques de Alba, con los que los Fitz-James Stuart acabarán emparentando, sí se sabía. Por supuesto.

Desde el siglo XVI, por lo menos, eran una parte, una vez más imprescindible, de la maquinaría que gobernaba una monarquía que abarcaba dos hemisferios y que, como todas las grandes potencias, estaba obligada a sostener muchas guerras para seguir siendo eso, una gran potencia. Uno de los Alba, el llamado gran duque de Alba, al que Tiziano pintó un retrato en el que aparece revestido de armadura y con una impresionante barba bífida, se ha convertido, por ejemplo, en un tópico famoso, un verdadero ogro para los niños de la actual Holanda, donde todavía se les dice que vendrá el duque de Alba si no se portan bien…

En el polo opuesto estaría Pedro Fitz-James Stuart y Colón de Portugal, de Boiurk y Ayala, nacido en Madrid el 6 de noviembre de 1720.

La vida de este hombre, tan poco conocida, eclipsada por antepasados con retratos pintados por Tiziano, fue, sin embargo, de la clase de las que han inspirado a los autores de eso que llaman “novelas navales”. Fundamentalmente británicos como C. S. Forester, el padre literario del famoso Horatio Hornblower, Alexander Kent, o el más conocido de todos: el también famoso Patrick O´Brian, que ha batido records de ventas con su serie del capitán de la Marina de Su Graciosa Majestad, Jack Aubrey, al que muchos pondrán la cara de Russell Crowe, que lo interpretó en la versión cinematográfica de alguna de esas novelas rodada por Peter Weir a comienzos de este siglo XXI.

Así es, Pedro Fitz-James era uno de esos marinos reales pero con una vida que podría haber sido de leyenda o, por lo menos, de novela, y en la biblioteca Koldo Mitxelena de la Diputación guipuzcoana hay un documento que lo corrobora. Se trata de un pequeño libro de edición muy cuidadosa -más aún para una época tan descuidada en estas y otras cosas como la de la España de los años 50- digna, de hecho, de la Editorial Siruela, fundada por otro Alba, y dedicada desde hace más de dos décadas a la edición de alta calidad.

Es una copia de lo que los editores del texto -el Museo Naval de Madrid- llaman “la Relación del Capitán de Navío don Pedro Stuart, comandante del Dragón”, fechada en el año 1751. Lo primero que hace ese pequeño libro editado en 1952, es contarnos la vida del capitán Fitz-James Stuart. El encargado de hacerlo es otro capitán de mar y guerra como él, Julio F. Guillen. Él nos dice que Pedro Fitz-James era el hijo segundogénito de James -Jacobo-, duque de Liria, Xerica y Berwick, y Catalina Nuño, hermana de don Pedro Nuño, Almirante mayor de las Indias, duque de Veraguas (sic), títulos que ella hereda en 1733 cuando él muere. También tenían título de marquesado de San Leonardo, que don Pedro Fitz -James Stuart usará desde 1764. Todo eso, en definitiva, hacía del capitán descendiente de, nada menos, que Cristóbal Colón.

La carrera de Pedro Fitz-James empezó cuando Felipe V, al que su padre, el duque de Berwick, había servido tan bien durante la Guerra de Sucesión -aunque después, en 1719, se enfrentase a él, asediando y capturando Hondarribia-, le concede un despacho de capitán de Caballería. Una comisión que no le aprovechará mucho prefiriendo hacer honor a sus ancestros enrolándose en el servicio naval el 9 de mayo de 1736 como guardiamarina en Cádiz.

Embarca por primera vez en 29 de agosto de 1737, en un jabeque. Un tipo de embarcación habitual en la lucha de corso contra los corsarios -o piratas, dependiendo del punto de vista- berberiscos. A bordo de él aprenderá su oficio de marino de guerra protegiendo a los convoyes que abastecen las plazas fuertes españolas en África del Norte.

