Por Carlos Rilova Jericó
Este lunes podría parecer un buen momento para lanzar en este nuevo correo de la Historia una reflexión, en profundidad histórica, por supuesto, sobre los sucesos que se están desarrollando en Cataluña desde el 14 de octubre.
Podría parecerlo pero, como suele ocurrir con muchas cosas que sólo parecen lo que son, no es este lunes un buen momento para eso. De hecho, ni este, ni el siguiente, ni el siguiente, ni, probablemente, muchos siguientes lunes.
La razón es simple: el nivel de idiocia colectiva al que se ha llegado ya en España con esta cuestión de Cataluña, me parece que hace superfluo volver sobre el tema de cómo el Independentismo catalán lleva años falseando la Historia de Cataluña y España. O bien sobre el error que se ha cometido en España al dar la razón a esos profetas del actual desastre. Por ejemplo endosando, publicando y divulgando por toda España propaganda independentista como la presunta novela histórica “Victus”, recibida con un sorprendente aplauso en Madrid. Donde algunos intelectuales orgánicos de la España actual informaron a su hipnotizado público cautivo que “Victus” era una gran novela histórica que reflejaba perfectamente la clase de país atrasado, oscurantista y repelente que siempre había sido España…
Así pues, ante tal panorama de suicidio intelectual colectivo en España, este historiador pasa ya de la cuestión catalana y -perdonen el sarcasmo- cede generosamente ese terreno a dichos intelectuales orgánicos matritenses para que sigan diciendo cosas tan inteligentes, con las que, sin duda, van a acabar con el hoy tan crecido y exacerbado Independentismo catalán en cosa de dos o tres horas. Tiempo al tiempo…
Por el contrario, hoy hablaremos en este nuevo correo de la Historia de un bandido generoso del siglo XVIII: Cartouche. Y lo haremos leyendo una fuente verdaderamente interesante: el diario de Edmond-Jean-François Barbier. Situemos al personaje o, mejor dicho, a ambos personajes. Empecemos por el autor del diario.
Edmond-Jean-François Barbier nació en 1689 en el seno de una acomodada familia parisina. Su padre era abogado en la corte de Justicia de esa ciudad, capital de una de las principales potencias europeas del momento. La vida de Edmond-Jean-François quedó marcada por ese hecho: muy joven, en 1708, ingresó en esa misma corte como abogado, al igual que su padre. Y allí vivió una vida bastante plácida hasta su muerte en 1771. Nos dice Philippe Bernard, el historiador responsable de la edición de 1963 de ese diario, que el abogado Barbier escribió una magnífica obra, recogiendo, entre 1718 y 1762, todos los acontecimientos que afectaron a Francia durante esos años. Con buen criterio profesional, como no podía ser menos, Bernard también nos indica que Barbier era un hombre de su tiempo y de su clase y que su descripción y opinión de los hechos, es la de alguien bien situado en la cúspide de una sociedad en la que los derechos humanos no existen y el privilegio real y aristocrático no se cuestiona lo más mínimo.
Todo lo cual hace aún más interesante cualquier cosa que nos pueda decir sobre determinados hechos. Por ejemplo, sobre el bandolero Cartouche.
Este salteador de caminos, como el Dick Turpin del que hablaba yo hace unas semanas en otro correo de la Historia, consiguió rodearse de una aureola de bandido generoso, de galante aventurero, con una fama que persistió a lo largo de los siglos.
Como lo demuestra su presencia en diversos libros desde el momento previo a su ejecución -con unos 27 años- en 1721. Por ejemplo, la “Vie de Cartouche”, conservada hoy en la Biblioteca del Arsenal de París, la llamada “Comedia de Cartouche” (reunida junto a un florilegio de canciones, poemas y hasta recetas de cocina en otro manuscrito también conservado hoy por la Biblioteca Nacional de Francia) y una larga lista de menciones en obras literarias de mediados y finales del siglo XIX y principios del XX. Como las firmadas, entre otros, por Alejandro Dumas padre, de donde pasa, también, a los medios audiovisuales.
