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Carlos Rilova

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El curioso rótulo de las peluquerías y barberías. Un apunte sobre la Historia del Analfabetismo

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana, decididamente, me voy a centrar en un tema amable, que no tenga nada que ver con ese punto en el que la Historia se cruza con la actualidad que -se lo aseguro- puede resultar un tanto molesto, agotador, enojoso. Así pues, trataremos de aprender algo útil a partir de una curiosidad en la que ya habrán reparado al pasar por delante de una barbería o peluquería.

Se trata de la Historia del curioso artefacto que tienen esas tiendas colocado ante ellas. El llamado “poste de barbero”. Un cilindro blanco que da vueltas -aparentemente sin fin- moviendo en torno a él dos líneas. Una de color rojo y otra de color azul. Supongo que, aún en esta época en la que Internet difunde rumor tras rumor, anécdota tras anécdota, esa curiosa historia es bastante desconocida para la curiosidad de una buena parte de la comunidad lectora de esta página.

Vamos a intentar remediarlo y, ya de paso, a tratar de poner algo de valor añadido a las respuestas que a ese respecto puedan dar en foros, comentarios, enciclopedias electrónicas, etc…

El tubo blanco con las rayas roja y azul en torno a él es, en realidad, un producto de la segunda revolución industrial. Es decir, la que se da en la segunda mitad del siglo XIX, cuando la electricidad empieza a desarrollarse y vulgarizarse. Más que nada porque artefactos como los que vemos hoy en las barberías y peluquerías, dando hipnóticas vueltas, sólo son posibles tras la creación de motores eléctricos.

Antes de eso lo que había en las barberías era tan sólo un palo blanco con dos cintas, una roja y una azul, enrolladas en torno a él. ¿Qué quería decir eso?. Pues sencillamente que en ese establecimiento se sangraba a la gente. En sentido literal, no figurado. La operación se hacía sentando al interesado o interesada, subiéndole la manga de su ropaje y haciéndole sujetar con la mano un palo como el que se veía a la entrada del establecimiento con las cintas roja y azul enroscadas.

Con eso las venas principales del brazo se hacían visibles y el barbero abría una de ellas con una lanceta (una especie de pequeño bisturí plano y apuntado). Abierta la vena el sangrado, o sangrada, apretaba el palo y dejaba que la sangre corriera por su brazo desnudo hasta un  recipiente colocado allí para ese efecto. La operación se mantenía hasta que el cirujano consideraba que sus clientes habían perdido la cantidad de sangre suficiente para purgar alguno de los humores malignos que se acumulaban en la sangre. Por ejemplo la llamada “flegma” o flema, o el humor negro. Más conocido por su nombre en griego: melancolía.

Ese es, pues, el origen de esos hipnóticos artefactos que, aún hoy día, vemos ante las peluquerías o barberías actuales. ¿Por qué era necesario mantener tal cosa ahí para explicar de manera esquemática, sin palabras, lo que se hacía en esos establecimientos?.

Es muy sencillo: la mayoría de los europeos en la época en que era habitual esa práctica de sacarse sangre para purgar supuestas enfermedades, como la melancolía, no sabían leer, y aunque en el cartel de la tienda pusiera “Barbero-cirujano”, para ellos aquello no quería decir nada. A menos que vieran el palo con las dos cintas, roja y azul.

De ahí vienen también las fabulosas enseñas de los establecimientos de bebida que aún conservan hoy día los pubs británicos, donde se dejaba bien claro para los analfabetos recién llegados a una ciudad, dónde estaban los barberos sangradores, dónde los vendedores de té, dónde los dispensadores de cerveza, etc…

Esa era la época en la que un especialista educado en la Universidad, el maestro cirujano, conocido también como sangrador, flebotomático, que además ejercía de barbero…, debía pasar duros exámenes -por ejemplo ante el Protomedicato de Madrid- para abrir una de esas tiendas ante las que colgaban un palo con dos cintas, una roja y otra azul. La práctica de sangrar duró mucho tiempo.

Nos cuenta Douglas Starr en su “Historia de la sangre”, publicada en español en el año 2000, que en la década de 1920, en Estados Unidos, todavía había médicos rurales que consideraban útil “ventilar una vena” -es decir, abrirla para sacar sangre- como tratamiento de alguno de sus pacientes.

El uso del reclamo para analfabetos que buscaban ese remedio y otros que hoy nos parecen igual de bárbaros e inverosímiles, sin embargo, sobrevivió, y mejoró, justo en la época en la que el número de personas que no sabían leer descendía.

¿Por qué ocurrió eso en este caso concreto y no con otros reclamos?. Bien, ese es uno de esos misterios históricos sobre los que se puede especular durante días, quizás meses, incluso años, por parte de quien crea que eso puede tener alguna importancia para comprender mejor nuestra época entendiendo algo mejor un pasado al que no deberemos juzgar con condescendencia.

Lo primero porque aún usamos algunos de sus símbolos, a los que sólo hemos añadido electricidad. Como es el caso de la enseña de las barberías y peluquerías.

Lo segundo porque quién sabe qué pensarán dentro de dos siglos de algunos de nuestros métodos terapéuticos, que acaso parezcan a nuestros felices descendientes tan chocantes como a nosotros nos lo puede parecer el buscar una tienda con un palo blanco que llevaba enroscadas una cinta roja y otra azul. Una señal que hasta los que no sabían leer identificaban con el sitio en el que un maestro cirujano les quitaría su malestar sacándoles una buena cantidad de sangre y, encima, cobrando una bonita cantidad de dinero por ello…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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