Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana no tendría que haber habido problema para encontrar un tema del que tratar en un nuevo correo de la Historia, pues, una vez más, la cuestión de la Guerra Civil española de 1936-1939, ha dado que hablar.
La protagonista estelar de ese nuevo encono con esa parte de nuestra Historia, ha sido la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. No quiero abundar sobre lo inoportuno de su intervención respecto a esta cuestión, que incluso le ha sido afeada por su propio partido -el Popular- lógicamente muy incómodo por lo que esta joven política dijo respecto a esa guerra civil.
Me interesa mucho más ir al fondo del problema que este país tiene con la Historia pero que se revela claramente con tan sólo considerar las declaraciones de Díaz Ayuso entre el 28 de septiembre y el 3 de octubre. En esas fechas, y de su mano, ha salido a relucir no sólo el tema de la Guerra Civil, sino lo que podríamos llamar una enmienda a la totalidad de la Historia de España hablando, una vez más, de ese impertinente asunto en el que se ha convertido ahora la cuestión de la Leyenda Negra. Nuevo caballo de batalla política al que también se subía Isabel Díaz Ayuso en anteriores intervenciones en redes sociales, señalando que había que acabar con ella…
La receta que daba para ello, me llamó mucho la atención. Lo hizo en el marco de unas jornadas sobre ese tema, la Leyenda Negra, celebradas en el Ateneo de San Lorenzo de El Escorial y culminadas con un, al parecer, sesudo visionado de una película de dibujos animados sobre Elcano… Allí, la presidenta Ayuso indicaba que había que debelar tal leyenda hablando de los logros de España, de sus grandes gestas como una de las naciones más antiguas del Mundo… Algo que, según ella, no se lograba porque ciertos políticos españoles de hoy día -sin especificar- estaban inculcando justo todo lo contrario a los jóvenes…
Considerando el tema de las guerras napoleónicas, que es a lo que va este nuevo correo de la Historia, tengo serias dudas sobre la composición de lugar que se hacía Isabel Díaz Ayuso al respecto. Es más, creo que no parece darse cuenta de que ese hurgar en la herida de la Leyenda Negra del modo en el que se está haciendo en actos como el de El Escorial, lo único que está consiguiendo es, precisamente, alimentar en el resto de Europa, otra vez, esa Leyenda Negra y argumentaciones aún peores que datan de hace muy pocos años y no sólo de la época del primer Guillermo de Orange.
Centrándonos en el caso de la Guerra de Independencia se puede ver claramente. Es de temer, dado ese nivel intelectual sobre el tema de la Leyenda Negra, que esos hechos históricos -los de 1808 a 1815- en lugar de ser contados de acuerdo a las más recientes investigaciones que muchos historiadores llevamos elaborando desde hace años, vuelvan a reducirse al argumentario también habitual en la escuela nacionalcatólica que los más que presuntos enemigos y debeladores de la Leyenda Negra parecen estar levantando como apolillada bandera una vez más…
A saber: la Guerra de Independencia habría sido, sólo y únicamente, la reacción de un pueblo español profundamente católico que, convenientemente orientado por curas y monjes fanáticos, luchó denodadamente -trabuco y navaja en mano- contra los malditos gabachos que se empeñaban en imponerles higiene, cultura e ideas disolventes como la Ilustración, el Laicismo, el Liberalismo y el Parlamentarismo…
En definitiva, es de temer, visto lo visto con Cortés, Elcano o Blas de Lezo, que la Guerra de Independencia vuelva a ser contada no como una de las más importantes fases de las guerras napoleónicas, sino de acuerdo al guion establecido para ella por la dictadura franquista que dio lugar a engendros tales como la Enciclopedia Álvarez o películas supuestamente históricas como “Orgullo y pasión” o “Los guerrilleros”.
