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Carlos Rilova

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Historia y reconstrucción histórica en el 250 aniversario de la desanexión de la ciudad de Irún (1766-2016)

Por Carlos Rilova Jericó

Este viernes pasado tuve una feliz -aunque algo cansada- ocasión de ver cómo por nuestras latitudes geográficas avanzamos a buen ritmo en el aprendizaje de la Historia. Algo que, aunque no se hable mucho de ello en los Telediarios, es un signo positivo de desarrollo económico para cualquier sociedad que se someta a ese examen.

La feliz ocasión en concreto tuvo lugar en un edificio inaugurado en el año 1763 -el Ayuntamiento de Irún- donde con una conferencia de uno de nuestros asociados, Iñaki Garrido Yerobí, se dio comienzo al que parece ir a ser un rico programa de actos culturales para conmemorar en esa ciudad guipuzcoana precisamente su fundación como población independiente hace ahora 250 años, en el, a veces, turbulento año de 1766.

Uno de los primeros signos positivos que percibí en ese acto fue la masiva presencia de público. De hecho, todos los asientos disponibles estaban ocupados y muchos asistentes tuvieron que permanecer fuera del salón de plenos de ese Ayuntamiento de 1763 donde se daba esa conferencia. Incluso hubo parte de ese público que tuvo que seguir el discurso desde una sala próxima.

Habría en total cerca de ciento cincuenta personas para oír esa conferencia. Algo nada común -al menos hasta ahora- en actos de este tipo y menos cuando el tema del que se trata es de Historia política, que suele resultar para el público en general, y hasta para muchos historiadores, un tema demasiado árido.

Con ese punto de partida tan positivo se fue desarrollando la conferencia, seguida con tanto interés por tanto público, que así quedó enterado de cómo la ciudad se desanexionó de la población y plaza fuerte de Fuenterrabía -hoy Hondarribia- a la que pertenecía, desde la fundación de dicha villa, lo que luego será el término de Irún.

Fue un proceso largo y duro, salpicado de rebeliones contra el señorío jurisdiccional de los hondarribiarras, que exigían ante la Corona de Castilla el dominio prácticamente absoluto sobre el término irundarra por cuestiones tácticas.

Es decir, porque de no tener ese control, a discreción, de esas tierras, la plaza fuerte, esencial para la defensa del reino de Castilla primero y de España después, quedaba expuesta por uno de sus flancos, pudiendo el enemigo hacerse fuerte allí y hostigar y estrechar un asedio -como en 1476, 1638, 1719…- sobre las murallas hondarribiarras.

Los vecinos de la llamada “Universidad de Yrun-Uranzu” se revolvieron, como decía, en varias ocasiones contra esa discrecionalidad hondarribiarra. Unas veces protestando ante los tribunales del rey para poder constituirse en término municipal independiente. Otras haciendo uso de un recurso bastante habitual en la Europa de los siglos medievales y modernos. Es decir: la violencia física.

Hubo sonadas rebeliones en 1499, en 1667… De todas ellas traté en un libro que ahora sólo encontrarán en bibliotecas: “Dueño y señor de su estado”, donde el actual Ayuntamiento hondarribiarra hizo un generoso balance -al financiar esa investigación en el año 1998/1999- de esa parte turbulenta, pero real, del pasado. También, hubo rebelión y turbulencia, como nos recordó Iñaki Garrido, en el siglo XVIII, cuando la desanexión es ya inminente o está casi establecida, llegándose al enfrentamiento físico entre vecinos de ambas poblaciones y a la intervención, para calmar los ánimos, incluso de la temible Infantería pesada dieciochesca, representada en esas latitudes y en esos momentos por un regimiento de línea establecido -como era habitual- como guarnición en la zona.

Para recordar estas y otras circunstancias históricas se ha previsto, como decía, todo un programa de actividades que dio comienzo este viernes con la mencionada conferencia. En ella también pude comprobar cómo se va elevando nuestro nivel de desarrollo cultural que -insisto- también es nivel de desarrollo económico (pregunten, por ejemplo, en Dinamarca).

En efecto, en el marco de la conferencia se empotró una pequeña reconstrucción histórica. Algo que los famosos países “de nuestro entorno” llevan haciendo desde hace años y cuyo objetivo es acercar a un público no especializado eso: una reconstrucción lo más exacta posible de la época de la que se está hablando (en el caso que nos ocupa, mediados del siglo XVIII europeo).

