Por Carlos Rilova Jericó
No sé si será esta la última vez que vuelva sobre el tema del coronavirus. Dadas las circunstancias es de temer que tenga que haber un tercer, cuarto… retorno del correo de la Historia a ese tema tan baqueteado, hoy por hoy, en los Medios de Comunicación.
La razón para volver al asunto este lunes han sido varias noticias que han corrido por las inefables redes sociales y por los distintos Medios de Comunicación más convencionales (la Televisión, por ejemplo).
La primera oleada saltó cuando un cofrade sevillano señaló a una de esas televisiones -Tele5 concretamente- que el besamanos a la Virgen que representa su cofradía no implicaba peligro alguno de contagio, pues las manos de la imagen religiosa, de esa representación de la Madre de Dios, estaban inmaculadas. No podían transmitir mal contagioso alguno. Por ejemplo, el coronavirus… A partir de ahí parece que no tuvo mayor eco esta imprudente afirmación.
La siguiente oleada llegó el martes, en el “prime time” de la Televisión matinal. En este caso se trató de las airadas declaraciones de un representante de la Iglesia Evangélica -es decir, protestante- en España en el programa de Susanna Griso “Espejo Público” en Antena3.
La ira del portavoz de esas iglesias protestantes partía de que el director del Centro de Coordinación de Emergencias del Ministerio de Sanidad, había declarado en días anteriores que parecía que el relativamente virulento foco de infectados por el coronavirus en la Comunidad de Madrid, estaba en una congregación evangélica. El representante protestante (al parecer haciéndose eco de las sobrevenidas afirmaciones de un portavoz de la OMS) señalaba en dichas declaraciones a “Espejo Público” que, con esto, el Ministerio estigmatizaba a esta confesión religiosa en España. Identificándolos con el contagio de la enfermedad digamos que “de moda” en los Medios de Comunicación y con una secta minoritaria de Corea del Norte donde, al parecer, también ha habido daños colaterales a causa de esta extraña epidemia.
Tanto un caso como otro, tanto las declaraciones católicas como las protestantes, me han parecido de lo más chocante. Y es que la declaración del representante católico al igual que la del protestante, recuerdan un caso tratado en profundidad por aquel maestro de historiadores que fue el profesor Carlo Maria Cipolla.
Resultado de esas investigaciones fueron varios amenos estudios -en la línea habitual de Cipolla- donde se trataba precisamente la Historia de los medios utilizados para contener la enfermedad tras la conmoción causada por la Peste Negra de 1348.
Esos estudios fueron publicados, ya hace años, en español. El primero de ellos por la editorial de Mario Muchnik, que fue la principal lancha de desembarco en España de la llamada Microhistoria. Es decir, la que trataba de reconstruir un determinado período histórico fijándose no en cuadros generales, estadísticas, etc… sino en casos particulares a partir de los cuales ir sacando conclusiones generales.
El libro de Cipolla que editó Muchnik se centraba, por ejemplo, en un rebrote de la Peste Negra que tendrá lugar en la Florencia de principios del siglo XVII. El título, como solía ser habitual en la Escuela italiana de la Microhistoria -y en sus seguidores franceses, españoles, etc…- era literario y sugerente: “¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?”. Volveré sobre él, pues de los dos libros de Cipolla sobre el tema, éste es el más interesante para este correo de la Historia de hoy.
El otro libro de Carlo Maria Cipolla sobre la cuestión de las epidemias en la Italia septentrional del siglo XVII, también tiene un título sugerente y literario en su versión española: “Contra un enemigo mortal e invisible”. En realidad, ese libro es la reunión de dos ensayos con títulos, sin embargo, igual de sugerentes: “Miasmas y humores” y “Los piojos y el Gran Duque”.