Después de eso pasará a formar parte de la dotación del Astuto, un navío de 70 cañones. En él dará escolta desde Canarias a los convoyes de América. En agosto de 1740 lo ascenderán a capitán de fragata. Con ese mando tomará parte en el asedio de Cartagena de Indias en 1741, donde Blas de Lezo detendrá el asalto de un más que considerable ejército británico enviado, bajo mando del almirante Vernon, a hacerse con el control de esa plaza, considerada como la llave de la América española. En 1745, mientras otro Stuart, Carlos -el llamado “bello príncipe Charlie”-, intenta recuperar para esta casa el trono británico con la inestimable ayuda de España y Francia, sublevando, por última vez, a sus partidarios escoceses, Pedro Fitz-James Stuart, su primo más o menos lejano, obtendrá el rango de capitán de navío en la fragata Aurora, de 28 cañones. Con ella navegará por el Mediterráneo.

En 1750, finalmente, el capitán Fitz-James Stuart obtendrá el mando del Dragón, de 60 cañones, y el América, de igual porte, que capitanea Luis de Córdoba.

 

La misión de esa pequeña escuadra de dos navíos bajo su mando será limpiar de berberiscos el Mare Nostrum. Llevándola a cabo tendrá varios encuentros con esos corsarios -o piratas, dependiendo del punto de vista- al servicio de la regencia de Argel que, al menos teóricamente, obedece a ese Imperio Turco, de cuyo fin hablaba la semana pasada en esta misma página. Sin embargo, sólo alcanzará categoría de memorable el choque que sostiene contra el Danzik y el Castillo Nuevo. Respectivamente de 60 y 50 cañones.

Ese combate naval dio, en efecto, origen a un poema y se quisieron hacer medallas conmemorativas por parte de la Real Academia de la Historia española, ya fundada en aquel entonces. ¿Era para tanto?. Veamos.

La relación impresa del combate con esos dos navíos berberiscos que acabó publicándose y se reprodujo doscientos años después, en 1952, es de corte militar, claro está, por lo tanto bastante escueta y seca. Aún así nos puede contar muchas cosas.

Dice, por ejemplo, que el 28 de noviembre de 1751, al amanecer, al O.S.O del Cabo de San Vicente, a 52 leguas por Barlovento, los serviolas del Dragón y el América  avistan a dos leguas de ellos dos navíos grandes, a los que darán alcance por la popa. En ese momento los navíos desconocidos harán lo único que se podía hacer para identificarse antes de la Era de las Telecomunicaciones. Es decir, largar bandera en la popa del navío. En ese caso la elegida fue la holandesa. Los españoles responden con la británica -en el caso de Fitz-James una elección totalmente justificada, por otra parte-. Por supuesto aquel truco de las falsas banderas sólo podía engañar a marinos muy novatos. Justo lo que no era el capitán Fitz-James Stuart, que ordena a sus hombres que sigan a los dos barcos desconocidos, tratando de alcanzarlos por Barlovento para poder saber quiénes son de verdad.

Los corsarios berberiscos no darán tiempo a esa maniobra que los iba a descubrir. Cuando el Dragón se les acerca por la aleta de Babor, largan bandera argelina y confirman que ese era su verdadero origen disparando el cañonazo de aviso habitual en esos casos. El Dragón, tras un rato, izó la bandera española y rodeará a los berberiscos seguido por el América. En ese momento, según dice la “Relación”  descubren que se van a enfrentar a los dos mayores navíos de la Regencia de Argel: el  Danzik de 60 cañones y el que ese documento llamaba Navío Nuevo, de 54.

Las primeras órdenes de combate del capitán Fitz-James Stuart serán tratar de separar a los dos enemigos. Ese objetivo fundamental se conseguirá a las 11 de esa mañana de finales de noviembre de 1751. Tras dos andanadas pondrán en fuga al Navío Nuevo. Desde ese momento el Dragón, bajo el mando directo de Pedro Fitz-James, persigue al Danzik a toda vela. Lo cañoneará toda la tarde, pero no puede ponerse a su altura hasta las cinco y media. A partir de esa hora los dos navíos se enfrentarán costado contra costado, muy cerca. A tiro de fusil, como dice la “Relación”. Se inicia así un combate que dura hasta las dos y media de la madrugada.

En esos momentos el Danzik estaba muy tocado, sin mastelero de gavia y cortada su driza mayor. El Dragón, por su parte, se retirará a recomponer sus velas, todas hechas pedazos por el fuego enemigo “que fué horroroso”, según dice la “Relación”, siendo relevado por el América.

