Hoy, sin más dilación, pasado el tiempo suficiente desde el estreno de “La decisión del rey”, retomo la serie de artículos sobre Cine y Segunda Guerra Mundial que inicié hace dos semanas.
¿Qué es lo que nos ofrece esta película noruega de reciente fabricación? Resumiendo se podría decir que un interesante drama bélico marcado por el realismo descarnado que trajeron, a finales del siglo XX, tanto “Salvar al soldado Ryan”, de Steven Spielberg, como “La delgada línea roja” de Terrence Malick.
A ese respecto, las escenas de combate de “La decisión del rey” no quedan por debajo de nada de lo que esas dos películas sobre la Segunda Guerra Mundial ya dejaron ver con toda la crudeza que el género bélico no se había atrevido a mostrar antes en los muchos títulos que llenaron las pantallas, hasta, por lo menos, los años setenta del siglo XX.
La banda sonora que acompaña a esas escenas de guerra que el director ha sabido dosificar sabiamente, es realmente efectista y eficaz (un grave acorde, como de trompa de guerra, repetido una y otra vez, como una señal de alarma) que incrementa la sensación visual de escenas en las que se muestra, por ejemplo, los cañones de las baterías costeras noruegas disparando, sin piedad, sobre un barco de la “Kriegsmarine” nazi, que se viene abajo como un monstruo marino herido. Pero no sin antes llenar la cargada atmósfera de esas escenas con un infierno de balas trazadoras y penoles de munición que saltan por los aires.
Sin embargo, “La decisión del rey” es mucho más que eso, que una película “de guerra”. Es una película cerebral, intelectual, un drama político en el que se ve el dilema de un rey constitucional (de hecho, como se dice en la película, elegido por votación en el año 1905) perfectamente consciente del hecho, pero cogido entre la espada y la pared. Es decir, entre obedecer a un gobierno timorato, para respetar esas reglas de juego democráticas, o ponerse (por esa misma razón) al frente del movimiento de resistencia nacional noruego que trata de detener tanto la invasión nazi, como el golpe de estado perpetrado por los nazis noruegos -con Vidkun Quisling a la cabeza- para entregar el país al Tercer Reich.
“La decisión del rey” es, sobre todo eso, la dramatización heroica de cómo el pueblo noruego se enfrenta a ese gran peligro. Todo ello personificado en el rey Haakon VII, el príncipe heredero y el resto de la exigua Familia Real noruega de esas fechas compuesta por la mujer del heredero, su hijo y sus dos hijas.
El director de la película se muestra claramente entusiasta de ese rey, de esa Familia Real, que huye -hombro con hombro con un pueblo que los respeta y venera- frente a la horda nazi que avanza implacable sobre Noruega, bombardeando y ametrallando civiles… Aplicando la pauta perfectamente ensayada durante la Guerra Civil española.
Es en escenas como esas, de pánico colectivo, bajo el terror de las bombas y las balas nazis, en las que el director de “La decisión del rey” hace brillar con más fuerza a sus héroes principales. A esa Familia Real noruega.
Pero Erik Poppe no se conforma con hacer poco más que una película de propaganda como las que se facturaron apenas Noruega había sido invadida en el año 1940. Una en la que sólo cambiaría el blanco y negro por el color y por unos mejores efectos especiales.
Por el contrario “La decisión del rey” da voz a personajes casi insignificantes, como el soldado raso Seeberg. Apenas un adolescente que entra bajo el fuego ante las curtidas tropas de asalto nazis que van a la caza y captura tanto de la Familia Real como del legítimo gobierno noruego que huye hacia el Norte del país.
Por otra parte la película de Poppe trata de contar las cosas también desde el punto de vista del enemigo. O al menos desde el punto de vista del más razonable de los enemigos. En este caso el embajador alemán en Oslo que, a su manera, trata de evitar el golpe de estado de Quisling (al que sólo admite porque Hitler así se lo ordena) y de lograr un acuerdo que garantice la neutralidad noruega sin necesidad de una ocupación militar, forzando con esas gestiones la decisión del rey noruego que da título a la película y es el clímax de la misma.
