Por Carlos Rilova Jericó
Hoy ya sabemos, por fin, cuántos óscars se ha llevado la película de Sam Mendes “1917”. Con lo cual era inevitable esta semana hablar otra vez en el correo de la Historia de Cine histórico. A pesar de que la semana pasada también se tocó ese tema.
Además de eso, de la lluvia de óscars que se suponía -equivocadamente- iba a caer sobre “1917” (acaso por la más que opinable campaña lanzada en redes sociales mintiendo acerca de que en ella no salían mujeres ni soldados negros o indios) este jueves pasado nos dejó Kirk Douglas. Alguien que podía contar mucho sobre cazas de brujas modernas como esa intentada contra Mendes y su película y también sobre cómo el Cine reflejó la Primera Guerra Mundial.
En efecto, antes de que Sam Mendes decidiera contar esa guerra a partir de los recuerdos de sus propios ancestros -como consta al final de la película- otros grandes cineastas la habían llevado al Cine con toda su crudeza y en una época en la que, como veremos, era aún más difícil hablar de esos temas con la crudeza con la que lo ha hecho Mendes.
Así es. De eso sabían mucho tanto el director Stanley Kubrick como el actor Kirk Douglas. Los dos personas de esa ideología que los estadounidenses definen con la palabra “liberal” -tomada de la historia política española del siglo XIX- y que, sólo vagamente, podríamos traducir como “de izquierdas”. Pues en ese termino hoy anglosajonizado -“liberal”- entra casi todo el espectro político que va desde la extrema izquierda hasta educados y civilizados socialdemócratas de estilo sueco.
Tanto Kubrick como Douglas eran más de los últimos que de los primeros. Pero su afán de utilizar el Cine como arma de denuncia política -y de instrucción pública- no era precisamente tibio.
En efecto, la película “Senderos de gloria”, era, a finales de la década de los 50 del siglo XX, todo un bofetón en pleno rostro de la sociedad conservadora o de derecha aún más extrema.
Como muestra baste decir que “Senderos de gloria” estuvo prohibida en Francia durante años, hasta 1972. Y en España también. Hasta 1986 nada menos.
¿Cuál fue la razón? Pues sencillamente que la Francia gaullista, y más aún la España franquista, no estaban dispuestas a que se reflejase en la pantalla, para el gran público, una imagen de la Guerra en general -y de la primera mundial en concreto- que tiraba por tierra toda una mitología sobre lo que son las guerras en general y esa en particular, que los franceses han convertido en uno de los cimientos de su identidad nacional actual.
No es para menos. Si hacemos memoria de lo que se ve en “Senderos de gloria”, descubrimos que un regimiento de soldados franceses es brutalmente masacrado durante una de esas numerosas cargas suicidas en las que consistió aquella guerra hasta, al menos, el año 1917. Cuando los tanques hacen su aparición para proteger el avance de las hasta entonces inermes masas de soldados cargando a la bayoneta por esa siniestra tierra de nadie que tan bien refleja, por ejemplo, la hoy ya oscarizada película de Sam Mendes.
La gran diferencia de “Senderos de gloria” con respecto a otras películas sobre esa misma guerra como “El precio de la gloria” del año 1952 -firmada por John Ford- es que la de Kubrick y Douglas mostraba que esas tropas francesas habían sido primero masacradas por los alemanes, pero -y es un “pero” muy importante- después fueron tiroteadas por sus propias baterías…
Puede parecer un intento panfletario por parte del director y el actor -que repitieron esa clase de mensaje antisistema en “Espartaco” de la cual, por otra parte, salieron peleados de por vida- pero lo cierto es que “Senderos de gloria” reflejaba hechos absolutamente verídicos. Y ese era el problema. Cualquiera, tras ver la película, podía preguntarse si tales hechos, o muy parecidos, tuvieron lugar y, con un poco de investigación en una biblioteca pública -mirando algún que otro libro de Historia, hemeroteca…- podía deducir que sí, que tal y como se ve en la película, el propio mando francés mandó, a veces, disparar sobre los soldados franceses y, no contento con esto, diezmarlos tras juzgarlos en un consejo de guerra sumarísimo acusados de cobardía frente al enemigo.
“Senderos de gloria” no es sólo una película bélica, como lo podían ser “El precio de la gloria” de Ford o el “1917” de Mendes. Fue también una película de esas que llaman “de juicios” como “Matar a un ruiseñor”, por ejemplo. Pero en esto también marcaba la película de Kubrick y Douglas un abismo con respecto a otras. El juicio que domina buena parte del metraje de “Senderos de gloria” es nuevamente un alegato contra la demencia colectiva representada por instituciones consideradas casi sagradas. Como el Ejército francés.
La encendida defensa que hace el personaje interpretado por Kirk Douglas, el coronel Dax, que se erige en abogado ante el consejo de guerra en el que juzgan a sus propios hombres, es verdaderamente dura, acusando a los propios generales, que están por encima de él en el escalafón de mando, de haber mandado -a sabiendas- a soldados franceses a morir contra un objetivo imposible de derrotar.
Gran parte del drama, que, como digo, es una ficción basada en hechos reales, históricos, gira en torno a esta cuestión y ni Kubrick ni Douglas, como director y actor (y también productor, aunque Kubrick lo negó) se ahorraron nada para abrir ese absceso de inmoralidad política y mostrarlo en toda su podredumbre ante los ojos de un público que, sin embargo, fue privado -durante años- de saber esa cruda verdad sobre la Primera Guerra Mundial y la villanía, inhumana, inexcusable, de oficiales de alta graduación que mandaban al matadero -sin pestañear- a sus propios conciudadanos. Aun sabiendo, tras varios años de guerra, que las cargas a la bayoneta francesas no servían de nada ante las ametralladoras y las cortinas de Artillería de fuego rápido, que eso sólo era una entelequia repetida por viejos generales, que creían estar todavía en los tiempos de las guerras napoleónicas.
Bien, pues ese es parte del gran legado que nos ha dejado Kirk Douglas que ahora se habrá reunido ya con Kubrick y Ford en el Valhalla de los grandes cineastas.
Cuando vean “1917” recuérdenlo. Recuérdenlo también cuando vean, o vuelvan a ver, “Senderos de gloria”. Esa gran película sobre la Primera Guerra Mundial sin la que nuestra visión histórica sobre ella estaría fundamental e irremediablemente incompleta. Como bien lo sabían quienes prefirieron vivir en la mentira y ocultar la verdad de la Historia al público…