Por Carlos Rilova Jericó
Ahora, cuando este nuevo correo de la Historia ha sido publicado, ya sabemos, al fin, quién va a presidir Francia.
Entre los que hasta ayer no eran más que simples candidatos a decidir el destino de ese país que, nos han dicho, decide también la continuidad de la Unión Europea, hubo palabras gruesas, enfrentamiento a cara de perro en los debates, aparición -a última y oportuna hora- de supuestas cuentas en paraísos fiscales, pero de toda esa panoplia política, lo que más me interesó fueron las palabras que el candidato Macron lanzó contra la candidata Le Pen acusándola de ser instigadora de “La Grande peur”. Es decir, traducido, “El Gran miedo”
Eso me llegó al corazón de historiador, porque eran palabras cargadas de sentido histórico. Y, por tanto, con bastante peso como para ser el eje de este nuevo correo de la Historia, que llega justo para la fuerte resaca electoral de este histórico 8 de mayo de 2017.
La alusión de Macron al “Gran miedo” fue todo un cañonazo contra la línea de flotación política de su, hasta ayer, rival por la presidencia de Francia.
En un país con un envidiable amor desmedido por la propia Historia -como es el caso de Francia- Macron sabía muy bien lo que hacía cuando trataba de resumir el programa político de su oponente con esas palabras, acusándola de vivir -políticamente- de explotar el “Gran miedo”.
En efecto, desde los años 30 del siglo XX, los franceses, en su mayoría, saben qué es el “Gran miedo” y lo que significa históricamente.
El asunto lo investigó el historiador Georges Lefebvre y lo dio a conocer en un libro titulado así: “La Grande peur de 1789”, “El Gran miedo de 1789”.
Lo que describía ese ensayo histórico, era la reacción de pánico que había seguido al estallido de la revolución francesa de julio de 1789. Apenas unos pocos días después de la Toma de la Bastilla el 14 de julio, el ambiente político se empezó a espesar mucho en el mundo rural francés. Especialmente en las regiones agrícolas cerca de París. Las más expuestas a recibir los ecos que llegaban de una capital en la que la monarquía absoluta se tambaleaba. Tanto por el acoso político de los Estados Generales reunidos allí por el propio rey, convertidos ya en Asamblea revolucionaria, como por los enfrentamientos abiertos entre una población que estaba tomando las armas en esos mismos momentos y las tropas aún leales al rey absoluto.
Los campesinos franceses habían sufrido en aquel año de 1789 cosechas pésimas y el hambre, física, literal, estaba a la puerta de muchos hogares. Esa situación de miseria extrema no fue nunca buena consejera, ni el mejor estado de ánimo para conservar la calma. Menos aún en una sociedad donde el porcentaje de analfabetismo y la carencia de instrucción eran todavía altísimos y en la que los llamados “intermediarios culturales” (clero, nobleza…) estaban perdiendo su autoridad moral y política a pasos agigantados.
No parecerá exagerado describir todo eso como una situación explosiva. La explosión se concretó en rumores que crecieron como la levadura que no se podía echar en un pan que, en la Francia de aquella época, escaseaba cada vez más. La mayoría de los campesinos, pasada la primera oleada de pánico, empezó a deducir -y a lanzar a los cuatro vientos- la idea de que los nobles habían instigado a bandas de salteadores para que destruyesen las cosechas aún verdes y robasen el escaso grano almacenado.
Finalmente, ese nuevo rumor que llevó a una gran mayoría de campesinos franceses a tomar las armas en aquel convulso verano de 1789, acabó creciendo hasta convertirse en el detonante de una serie de asaltos que se volvieron contra el que había parecido ser el origen de todos aquellos, en definitiva, estúpidos rumores sobre peligros imaginarios, inexistentes, nebulosos, evanescentes…
Es decir, contra la propia nobleza francesa, a la que se acusó de estar acaparando grano y haciendo, al mismo tiempo, correr la especie de que éste -el grano- iba a escasear todavía más.
Así, el campo francés empezó a llenarse de castillos y mansiones señoriales saqueadas e incendiadas por aquellos que habían sido las víctimas de todos esos rumores sobre enemigos imaginarios, escasez, hambruna…
Obviamente la moraleja política que se deduce de esto es que la nobleza francesa, con el fin de seguir manteniendo sus privilegios y sus beneficios económicos, detonó una reacción política de caos que, finalmente, se acabó volviendo contra ella misma. Es decir, contra los que habían creído poder manejar ese caos para seguir en la cúspide de aquella sociedad que, en realidad, se estaba desmoronando rápidamente.
Vistas las cosas así, el candidato Macron, aprovechando la recta final de la campaña electoral, lanzó un disparo muy afortunado contra los cimientos que han sustentado -casi hasta las puertas del Palacio del Elíseo- a Marine Le Pen, al identificarla con aquellos abstrusos nobles franceses del verano de 1789, que no se daban cuenta del volátil terreno político en el que se movían, tratando de manipular, en provecho propio, algo tan difícil de manipular como el pánico colectivo. Ya sea el origen de éste el miedo al hambre física, a supuestas bandas errantes que destruían cosechas, o a sus ediciones actuales. A saber: emigrantes indocumentados o no, sistemas de seguridad social a punto de colapsarse… y cosas por el estilo que nos recuerdan que no estamos tan lejos -a veces- de aquellos campesinos franceses, analfabetos en su mayoría, y dominados por un miedo que, finalmente, sin embargo, no les impidió volver sus fuerzas contra quienes, en definitiva, eran los responsables de muchos de sus males. Unos que, por cierto, poco tenían de imaginarios…
Aunque el hoy ya presidente Emmanuel Macron quizás no se lo plantee, ni pensase que ese argumento sobre el “Gran miedo” pudiera ir más allá de ayudarle a ganar las elecciones, esa es una lección de Historia de la que, sin duda, debería aprender algo quien utilizó ese argumento histórico para ganar las elecciones francesas de ayer. Esas de las que dependía (y aún depende), de hecho, la viabilidad de la Unión Europea. Quedaría, pues, hoy, 8 de mayo de 2017, sacar las conclusiones correctas de nuestro propio pasado, empezando por la Francia de Macron. Porque la revolución de 1789, y todo lo que vino con ella, como el “Gran miedo”, es algo que nos afecta a todos los europeos.
Tanto como hoy nos habría afectado tener a una ultraderechista xenófoba y antieuropeísta en la presidencia francesa, o, por el contrario, nos afectará tener ahí a alguien como Emmanuel Macron que, se dice, quiere mantener la Unión Europea. Aunque no sabemos, después de todo, si a costa de sacrificar a miles de europeos a unas políticas económicas tan absurdas como las que llevaron al estallido del 14 de julio de 1789 o al “Gran miedo” de 20 de julio de ese mismo año. O -quién sabe, y es de temer- acaben dando a gente como Marine Le Pen una segunda oportunidad para que, alzándose sobre una masa creciente de desesperados, nos devuelva, más o menos, a la oscura Europa de 1939…