Hasta ahí llega todo lo que se puede aprender sobre este episodio de la Segunda Guerra Mundial en este producto, que retoma el testigo de otras producciones que eligieron como escenario la Noruega ocupada. Caso, por ejemplo, de “Los héroes de Telemark”.
Los títulos de crédito de “La decisión del rey” ya advierten que la película se basa en un libro (“El no del rey” del investigador noruego Alf R. Jacobsen) sobre ese punto crítico de la Historia europea y noruega y, asimismo, se da en ella cuenta del destino final de los principales protagonistas de la cinta. Desde el soldado Seeberg (que aún vivía en la época en la que se rueda la película) hasta el rey Haakon. Pasando por el embajador alemán que, finalmente, será arrastrado (tal y como se ve en la película) por la marea de la locura colectiva nazi, que lo convierte en una más de sus víctimas propiciatorias.
Sin duda, la película tiene una gran voluntad de veracidad, como se puede deducir de esos rasgos.
Pero eso no significa que la película de Erik Poppe nos cuente toda la verdad y nada más que la verdad sobre aquellos días oscuros del año 1940 y los que siguieron hasta la capitulación nazi en 1945.
En efecto, “La decisión del rey” es un relato, como decía, en el que prácticamente sólo caben héroes y villanos bien definidos. Los primeros representados por los noruegos y los segundos por los alemanes. Los matices que el director de la película incorpora a ese esquema no van más allá de los dilemas del embajador alemán o de aludir claramente a la existencia de un nutrido partido pronazi noruego -el de Vidkun Quisling- pero que ni siquiera tiene rostro en la película. Limitándose su aparición a alusiones indirectas a ese personaje y a reproducir el discurso con el que justifica su golpe de estado.
Poppe, en efecto, deja fuera de ese discurso las brutales represalias que se ejercieron durante años, tras 1945, con los colaboracionistas noruegos y sus familias en una Noruega que, en esas fechas, está más cerca de la de la época vikinga que de la del triunfante estado del bienestar de posguerra. Ese que convierte a Noruega y a los demás países escandinavos (al menos hasta la crisis política neocon de 1981) en un ejemplo para todo el Mundo.
No voy a reproducir aquí esos horrores. Se han comentado ya y circulan (cómo no) por la red. Basta con que empiecen por consultar ahí la reproducción digital de unas tristes declaraciones al papel de, curiosamente, una de las celebres cantantes del grupo “ABBA”, que conoce el caso de primera mano, por su (para ella) desdichada ascendencia noruega…
Otro de los aspectos que Poppe ha olvidado mencionar en su película, es el apoyo que la tenaz resistencia noruega recibió por parte de los aliados. Hay vagas referencias a esto al final de la película, pero, una vez más, el protagonismo absoluto en esos hechos parece estar reservado a la Familia Real noruega. Así pues, no hay referencias al desembarco de Narvik que costó miles de muertos a las tropas aliadas. Entre ellos muchos españoles integrados en ese Ejército aliado, que dieron la vida por liberar a Noruega del yugo nazi antes que a su propio país.
Obviamente no se puede pedir demasiado a Erik Poppe en ese aspecto. Más aún cuando en España ese hecho apenas se ha recogido en unos cuantos artículos dispersos o en capítulos de libros como “Los españoles de Churchill”.
Sin embargo, las cosas fueron así y es una pena que las películas que recuerdan esos hechos (o lo pretenden) pasen por alto el desembarco de Narvik y, ya de paso, a los varios cientos de combatientes españoles que cayeron allí por la causa noruega (y aliada) y siguen hoy día en Narvik. Enterrados y, aún peor, olvidados. Puede que incluso repudiados por un lamentable sector de la sociedad española actual, que, al parecer, no entiende aún que vivir realmente en democracia implica acabar con el olvido de los que murieron por defenderla y con los inmerecidos homenajes (estatuas, mausoleos, nombres de calles…) a quienes trataron de destruirla haciendo causa común con los mismos a los que se enfrentó -con un rotundo no- el rey constitucional de Noruega en 1940…