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Carlos Rilova

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Algunos retazos de la Historia de los “Cien mil hijos de San Luis” (la frontera de Irún en abril de 1823)

Por Carlos Rilova Jericó

Mañana, quienes vivan cerca de la biblioteca donostiarra Koldo Mitxelena, podrán acudir a una de las conferencias organizadas por esa institución con la -supongo- inestimable colaboración de la Asociación de historiadores guipuzcoanos a la que, casi, todos los lunes represento aquí.

En esta ocasión hablaremos -o más bien hablaré- de la llamada “guerra constitucional”. En realidad, la primera de las cinco guerras civiles españolas de la Edad Contemporánea. Un ciclo trágico y letal que, de momento, ha culminado con la de 1936-1939.

Se hablará, por tanto, de la guerra que se inició en abril del año 1823 y concluyó a finales de ese mismo año, con la rendición de todas las tropas y plazas fuertes que se habían mantenido leales al gobierno constitucional catapultado al poder por el pronunciamiento de las Cabezas de San Juan, en el año 1820.

Esta breve guerra no levanta, de momento, demasiada visceralidad. No le ocurre lo mismo, por ejemplo, que a la de 1936-1939. Aún así, sin embargo, es un terreno peligroso porque como todas, o casi todas, las guerras y revoluciones que han sido en la Edad Contemporánea -en la que aún vivimos, desde el 14 de julio de 1789- existe una fuerte tentación de buscar “buenos” y “malos” según la opinión política actual de quien contemple esos hechos.

Ciertamente algo que ocurrió hace ya casi dos siglos no debería suscitar esas ansiedades. Sobre todo porque, seguramente, ya no hay nadie que, al menos abiertamente, defienda el restablecimiento de la monarquía absoluta.

Y, sin embargo, sin embargo… qué difícil puede resultar interpretar esos hechos sin que nadie se dé por aludido, por molestado…

¿Estaba justificada la invasión de 1823 decidida por las restantes potencias europeas en Verona?. ¿El gobierno constitucional, liberal, parlamentario, era realmente ese desastre que Pérez Galdós se entretuvo en describir en uno de sus “Episodios Nacionales” titulado, precisamente “Los Cien Mil Hijos de San Luis”?. Si así fue, ¿cómo contar entonces todo esto en una conferencia?.

¿Cómo describir a un personaje como el Trapense, ese clérigo que, como los bóxers xenófobos chinos, se hacía disparar balas para demostrar que Dios estaba de su lado y de la causa reaccionaria, absolutista, que defendía y predicaba añadiendo botas de montar y sable de Caballería a sus ropas talares?.

Supongo que debe de haber un modo, porque siempre lo ha habido. Pero eso es difícil en un país en el que la propaganda, de un signo o de otro (incluso la fabricada por enemigos exteriores como el cardenal Mazarino en 1643), tiene más predicamento que los hechos analizados fríamente, puestos en un contexto europeo del que la Historia de España siempre ha sido parte. Por más que ese esquema mental viciado, piense lo contrario y se regodee en interpretaciones tremendistas de hechos históricos que, en realidad, en nada se diferencian de los de una Europa que, además, en 1823, dominada por potencias ultrareaccionarias que dejaban a Fernando VII en simple aficionado al Absolutismo, fue la causante de agravar cualquier problema que la España de esa época pudiera tener.

Lo intentaré hoy, aquí, para quienes no puedan ir mañana a la conferencia del Koldo Mitxelena. Y lo intentaré, más extensamente, este martes 27 de septiembre de 2016. En persona.

Más allá de Pérez Galdós, más allá de la propaganda reaccionaria o liberal, lo cierto es que parece probado que parte de los españoles de 1820 querían traer a colación en la Europa continental un gobierno parlamentario al estilo del británico. Parece también probado que otra parte de esa nación forjada en el fuego de la guerra contra Napoleón, aborrecía de esa sola idea.

Como era el caso del Trapense o de cierta clase media rural a la que, como vemos en la ilustración que adorna este nuevo correo de la Historia, les faltó tiempo para echarse a los campos de batalla al frente de partidas de descontentos que también aborrecían el sistema constitucional.

Es cierto, o parece también bien probado, que el descontento provenía de un alto porcentaje de la población que, tal vez, no quisiera un rey absoluto, pero no veían ninguna ventaja personal en el cambio que ofrecían los liberales, que no se concretaba en nada sustancial para ellos. Más bien resultaba perjudicial en algo tan delicado como los términos económicos de su existencia.

Sin embargo, hay concienzudos estudios históricos como el del profesor Félix Llanos, que indican que, de no haber contado esas facciones antiliberales con el apoyo de las potencias europeas -unánimentemente absolutistas en distintos grados, con la excepción británica- habrían sido sofocadas y España hubiera marchado, en ese momento y no diez años después, en 1833, por la senda constitucional que el retorcido Fernando VII había prometido seguir en 1820, forzado por el pronunciamiento de Riego y la revolución a la que dio pábulo inmediatamente después de hecha su proclamación. Como era habitual en estos casos.

Si examinamos, caso a caso, lo que ocurrió en una ciudad como San Sebastián, donde, se supone, que el Liberalismo tenía tanto, o más, arraigo que en Cádiz (por poner un ejemplo) descubriremos que, quizás, en 1823, ese entusiasmo estaba algo decaído en muchos defensores del régimen liberal. Más aún desde que los cien mil hijos de San Luis entraron por la frontera de Irún.

Ciertamente, muchos expedientes judiciales de represalias abiertos por el Corregimiento contra liberales donostiarras y guipuzcoanos en 1823, nos ayudan a entender mejor lo que ocurrió, a nivel personal, a pie de calle.

Entre todos ellos, el que siempre me ha parecido más interesante ha sido el de Manuel de Arriola. Más que nada porque parece que fue un hombre que acabó asqueado de ambos bandos y al margen de ellos. Abandonó, en enero de 1823, la partida realista del cura Gorostidi. Uno de los comandantes reaccionarios que hubiera sido aplastado en territorio guipuzcoano de no ser por la llegada de las tropas de Angulema. Regresó de Cádiz en cuanto supo del éxito de la reacción, pero, aún así, fue juzgado por aquel régimen que veía -o buscaba- enemigos por todas partes y que no eliminó más porque el Congreso de Verona no quería revoluciones, pero tampoco baños de sangre que alentarán, inevitablemente, más revoluciones. O, cuando menos, un victorioso regreso de aquel sucedáneo revolucionario llamado Napoleón, como en 1815…

La historia personal de Manuel de Arriola es, por esas especiales circunstancias, acaso, la más interesante de muchas de las que podríamos examinar para saber qué ocurrió en aquel año 1823.

Este martes, después de casi 2 siglos, espero que sea algo mejor conocido y, gracias a eso, podamos saber más de aquella breve primera guerra civil española de esa era convulsa en la que aún vivimos.

 

Campaña de mecenazgo: desde hoy y especialmente a partir del 15 de septiembre, la Asociación de historiadores guipuzcoanos “Miguel de Aranburu” está involucrada en una campaña para buscar mecenas que quieran entrar en la Historia gracias a una aportación económica para la redacción de una renovada “Historia de Gipuzkoa” que, en estos momentos, redactan varios especialistas de la asociación.

Quienes tengan interés en formar parte de ese proyecto como mecenas o financiadores del mismo, pueden consultar una información más amplia en este link  https://migueldearanburu.wordpress.com/proyecto-de-mecenazgo-para-la-historia-de-gipuzkoa/

 

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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