Eso es lo que ocurrió allí, en el Ayuntamiento de Irún, este viernes pasado. Tres hombres (entre ellos Aritz Irazusta y Aritz López Arrúe, consumados y veteranos reconstructores pese a su juventud) y una mujer, trataron de acercar a ese ávido público, ropajes, lenguaje y maneras de los guipuzcoanos del año 1766. Más concretamente de guipuzcoanos de los estratos medios y altos de esa época.

En general el público reaccionó bien ante esta reconstrucción histórica. Y eso también es todo un éxito. Lo primero porque las reconstrucciones, en general, son una flor, como decía, relativamente reciente entre nosotros a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña, por sólo citar algunos ejemplos. Las reconstrucciones civiles, como era el caso de la del viernes, tienen además un plus añadido de dificultad, porque son aún más raras para el público peninsular que las de tipo militar -ya más habituales- y porque la carga de la acción en ellas recae sobre un número más reducido de personas, que deben hablar, moverse, protagonizar, interactuar con el público sin limitarse a reproducir una batalla que, al fin y al cabo, requiere mucho menos trabajo de interpretación.

Aparte de eso la reconstrucción civil del estilo de la que se desplegó en Irún este viernes, tiene otra dificultad añadida: al exigir una interacción tan intensa con un público actual se acaban desatando situaciones de cierta comicidad que algunas personas poco avezadas en este tipo de artefactos culturales pueden malinterpretar, creyendo que están viendo una obra de teatro bufo o de calle.

Nada más lejos de la realidad, pero el problema es que esa interacción de personajes de, en nuestro caso, el siglo XVIII y público del siglo XXI, que desata esas situaciones que pueden parecer un ejercicio de teatro de bolsillo cómico, son la única alternativa a introducir en escena a unos personajes de época que se comporten de forma hierática, paseándose como espectros entre un público que los ve, pero al que ellos ignoran y con el que no tienen ninguna interacción. Algo que no tiene el menor sentido, desde luego si lo que se pretende es acercar al público general a la Historia y no alejarlo más aún de ella ofreciéndole un espectáculo aburrido o incluso tétrico.

Por suerte para nosotros nuestro público del viernes, aparte de reírse un poco con ese choque cultural entre su manera de ver el Mundo y la que podía tener un caballero o dama “con posibles” del año 1766, apreciaron a los reconstructores, a su esfuerzo por acercar lenguaje, ropas, ideas y maneras de ese año hasta ellos, para que los pudieran ver de manera tangible, cercana, no encerrados tras las páginas de un libro o en la vitrina de un museo.

Ciertamente hubo una casi inapreciable minoría que pareció no entender el significado del enorme esfuerzo de reconstrucción histórica que hicimos este viernes. Así, por ejemplo, hubo entre el público una intervención -en euskera- para señalar que los reconstructores -a los que se confundió en esa intervención con actores y actrices de Teatro- hablasen sólo en castellano cuando, en aquella época, 1763-1766, la lengua del “pueblo” – “herri” según dicha intervención- era también el euskera…

Una pena, ciertamente, que la reconstrucción, la interacción, no alcanzase a explicar a esa pequeña parte del público que en 1763-1766 las personas de la condición social que se estaba tratando de reconstruir en la acción del viernes no hablaban en euskera entre ellos -a pesar de ser euskaldunes originarios- porque en la fecha el euskera -llamado sin ningún complejo ni sentido peyorativo “bascuence” o “lengua vulgar bascongada”- era, salvo muy raras excepciones, una lengua ancilar. Es decir, que sólo se usaba para dirigirse a los sirvientes y a personas de baja esfera -como se decía en la época- que no dominaban la también llamada “lengua vulgar castellana” o el latín, incluso otros idiomas como el francés, que eran en los que se expresaban las personas representadas en la ruidosa y, en general exitosa y risueña, reconstrucción histórica con la que se trató de acercar la Historia a un público ávido de aprender esa necesaria materia.

Un interesante reto, en cualquier caso, ese añadir un plus de información -sobre, por ejemplo, qué se hablaba y dónde en determinadas ocasiones del pasado- en siguientes ocasiones en las que podamos constatar, por medio de ricas acciones culturales como la de este pasado viernes, que este país, pese a todas las dificultades, va creciendo, desarrollándose en todos los sentidos.

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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