Es decir, es de temer que, otra vez, el gran público español será embrutecido con una falsa Historia de la Guerra de Independencia española de la que será borrada toda alusión a la proclamación de la Constitución de Cádiz -segunda escrita y aplicada en el continente europeo- o, aún peor, no dejando ni rastro del largo camino a la victoria de Waterloo, que se inició con la resistencia a ultranza de una parte del Ejército español.
Vencido y reorganizado en múltiples ocasiones, nutrido con voluntarios que fueron instruidos en nuevas tácticas militares en las que se combinaron los adelantos napoleónicos en el orden cerrado -es decir, por líneas y columnas- combinado eso con un orden irregular que formó unidades de combate regimentadas, disciplinadas y uniformadas como cualquier otra de las guerras napoleónicas (olvídense aquí de tipos sucios, malcarados y armados con trabucos y navajas) y muy superiores, por tanto, al Ejército de Bonaparte.
Un esfuerzo titánico, llevado a cabo por oficiales españoles ilustrados, de cultura francesa como todas las élites de la Europa napoleónica, decididos -una buena parte de ellos- a llevar a cabo los cambios políticos que fuera necesario, pero sin que se los impusiese un general golpista como Napoléon que, en definitiva, desde un lejano 18 de brumario, era visto por muchos de esos oficiales españoles como un traidor a la revolución de 1789 que tantas esperanzas había creado en Europa.
Los encomiables esfuerzos de esa oficialidad y del personal político del bando patriota se tradujeron, además, en la creación de una sólida administración española (opuesta a la del invasor) con no menos sólidos ejércitos que, por ejemplo, si nos fijamos en el Frente Norte, el que corría por toda la cornisa cantábrica, fueron los que permitieron a Wellington salvar -tanto su persona como a su Ejército combinado- de una debacle total cuando se tuvo que retirar de nuevo hacia Portugal tras el fiasco del asedio a Burgos, un octubre del año 1812…
Todo esto, que sale, fundamentalmente, de la investigación concienzuda de documentación de archivo hasta hoy olvidada o, más bien, ignorada, es muy de temer, visto lo visto y leído lo leído, no tenga cabida en ese discurso anómalo y mostrenco -supuestamente anti Leyenda Negra- en el que, seguramente, sólo se admitiría la existencia de los grabados negros de Goya, figuras como el Cura Merino o un Longa convenientemente pasado por el filtro de su absolutismo recalcitrante…
El resultado de una actitud tan obtusa será, una vez más, enrocar a España en un discurso semihistórico, empeñado en mutilar gran parte de la investigación histórica sobre la Guerra de Independencia, y que lo que conseguirá precisamente será hacer buena toda la argumentación negrolegendaria aventada contra este país. Una que, como decía antes, no se remonta a Guillermo de Orange, sino que, por desgracia, se puede leer todavía hoy en libros de Historia franceses. Como por ejemplo “Quand la France occupait l´Europe”, donde se afirmaba -en 1979- que la Guerra de Independencia española no fue una parte capital de las guerras napoleónicas (como lo demostrarían las operaciones del otoño de 1812 en la zona de Burgos) sino la reacción fanática de un país medieval (¡!), España, contra un país muy avanzado: la Francia napoleónica…
Si cargos políticos como Isabel Díaz Ayuso no se dan cuenta de esto, es que España, ciertamente, tiene un grave problema con su Historia y su imagen-país. Y no precisamente por culpa de la Guerra Civil de 1936 o por una Leyenda Negra que, muchos de los que se dicen debeladores de la misma, no están haciendo otra cosa que alimentar con sus declaraciones infundadas y dedicadas a convertir figuras históricas como Cortés -o los patriotas españoles de 1808- en zafios muñecos de cartón piedra.
Haciendo así buenas todas las groseras equivocaciones sobre la Historia de España que aún pueden leerse, desde hace tan sólo cuarenta años, en libros de Historia franceses o británicos y que, de hecho, son nuestro verdadero problema. Más que cualquier Leyenda Negra más o menos infundada…