Por Carlos Rilova Jericó
Desde el último revuelo organizado por una nueva crisis migratoria (no hace de esto ni un mes) esperaba a escribir este artículo. Sobre todo a causa de algunas conversaciones que oí, otra vez, porque de nuevo se había vuelto candente la pregunta de qué hacer con esos, al parecer, amenazantes seres que atacan las vallas fronterizas españolas en territorio africano.
Lo confieso: no salí de mi asombro ante algunas cosas oídas y dichas en esos momentos en los que resonaban, una vez más, los ecos de esas alambradas erizadas de cuchillas, contra las que habían chocado, otra vez, seres humanos que huyen de la miseria y no se sabe bien de qué otras oscuras e indeseables situaciones…
Eso me llevó a recordar una jocosa reflexión muy seria que otro historiador, Carlo Maria Cipolla, ya había puesto en circulación muchos años antes mientras se dedicaba a la docencia en prestigiosas universidades europeas y norteamericanas, como la de Berkeley. Eso, que empezó como una simple broma en 1973, acabó convirtiéndose en un libro de aspecto más bien severo y académico, publicado en España -hace ya tres décadas- por Editorial Crítica en una colección dirigida por el recientemente fallecido Josep Fontana, a quien recordábamos en estas mismas páginas hoy hace una semana.
El título del libro era “Allegro ma non troppo”, que, libremente traducido, venía a querer decir que el contenido del libro podía parecer divertido, pero no demasiado. Dicho contenido eran dos pseudoartículos científicos que se burlaban, como el propio autor confesaba, de algunos artículos históricos con pretensiones verdaderamente serias, producidos a espuertas para hacer carrera en el mundo académico.
El primero de ellos se titulaba “El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media”. Un verdadero despropósito que, con cuatro argumentos mal hilados de eso que se ha llamado Historia económica, trataban de explicar siglos de Historia humana.
El segundo se titulaba “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”. Por medio de coordenadas cartesianas y otros artefactos matemáticos, Cipolla (al que es fácil imaginar muerto de risa mientras escribía esta pequeña farsa científica) demostraba que los estúpidos, por pura inercia, conseguían acumular grandes cotas de poder en las sociedades humanas en decadencia. Lo cual, obviamente, causaba a medio y largo plazo un devenir catastrófico para nuestra raza.
Los dos pseudoartículos ponían así de manifiesto, entre otras cosas, algo que siempre me pareció terriblemente obvio mientras me obligaban a estudiar Matemáticas durante demasiados años. Es decir, que esa ciencia -llamada hasta hace poco exacta- reflejaba con muy poca exactitud el mundo real. Y eso por más que con ella se consiguieran cosas prodigiosas como poner en marcha un coche, hacer volar un avión, evitar que una casa se viniera abajo o dinamizar un sistema económico.
Un verdadero absurdo esa incapacidad de las Matemáticas para reflejar exactamente el mundo real, pues se supone que su enseñanza en nuestros programas docentes, no era sólo un fin en sí mismo para producir personas capaces de manejar esos cálculos tan imprescindibles, sino también un medio para que, en general, los futuros adultos pensasen con lógica. Aunque no se dedicasen a la Ingeniería o la Arquitectura. O a labrarse una carrera como economistas que culminase en la concesión de un premio Nobel. O como matemáticos distinguidos con la Medalla Fields o el premio Abel…
Pues bien, confrontados con la enésima crisis migratoria parece evidente que millones de ciudadanos europeos, esmeradamente educados con horas y horas de Matemáticas en Primaria y Secundaria, carecerían en absoluto, y después de todo, de la capacidad de pensar con lógica.
En efecto, y es que, si remedamos con más seriedad la broma académica del profesor Cipolla, pronto descubrimos que, esos millones de ciudadanos, no parecen capaces de resolver correctamente ese problema migratorio a pesar de que es fácilmente reducible a una sencilla ecuación matemática. Una de tipo A + B = C.
O, en este caso, Am + Bm = Cm.
“Am” (la m indicaría que tratamos un caso de emigración) serían las personas que emigran forzosamente y “Bm” los factores económicos y políticos que las obligan a esa emigración forzada. El elemento “Cm” sería el resultado inevitable de sumar Am y Bm. Es decir, los emigrantes agolpándose contra nuestras fronteras y costas, desperdigándose indocumentados por nuestras calles, convirtiéndose, para algunos, en una vaga amenaza que -a veces- se convierte en algo más concreto, pues quien está desesperado no suele -ni puede- ser un escrupuloso observador de las leyes.
