Por Carlos Rilova Jericó
Es difícil resistir la tentación de hablar de este tema. El del movimiento de los llamados chalecos amarillos en Francia. Lo que aparece en los Medios de Comunicación al uso es, desde luego, un cebo demasiado tentador para el historiador.
Tomemos un ejemplo de una noticia aparecida el viernes en algunos periódicos. En ella Macron el, de momento, presidente de la República francesa, declaraba que temía que algunos elementos más decididos del movimiento, llevasen a los chalecos amarillos a abrir nada menos que una guerra civil en Francia. Echando mano, este mismo sábado pasado, de armas para enfrentarse con el ya impresionante despliegue policial-militar en París. Algo que no ha ocurrido finalmente. De momento…
La misma Prensa que daba esta noticia, señalaba que, quizás, el presidente Macron estaba siendo un tanto tremendista, utilizando la baza del miedo para desactivar, astutamente, desde luego, a esa formidable ola contestataria. Quizás…
Quizás sí, esa es la intención de Emmanuel Macron. Y quizás no, quizás sólo estaba teniendo un acceso de sinceridad y reconocía que ese movimiento de los chalecos amarillos estaba realmente desbordando el marco político vigente en Francia. Lo cual -por si es necesario señalarlo-, tarde o temprano desbordaría el resto del marco político vigente en el resto de la Europa occidental. España incluida, claro está.
Los procesos históricos -especialmente los de estas características- suelen ser así. Y es una afirmación que nada tiene que ver ni con el marketing político -de la línea que parece gustar tanto al presidente Macron- ni con el alarmismo más o menos burdo.
Francia tiene, desde 1789, un trasfondo histórico que los contemporaneístas -como es mi caso- debemos estudiar a fondo porque es uno de los fundamentos de nuestra especialidad, ya que la Edad Contemporánea -nuestro campo de estudio y de investigación- tiene marcada como fecha de inicio -con un consenso académico bastante considerable- el 14 de julio del año 1789. Es decir, el día que se considera comenzó la llamada, en los libros de Historia, “revolución francesa”.
Desde ese día y durante largos años que conmovieron a toda Europa, Francia se convirtió en un catalizador que resquebrajó un sistema ya inviable, ahogado en sus propias contradicciones. Primero los revolucionarios franceses difundieron sus nuevas ideas -inspiradas por varias décadas de pensamiento ilustrado- en el interior de Francia. Y, no contentos con eso, proyectaron esas ideas, manu militari, al resto de una Europa, todavía monárquica y absolutista, que, naturalmente, les hacía guerra sin cuartel. Precisamente para evitar que cundiera ese mal ejemplo de derribar -en un ya inevitable baño de sangre- el Antiguo Régimen.
Sería imposible detallar aquí todos los vaivenes políticos que sacudieron a Francia y al resto de Europa desde ese momento. Desde 1793 en adelante, las tropas revolucionarias francesas, alentadas y galvanizadas por esas nuevas ideas de Libertad e Igualdad, lucharon y vencieron en todos los frentes. Llegaron a invadir territorios pertenecientes a monarquías más o menos absolutas como la española, la holandesa o la prusiana. Incluso la anquilosada república suiza a la que, por así decir, pusieron al día. Esas guerras cambiaron incluso la moda en toda Europa e hicieron que ya nada volviera a ser como antes. Aun a pesar de que esas ideas revolucionarias y republicanas sufrieran, para empezar, dentro de la misma Francia, numerosos altibajos.
Así, del Terror demencial desatado por la revolución, se pasó al más moderado Directorio, de él al Consulado, de él al Imperio de Bonaparte, de éste a la reacción absolutista que, tras la conmoción de los Cien Días y el retorno del emperador, tuvo que moderarse nuevamente, para desembocar, en 1830, en una nueva revolución, en 1848 en otra, después en un Segundo Imperio… Y así hasta la fundación de la longeva Tercera República tras la definitiva caída de ese Segundo Imperio en 1871…
Pese a esos vaivenes, y a una ocupación fascista -con evidentes apoyos internos- entre 1940 y 1945, los valores republicanos de Libertad. Igualdad y Fraternidad fueron calando en la mayoría de la población francesa y, de hecho, en el resto de Europa, hasta ser hoy día elementos irrenunciables de nuestra cultura política.