A pesar de esos títulos, sin embargo, ambos ensayos son más técnicos que “¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?”. Pero, en definitiva, los dos libros giran sobre lo mismo. Es decir, el modo en el que el estado de Florencia de principios del XVII -en esas fechas tanto la ciudad como un gran territorio en torno a ella- afronta las crisis sanitarias que lo golpean. Sean estas simples gripes estacionales, paludismo, tifus -de ahí la referencia a los piojos, portadores de esa enfermedad- o la tan temida Peste Negra.
Ciertamente la Florencia barroca lucha con medidas, como señala Carlo Maria Cipolla, bastante eficaces pese al desconocimiento que en la época tenían los médicos de cómo funcionaban realmente las enfermedades y su contagio, atribuyéndolo todo a la corrupción del aire respirado -las famosas miasmas- y tratando de remediar esa supuesta corrupción del aire y de los humores corporales humanos, por medios que hoy nos parecen tan absurdos como sangrar a los enfermos. Debilitándolos y, en definitiva, acelerando el curso de la infección y la muerte.
En “¿Quién rompió las rejas de Monte Lupo?” el profesor Cipolla entraba de lleno en la cuestión que esta semana pasada nos han recordado las noticias. Es decir: cómo la Magistratura de Sanidad del Ducado de Florencia -una autoridad eminentemente civil- trató de detener la nueva epidemia de peste con medidas de contención muy similares a las que seguimos utilizando en la actualidad. Por ejemplo, impidiendo las concentraciones masivas en las que se condesaban las miasmas pútridas que, según aquellos médicos, causaban la enfermedad y la propagación de la misma.
Una estocada suicida (por así decir) que, intuitivamente, sin embargo, dio en el blanco, pues dichas concentraciones -independientemente de lo “pútrido” que volvieran el aire por la higiene personal, tan dudosa, del Barroco europeo- facilitaban el contagio del bacilo de la peste por el aire, por el simple contacto físico con los infectados.
La reacción de las autoridades religiosas florentinas -exclusivamente católicas en la fecha- fue negarse a aceptar tales medidas de contención, asegurando que las rogativas a las potencias celestiales para que cesase la peste, resultarían mucho más eficaces…
Cerca de cuatrocientos años después, como hemos visto la semana pasada, las cosas parecen haber cambiado bastante poco. Al parecer aún hay autoridades religiosas -tanto católicas como protestantes- que consideran que las aglomeraciones con fines devotos no son un foco de contagio y extensión de la enfermedad, cuando la Lógica y el avance de nuestros conocimientos científicos han demostrado que sí lo son…
Sorprende esa actitud particularmente entre los protestantes, que siempre consideraron que la reunión de fieles en un determinado lugar no era tan importante y que el creyente resultaba igualmente eficaz rezando por separado. Pero ahí están las palabras, ya dichas, impresas, escritas, emitidas por Televisión…
Afortunadamente, hoy por hoy, estamos lejos de la situación que podía haber en la Europa de 1348. O en la Italia Norte del siglo XVII en la que, como recordaba el profesor Cipolla, el doctor Cesare Ruschi, de Pisa, uno de los médicos de la Magistratura de Sanidad florentina, dejó escritas un 29 de marzo de 1612 unas -hasta cierto punto- desesperadas palabras. Testimonio de la impotencia de la Medicina de la época ante un mal que no podrían remediar caso de ser contagioso. Aun así el doctor Ruschi mantuvo una calma envidiable -que podrían imitar ciertos Medios de Comunicación actuales- para alguien que sabía que, en cuestión de días, podía ver una epidemia con miles de muertos, por doquier, sin que medio natural alguno las pudiera contener, quedando ya todo en manos de Dios desde ese momento: “Pero no se conoce entre los males ninguno contagioso, sino que son enfermedades corrientes que ocupan ahora este pueblo y después aquel otro, y Dios nos guarde, pues, si fueran contagiosos, a estas horas estaríamos todos infectados; no obstante son rebeldes y de mala naturaleza y muchos han muerto por su causa”…