Desde películas mudas como la estrenada en 1911, hasta series de Televisión ya en el siglo XXI y películas “de aventuras” como la dirigida por el siempre genial Philippe de Broca y protagonizada por Jean-Paul Belmondo y Claudia Cardinale.
Naturalmente Edmond-Jean-François Barbier, buen burgués parisino del siglo XVIII, respetable abogado de su “Parlement”, tenía una opinión bastante diferente sobre Louis-Dominique Bourguignon, alias “Cartouche”, que, como Dick Turpin y otros, pasó a la Historia como bandido generoso que quitaba a los ricos y daba a los pobres.
Veamos qué apuntó Barbier sobre él en su “Diario”. Hay tan sólo tres entradas. La primera es del mes de junio de 1721. En ella Barbier se lamenta de que no hayan apresado aún a “ese” Cartouche. Recoge el rumor de que el regente Felipe de Orleans le teme, pero que ya ha dado medidas útiles para que se capture a Cartouche. Por ejemplo, ofreciendo una recompensa por su cabeza o prohibiendo a los armeros vender bayonetas y pistolas de bolsillo. Aun así, Barbier deplora que no haya carteles públicos con orden del rey para animar la captura de Cartocuhe. De ahí Barbier pasa tranquilamente, eso sí, a hablar de los rumores extendidos por el bajo pueblo acerca de que iba a llover hasta cuarenta días seguidos en París. Algo que no convenía nada a las cosechas de trigo…
La siguiente entrada es del 15 de octubre de 1721. En ella Barbier se explaya más sobre Cartouche. Lo describe como un hombre bastante pequeño, aun así audaz y valeroso. Tal y como se deduce tanto del modo en el que lo capturan, como de su sangre fría al ser interrogado y su última fuga, naturalmente fallida. Barbier incluso parece entender que el bajo pueblo ante el que es exhibido tras su apresamiento, considere al pequeño Cartouche un poco brujo… Barbier describe también cómo fue finalmente capturado: ocurrió por la traición de uno de sus compañeros de andanzas. Un soldado de la Guardia que fue obligado por uno de sus superiores a delatarlo, enterado de que se dedicaba a saltear caminos con el ya célebre Cartouche. Es así como el magistrado Le Blanc formó un destacamento bajo mando de uno de los más valientes sargentos de esa misma Guardia y cuarenta soldados de ella que capturan al bandolero en la Courtille, en una taberna donde Cartouche duerme, acompañado de nada menos que seis pistolas.
Unas que, afortunadamente -en opinión de Barbier-, no tendrá ocasión de usar cuando es hecho prisionero tras asaltarse a bayoneta calada la taberna. La siguiente entrada es del 29 de octubre y describe los momentos finales del bandolero que el abogado Barbier ya había dado por supuestos desde el principio. Es decir: morir en la rueda. Una muerte nada agradable, lenta, con todos los huesos rotos por una barra de hierro manejada por el verdugo de turno para horrorizar y ejemplarizar a un público que, como constata Barbier, acude a esa ejecución como a tantas otras.
Las siguientes notas de Barbier recuerdan algo más a Cartouche. Sobre todo la fama póstuma que ya se le ha otorgado por medio de obras representadas en la Comédie Italienne y la Comédie Française. Algo que desagrada profundamente a Barbier, porque le parece improcedente convertir en materia de teatro a un personaje real y contemporáneo pero que, aun así, no le impide a él comprar, en diciembre de 1721, la comedia “Cartouche” en cuanto es impresa. Junto con la lista de los ejecutados en la rueda. Aunque, nos dice Barbier, sólo lo hace para tener un testimonio de las tonterías que se cometen -en su opinión- en el París de esas fechas…
Sin duda un curioso epílogo para esta pequeña historia de un bandido elevado a la categoría de héroe popular en el mismo momento de su captura, juicio y ejecución que, eso creo, seguramente ayuda a ilustrarnos algo más sobre la Europa del Siglo de las Luces y su verdadera cara.