Así, Francia, con esos numerosos altibajos, siempre ha sido desde 1789, una exportadora casi neta de ideas revolucionarias y de progreso político. El faro al que han mirado, durante casi todo el siglo XIX, los revolucionarios, alternando en ocasiones -por extraño que parezca- con la España de 1812 o 1820. Fechas en las que la tendencia se invirtió. Siendo ese país el foco de revolución para toda Europa, y la Francia de Bonaparte, o la de Luis XVIII, el instrumento de represión reaccionaria.
Así las cosas, lo que ahora mismo está ocurriendo en Francia con los chalecos amarillos podría ser, por lo que la Prensa cuenta, algo similar a lo que ocurrió en 1789 con los habitantes de los faubourgs parisinos. Los hoy famosos y emblemáticos sans-culottes, la fuerza de choque revolucionaria que, eso es innegable, detonó y catalizó la revolución del 14 de julio y, pese a todos los altibajos posteriores, fue la fuerza fundamental para enterrar definitivamente al Antiguo Régimen en Francia y establecer una sociedad republicana y de valores revolucionarios firmemente asentados en la mayor parte de la población francesa.
Los chalecos amarillos parecen dispuestos, desde luego, a pasar a la acción directa, no se contentan con simples protestas y manifestaciones al uso. Su escenificación del enfrentamiento callejero, tiene más de lo segundo (enfrentamiento) que de lo primero (escenificación). Si llegarán a usar más dosis de violencia, hasta el punto del enfrentamiento armado y de esa guerra civil agoreramente anunciada por Macron, es, por ahora, difícil de saber. Puede que se desinflen o sean reabsorbidos por un marco político democrático que, evidentemente, no tiene que ver con las rígidas estructuras de la monarquía absoluta. Cuyo sistema de fuerza antidisturbios pasaba, por lo general, por las cargas de Caballería a golpes de sable -plano antes que de filo- y, finalmente, por el tiroteo y cañoneo indiscriminado de las masas enfurecidas.
Esa implosión de las fuerzas supuestamente revolucionarias ya tuvo lugar en el año 2007 con las manifestaciones estudiantiles. Sin embargo, hay algo detrás de los chalecos amarillos que, quizás, haga que esa implosión sea más difícil: la Prensa señala, y seguramente con razón, que es un movimiento amorfo, sin líderes visibles, de momento.., pero lo que les impulsa es la rabia, la desesperación de quienes cada vez tienen menos que perder gracias a las políticas económicas -enteramente obtusas- que políticos al uso. como Emmanuel Macron, se limitan a ejecutar obedeciendo a poderes económicos no elegidos por nadie…
Eso hace de los chalecos amarillos un calco, casi perfecto, de los sans-culottes descritos por Albert Soboul en su magnífico estudio sobre esta fuerza de vanguardia revolucionaria. Otra vez, como en 1789, parece que se ha creado una masa crítica en el escenario político que nada -o muy poco- tiene que perder y, por tanto, es mucho más difícil de desinflar que, por ejemplo, los estudiantes del año 2007. Por el momento, como bien dice la Prensa, no hay un liderazgo claro, pero… ¿cuánto tiempo tardará en haberlo, teniendo en cuenta que el movimiento, como la revolución de 1789, cuenta con una base social amplia en la que hay estudiantes, licenciados, doctores… y no sólo simples granjeros y obreros despolitizados y sólo irritados por el aumento del precio del gasoil?
Los chalecos amarillos podrían ser otro “bluff”, uno más, que los actuales sistemas democráticos -por más burocratizados y adocenados que estén- podrían fragmentar y absorber casi como una rutina sin mayores consecuencias políticas ulteriores. Ni siquiera de relativa baja intensidad, como las del famoso Mayo del 68.
Sin embargo, bajo la mirada entrenada del historiador aparecen en ese movimiento elementos propios de algo de más calado. Algo que recuerda -más, mucho más que un Mayo del 68 o las manifestaciones del 2007…- a lo ocurrido en el año 1789. Quizás los chalecos amarillos franceses están dibujando así los primeros trazos del colapso definitivo de un sistema -el del Neoliberalismo- que, en términos de balance anual -o decenal- de beneficios, podía resultar plausible, pero que en términos históricos es inviable.
Mucho más si se intenta aplicar -con todas sus consecuencias- sobre poblaciones fuertemente ideologizadas y politizadas en valores republicanos y revolucionarios desde hace tantos siglos que ni siquiera campañas culturales -como la intentada en el bicentenario de 1789- han podido borrar. Como parece patente por esa furia de verdaderos desesperados que de nuevo ilumina, una vez más, Francia…