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Carlos Rilova

El correo de la historia

La Historia da muchas vueltas. Los soldados irlandeses de Su Majestad Católica de España, Rob Roy, una (o dos) rebeliones jacobitas y el Ku Klux Klan (1719-2016)

Por Carlos Rilova Jericó

Probablemente parecerá imposible que todos los temas que cito en el título de este nuevo correo de la Historia tengan entre ellos alguna relación.

Sin embargo la tienen y, claro está, hablaremos de ella. Más que nada porque -como decían en cierta célebre película- me ha parecido una oferta que no podía rechazar hacer una incursión en el tema de esa siniestra organización racista, el Ku Klux Klan (o KKK), que tanta notoriedad ha vuelto a adquirir -en prensa, TV, etc…- desde que Donald Trump ganó las elecciones. Eso aun después de asegurar que el KKK -una organización eminentemente antidemocrática- no le causaba problema de conciencia.

El KKK y lo que le rodea, visto desde el punto de vista de la Historia, una vez más, no puede adquirir un tinte más absurdo que le lleva a uno a opinar -modestamente, si se le permite- que el Mundo, en general, está bastante necesitado de una buena dosis de cordura colectiva.

En efecto, si leemos sobre la parafernalia que acompaña al KKK desde su fundación al término de la Guerra de Secesión estadounidense en 1865, y que no le ha abandonado, en general, en sus sucesivas reediciones desde esa fecha, las cosas rozan realmente lo absurdo consideradas desde la Historia.

Tomemos por ejemplo ciertos acontecimientos del año 1719. No nos vendrá nada mal recordarlos, puesto que, de paso, aprenderemos algo por estas latitudes, al Sur de los Pirineos, sobre nuestra Política Exterior en el Siglo de las Luces. Cosas que, como saben, son ampliamente ignoradas por nuestra opinión pública, que no parece haber avanzado mucho desde, digamos, el año 1955 en adelante.

En 1719 Felipe V, azuzado por su dominante esposa, Isabel de Farnesio, y por un primer ministro digno de la pluma de Alejandro Dumas padre, el cardenal Giulio Alberoni, decidió declarar la guerra a todas las potencias europeas, sintiendo las fuerza españolas lo bastante reorganizadas como para acometer ese desafío. No voy a entrar en demasiados detalles al respecto porque podríamos estar aquí hasta el Día de Año Nuevo hablando de qué pretendía el cardenal Alberoni o la reina Farnesio. Hay abundantes libros sobre el tema. Alguno incluso firmado, en parte, por el que estas líneas escribe y ese es el lugar adecuado al que acudir para aclararse, con calma, sobre aquella intriga de altos vuelos que da para varias películas, series de Televisión y unas cuantas novelas históricas.

Me centraré en un pequeño acontecimiento de esa guerra a gran escala que terminó con la entrada de dos grandes ejércitos por el País Vasco y Cataluña y una épica lucha, con asedios como el de San Sebastián que duró casi dos meses.

Mientras eso ocurría en la Península, Su Majestad Católica trató de crear problemas a sus numerosos enemigos en frentes secundarios. Por ejemplo, al rey británico en las, todavía, levantiscas Tierras Altas de Escocia.

Desde los puertos de Cádiz y La Coruña se embarcaron diversas tropas de línea, armamento y otros efectos que debían ayudar a sublevar a los clanes de esas Tierras Altas contra la que ellos consideraban dinastía usurpadora de los Hannover, que reinaba desde Londres.

La expedición tuvo escasa fortuna, pero no fue un completo desastre. Parte de ella logró desembarcar en la costa occidental escocesa, acantonándose en un castillo escocés, Eilean Donan, que les resultará verdaderamente familiar, pues ha sido abundantemente utilizado en películas y, sobre todo, en publicidad de diversas marcas de whisky escocés.

Se trataba, fundamentalmente, de Infantería de línea española, el regimiento Galicia en particular, pero, también de algunos oficiales de origen irlandés (tildados de mercenarios por los británicos).

Esos soldados eran, por supuesto, de confesión católica, condición sin la cual no se entraba en servicio del rey español en aquella época. También eran católicos parte de los hombres de los clanes que se iban a sublevar y a luchar junto a ellos en contra de los Hannover. Quien conozca Glasgow, la “otra” capital de Escocia después de Edimburgo sabe bien de la rivalidad aún existente en la zona entre gente de una religión y otra, ahora expresada por medio del fútbol…

En cualquier caso, en ese año de 1719, los escoceses jacobitas recibieron con entusiasmo a aquellos soldados enviados por el rey español y, se dice, convocaron a alzarse por Dios y los Estuardo a todos los buenos y leales escoceses. Al parecer utilizaron el viejo sistema de mandar a un jinete enarbolando una cruz en llamas para atraer al punto de reunión a todos los partidarios de la “Buena Vieja Causa”…

Es aquí donde se produce la absurda confluencia histórica entre este episodio histórico, que acabó en una gran batalla en la que los casacas blancas españoles se batieron hombro con hombro junto a Rob Roy y otros highlanders contra los casacas rojas del rey Jorge.