Esa sencilla ecuación que explicaría en términos numéricos -de ciencia “exacta”- el nefasto desarrollo de las migraciones que en el Mundo ha habido desde la Prehistoria, sería, en apariencia (y como decía), sumamente fácil de resolver -de manera positiva- en el mundo de la pura lógica matemática.
Todo sería tan sencillo como esto: para evitar que el factor “Am” se convierta en “Cm” bastaría con modificar el factor “Bm”. Es decir, las duras condiciones económicas y, por ende, políticas, de los países de los que huyen esos emigrantes en busca de un horizonte vital que, lógicamente, esperan sea mejor, dadas las circunstancias más prosperas de esos países a los que ellos tratan de entrar. Incluso dejándose la piel -literalmente- sobre alambradas fronterizas.
Bien, pues a pesar de que esa es una ecuación tan sencilla de resolver en términos matemáticos, la Humanidad lleva repitiendo ese mismo esquema del problema migratorio -Am + Bm = Cm– desde la época de los Neandertales. En distintos escenarios, con diferentes matices, pero siempre igual en el fondo desde, por lo menos, la caída del Imperio romano: un área más desarrollada económicamente explota a áreas periféricas, que ven como su riqueza es drenada a esas áreas más desarrolladas económicamente por medio de la acción y/o amenaza militar desplegada por esas zonas más avanzadas u organizadas. Tras un período de expansión, las áreas más avanzadas empiezan a sufrir presión en sus zonas fronterizas por parte de quienes, como es lógico, quieren que se les devuelva esa riqueza que les ha sido sustraída.
En tanto la zona más desarrollada es capaz de mantenerse sostenida por esos recursos propios y ajenos, la frontera resiste, pero finalmente acaba cayendo, dado que la presión ejercida por el factor Bm (circunstancias económicas y políticas) sobre el factor Am (las personas victimadas por dichas circunstancias) acaba provocando inevitablemente el factor Cm. Es decir, el desbordamiento fronterizo con ataques más o menos violentos por parte del factor Am de la ecuación.
Este panorama ya milenario en el que se repite de manera constante esa ecuación histórica Am + Bm = Cm, diría, por tanto, bien poco en favor de la utilidad de la presencia de las Matemáticas durante horas y más horas en nuestros programas de enseñanza primaria y secundaria. Desde luego esto es así si lo que se pretendía con esas horas de Matemáticas, era producir ciudadanos que pensasen con lógica y actuasen en consecuencia, pues en la actualidad, como desde hace miles de años, es obvio que sigue sin modificarse el factor Bm de la ecuación para evitar el, para tantos, indeseado resultado Cm.
Parece ser que los ciudadanos del llamado “Primer Mundo”, a pesar de estar hoy henchidos de Matemáticas, prefieren pensar -con una lógica muy poco matemática- que, “bueno, mejor dejar el factor Bm como está, en tanto en cuanto nosotros salimos más o menos beneficiados por ese orden de la ecuación”.
Un mezquino -y miope- planteamiento -ahí esta otra ciencia, la Historia, para atestiguarlo- que, finalmente, se resuelve, una y otra vez, con choques y conflictos que se podrían haber evitado permitiendo, sencillamente, que la organización económica del Mundo -el factor Bm– fuese más equilibrado, mejor repartido, para evitar ese indeseable resultado en forma del aparentemente inevitable Cm.
Puede que en la época del Imperio romano la Humanidad aún no estuviese lo suficientemente madura para plantearse la ruptura de esta simple y perjudicial ecuación matemática. Pero, ¿es tolerable en la Era de los vuelos espaciales, de la comunicación por satélite a la velocidad de la luz -todo ello conseguido gracias a las Matemáticas- continuar en tal estado de barbarie mental? ¿Acaso merecen la pena, a medio y largo plazo, tantas horas lectivas de Matemáticas que, como vemos, bien poco mejoran la lógica de quienes hoy depende la (mala) suerte de cerca del 70% de la Humanidad?
Son un par de buenas preguntas a las que buscar respuesta. Nuestro futuro como especie inteligente viable, capaz de superar el simple estado de Naturaleza, dependería en buena medida de dar con respuestas a ellas que eliminasen el, hasta ahora, inmutable (pero indeseable) resultado Cm de la ecuación Am + Bm.