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De la fabricación de hechos históricos. La imaginada muerte de la señorita Jane McCrae (A. D. 1777)

Por Carlos Rilova Jericó

the_death_of_jane_mccrea_john_vanderlyn_1804_cropNo es éste un artículo muy original. No al menos si lo consideramos como candidato a ser incluido en una lista de grandes descubrimientos históricos.

En efecto, ya hace bastantes años, allá por la oscura década de los noventa del siglo XX, un polémico historiador británico, Simon Schama, se había internado en el curioso territorio en el que nos internaremos hoy con este nuevo correo de la Historia.

Es decir, en el de analizar el valor histórico de las pinturas de ese género llamado, precisamente, “histórico”.

El análisis de Schama era verdaderamente agudo. Aunque le costó no pocas críticas, especialmente por parte de cierto “establishment” académico sumido en la ortodoxia de algunas escuelas historiográficas. En este caso, sobre todo, la de los férreos historiadores marxistas, para los cuales no hay hechos relevantes más allá de los que explican la Historia como un conflicto de clases y se basan, sobre todo, y ante todo, en los datos de tipo económico, material.

Las incursiones de Schama en el terreno de lo que pretendía contar un cuadro de género histórico (en ese caso las distintas interpretaciones pictóricas de la muerte del general Wolfe durante la Guerra de los Siete Años, a mediados del XVIII) eran, desde luego, demasiado para tan estrecho enfoque de esa aventura humana que llamamos “Historia” como lo era, y lo es, el de la escuela histórica marxista.

Eso, sin embargo, no quita para que el trabajo de Schama abriera una interesante línea de acceso al pasado. Incluso pese a su algo descarada indiferencia a la hora de mezclar Literatura e Historia. Hasta el punto de que sus ensayos fueron publicados en España en una colección de Anagrama dedicada a editar sólo novelas…

Hechas estas advertencias, aun así, sigue siendo más que interesante -y útil- ese desafío lanzado por Simon Schama acerca de lo que nos pueden contar sobre la Historia determinados objetos -nada inocentes- como los cuadros llamados “históricos”.

Con respecto a los que se pintaron sobre la muerte del general Wolfe, me remito a lo que Schama contaba en su ensayo “Certezas absolutas”, ya publicado, como he dicho, en español.

Con respecto a otros cuadros muy similares hablaré yo hoy algo más. Como es lógico. El que me interesa especialmente es el titulado “La masacre de Jane McCrae”.

Es un cuadro bastante conocido en el mundo anglosajón. Especialmente en el de Norteamérica. De hecho, ha servido incluso para ilustrar la portada de ediciones de obras tan famosas como “El último mohicano“…

Básicamente ese cuadro trata de representar la supuesta muerte de la señorita Jane McCrae (o McCrea) a manos de dos “salvajes”. Es decir, de lo que la corrección política llama hoy día “nativos americanos”. Concretamente eran de la nación Hurón.

El cuadro pretende, ante todo, hacer sangre -en sentido más figurado que literal- de las atrocidades cometidas por esa nación que permaneció leal, durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, a la corona británica.

A ese respecto el cuadro, fechado en 1804, sería propaganda de guerra cien por cien eficaz. Por supuesto todo en él -la posición de las figuras, los colores, la expresividad de los cuerpos, el escorzo en el que están dispuestos…- tiende a resaltar un dramatismo un tanto inverosímil -pero definitivamente funcional- que transmite un mensaje rotundo: el pueblo americano lucha contra una nación europea opresora (Gran Bretaña) que no duda en actuar con un vergonzoso salvajismo. Vuelto incluso contra indefensas mujeres como la señorita Jane McCrae, que es la figura central -y víctima principal- de este cuadro de género histórico.

Según el relato asociado a este cuadro, en el verano del año 1777, en el marco de los combates entre las fuerzas británicas y los rebeldes independentistas norteamericanos, la señorita McCrae habría sido asaltada por indios salvajes al servicio de los británicos, asesinada y, tras esto, se le habría arrancado la cabellera.

En definitiva, nada raro en las guerras desarrolladas en Norteamérica, donde como sabemos gracias a refinados estudios sobre esos episodios como los de Armstrong Starkey, los colonos europeos (franceses, holandeses, británicos…) ofrecían primas por cada enemigo abatido. Algo certificado, precisamente, por las cabelleras que los auxiliares indios presentaban ante los blancos con los que estaban aliados. Las de mujeres, como podía ser el caso de la señorita McCrae, eran verdaderamente apreciadas en ese negocio de primas ofrecidas por cada enemigo eliminado.

Así pues, lo que cuenta ese cuadro, no sería sino una visión algo melodramática -al gusto de la época en la que fue pintado- de hechos muy reales. Casi cotidianos en la frontera norteamericana desde que los colonos blancos se instalan en ella, a principios del siglo XVII.

Sin embargo, parece ser que ese supuesto hecho histórico no fue así. En efecto, sesudos estudios como el de Brendan Morrissey sobre la Guerra de Independencia de Estados Unidos, indican que la muerte de la señorita McCrae dista mucho de haber sido tal y como la relata ese famoso cuadro.

Así es. Su cadáver fue exhumado y se comprobó que no había la menor señal de que se le hubiera arrancado la cabellera.

Es más, se acabó comprobando también que, en realidad, la señorita McCrae había muerto a causa de un disparo fortuito. Al parecer realizado por una avanzadilla del Ejército Continental de línea desplegado por los rebeldes americanos, que abrió fuego sobre nativos americanos que, en efecto, como en el cuadro, rodeaban en esos momentos a la desdichada Jane McCrae. Aunque con intenciones totalmente diferentes a las que nos relata esa famosa pintura: en realidad estaban allí para servir como guías y escoltas de la señorita McCrae que, como ellos, también era leal a la corona británica…

Esos hechos comprobados, sin embargo, con el tiempo, no impidieron que esa muerte -una más de las producidas en la América inglesa en 1777- se convirtiera en un hecho heroico y dramático que, en realidad, según todos los indicios, jamás tuvo lugar pero que para la naciente nación estadounidense -o al menos para sus tutores intelectuales- tenía que haber ocurrido, porque así lo demandaba el relato que necesitaba esa joven nación para consolidarse como tal…

Éste, aunque muy esbozado, parece haber sido el proceso con el que se fabricó ese hecho histórico irreal. Es decir: deformando los verdaderos hechos históricos.

Una enrevesada cuestión que nos enseña algo fundamental. Sobre todo, que, una vez más, no es cierta esa manida frase de “la Historia la escriben los vencedores”. Al contrario, la Historia es lo que escriben los historiadores. Algo que se basa en un trabajo casi detectivesco -como bien lo revelan los trabajos del profesor Carlo Ginzburg a ese respecto- que nada tiene que ver con mistificaciones y fabulaciones como la que se hizo sobre la supuesta muerte de Jane McCrae en el agitado verano de 1777.

Una falacia histórica desmontada, precisamente, gracias al trabajo de historiadores que no tuvieron reparo en desvanecer ese mito.

A pesar de que ya había ascendido al pedestal glorioso de los cuadros históricos y la propaganda política y bélica de la que se ha convertido en una de las naciones más poderosas del Mundo…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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