El episodio se repetiría en la última rebelión jacobita, la de 1745. En ese año hubo varios oficiales irlandeses al servicio de España que acudieron allí, por orden de su rey, a dar algo de orden y eficacia militar a los entusiastas pero bastante desorganizados highlanders…

El KKK, tanto desde sus inicios como, sobre todo, desde su resurgir con el estreno de la película de David Wark Griffith “El nacimiento de una nación” -claro vehículo de exaltación de esa sociedad y su chirriante ideología- ha alardeado de ser una organización que agrupaba a descendientes de escoceses. De ahí vendría lo de “Klan” y también la cruz ardiente que los identifica en la actualidad en sus insignias y que utilizan o bien en el centro de sus reuniones periódicas o para amenazar a sus víctimas, clavándolas ante las casas de los señalados como tales.

Una parafernalia que, como vemos, vendría a coincidir con la utilizada por los escoceses jacobitas, sublevados, una vez más, en 1719.

Sin embargo, el KKK clama que, por esas mismas razones que trata de subrayar por medio de esas señas de identidad, su objetivo es mantener una Norteamérica blanca, anglosajona y protestante…

Algo verdaderamente sorprendente si lo consideramos desde el punto de vista de lo que ocurrió en Eilean Donan en 1719 o en 1745, cuando, recordémoslo, soldados españoles e irlandeses, católicos y al servicio de un rey igualmente católico y nada anglosajón, desembarcaron en Escocia como aliados de los clanes escoceses convocados por las cruces de fuego a combatir a un enemigo hannoveriano de lo más anglosajón y protestante…

Es muy probable que los actuales miembros del KKK que usan esa retórica de escocesismo protestante, clánico y ribeteado de cruces de fuego, nada sepan de ese episodio de Eilean Donan, o el de 1745, y cómo choca frontalmente con la lógica de todo lo que ellos defienden. Como, probablemente, nada sabían de ello los que fundaron el KKK en 1866. Henchidos, por supuesto, de ese característico complejo de superioridad anglosajón tan propio de Inglaterra y sus colonias y estados asociados, como Escocia.

Sin embargo, esos son los hechos históricos que dejan el discurso de esos supremacistas blancos envueltos en sabanas y capirotes en un lugar bastante absurdo. Ese que nos advierte del escaso sentido común que, a veces, muestran los seres humanos, de la facilidad con la que se dejan arrastrar a actos atroces por el miedo irracional, por la ignorancia y por gestos simbólicos muchas veces vacíos de contenido, de lógica.

Como, por ejemplo, la idea de clanes ancestrales reunidos en torno a cruces de fuego para defender a la religión protestante y a la supremacía blanca frente a católicos, negros, “morenos”, “latinos”… que fue justo lo contrario de lo que ocurrió en Escocia en 1719 o 1745. Cuando valerosos soldados españoles e irlandeses al servicio de un rey “latino” y católico, fueron recibidos -con verdadero alborozo- por clanes escoceses en abierta rebelión contra el rey alemán y protestante sentado en el trono de Londres…

Campaña de mecenazgo

Durante varias semanas el correo de la Historia ha sido uno de los medios de comunicación de los que la Asociación de historiadores guipuzcoanos “Miguel de Aranburu” se ha servido para dar a conocer su proyecto de redacción de una nueva Historia de Gipuzkoa que estuviese a la altura de la que ya poseen, desde hace años, otros países y territorios de nuestro entorno.

Nos es grato anunciar hoy que ese objetivo ha sido cumplido con creces. Una ocasión que aprovechamos para agradecer a otros medios su ayuda para lograr ese objetivo y a nuestros 122 mecenas su imprescindible colaboración.

A partir de hoy quedan todavía 6 días en los que, quienes así lo deseen, aún pueden engrosar ese número de mecenas que harán posible nuestra nueva Historia de Gipuzkoa a través del proyecto de Crowfunding lanzado por la Diputación Foral de Gipuzkoa y gestionado a través de Goteo.org. Una posibilidad que puede conocerse mejor a través de este enlace  https://www.goteo.org/project/historia-de-gipuzkoa

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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