Hasta las ocho y media de la mañana del 29 de noviembre no está en condiciones de volver a combatir y eso sólo tras envergar una gavia nueva, que le habían hecho añicos en el primer encuentro.

En ese momento el América, que también ha sufrido daños considerables en ese combate nocturno, tendrá que ser relevado entonces, a su vez, por el Dragón. El navío del capitán Fitz-James Stuart combatirá con el berberisco hasta las dos y media de la tarde, hasta que la mar, movida con viento N.O., los separa. Sin embargo, el Danzik ha quedado muy castigado tras ese segundo encuentro con el Dragón. La “Relación” dice que había perdido el palo de Mesana, estaba “con la Popa hecha mil pedazos”, sin posibilidad de maniobra y con las velas cribadas de cañonazos españoles. El Dragón, además, le había colocado ocho balazos a la lumbre del agua. Es decir, en la línea de flotación. Una situación muy peligrosa, que podía enviar a pique al navío, y llevó a Mahomet Chirif, arráez del Danzik, a tratar de arriar la bandera en señal de rendición. Según dice la “Relación” no llegará a hacerlo porque los turcos de la Tayfa a bordo del Danzik mandan volver a levantar bandera amenazando, además, con matar al arráez .

Un esfuerzo inútil porque a las cuatro y media del 1 de diciembre el Danzik tendrá finalmente que arriar tras soportar descargas continuadas por parte de los españoles. En ese momento arbolará bandera blanca al ver que se iba a pique según cuentan los cautivos cristianos a bordo de esa nave berberisca después de la rendición al teniente de fragata Domingo Martineli.

 

Los carpinteros y calafates del Dragón dirán que, en efecto, no hay manera de mantener a flote al Danzik, que tenía el casco pasado y repasado a balazos. Muchos en la lumbre del agua. No habrá pues botín. Sólo algo de pendolaje -frioleras dice la “Relación”- que cogen los que ayudan a transbordar a moros y cautivos al Dragón y al  América. Se decidirá, en efecto, dar fuego a los restos del Danzik, que arde entre las 9 de la noche y las 2 de la mañana del día 4 de diciembre, que será cuando la pequeña escuadra del capitán  Fitz-James ponga proa a Cádiz.

Dice la “Relación” que así acaba la Capitana de Argel. Ese documento que, al fin y al cabo, es también propaganda de guerra española, censurará la barbarie con la que luchan los berberiscos, negándose a rendirse al segundo día de combate, de acuerdo a los civilizados usos de los europeos del siglo XVIII. También censurará ese documento el suicidio de algunos berberiscos, arrojándose al mar con todas sus armas, al ver que el Danzik se rendía. Tras eso la “Relación” ya sólo tenía espacio para las estadísticas de aquella formidable batalla naval: durante los cuatro ataques se habían disparado 4.444 cañonazos y 4.600 fusilazos. Se mató a 190 turcos, cayendo prisioneros 323 más 6 renegados -cristianos pasados al Islam- y se liberará a 50 cautivos, esclavizando en cambio a 69 argelinos.

Gracias a esa victoria Pedro Fitz-James Stuart ascenderá a Jefe de Escuadra, quedando al mando de una de tres navíos y dos fragatas. Con ella hace la ruta de El Ferrol al Canal de la Mancha, pasando por los arsenales de Plymouth, Brest y Rochefort. Dará también escolta al embajador de España en Lisboa.

Luego vuelve al Mediterráneo. Cuando Carlos III pasa del trono de Nápoles al de España, su insignia se arbola en el Galicia, de 70 cañones. No habrá muchos incidentes en esa última misión del capitán Fitz-James. Aquel viaje, que iba a inaugurar uno de los reinados más brillantes de España, sólo causó algunos mareos a la reina y a varios tripulantes por la muy mala mar que se tuvo que afrontar…

Después de eso el capitán Fitz-James Stuart no hará más servicio de mar. Pasará a la corte y acabará su servicio en ella en 1789 con cargo de Capitán General de la Armada. Morirá en 1790, retirado en el monasterio de Nuestra Señora de Sopetran.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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