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Carlos Rilova

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25-N… ¿Y después de las elecciones qué?. Algunas reflexiones históricas sobre la Secesión. De Richmond a Barcelona (1861-2012)

Por Carlos Rilova Jericó

Llavors, anem a agafar el fort Moultrie?… Esto es lo que se podrían preguntar hoy, 26 de noviembre, muchos catalanes, una vez que se ha confirmado que la opción independentista, tanto de derechas como de izquierdas, es la que han secundado -mayoritaria aunque no unánimemente- los más de cinco millones de votantes de esa, todavía hoy, autonomía española.

Dicho en castellano, “Entonces, ¿tomamos -al asalto, se entiende- el fuerte Moultrie?”.

Me explicó, con un periódico de hace 150 años en la mano. El fuerte Moultrie fue uno de los primeros símbolos del poder federal de los Estados Unidos en caer, al comienzo de la que luego se llamaría Guerra de Secesión, en manos de los estados rebeldes. Concretamente de los más próximos a la capital de lo que hasta ese momento, 8 de febrero de 1861 -que es la fecha en la que se publica la noticia que manejo-, habían sido los Estados Unidos de Norteamérica.

Decía ese día el corresponsal de “Le Voleur”, periódico prototípico de la burguesía ilustrada de la Europa del siglo XIX editado en la Francia del Segundo Imperio, que las milicias de Carolina del Sur habían tomado al asalto esas instalaciones militares federales, principal defensa del puerto de Charleston, declarando así, unilateralmente, la guerra al gobierno de Washington presidido tras las últimas elecciones por el decidido antiesclavista Abraham Lincoln, jefe del casi recién creado partido republicano. Hecho que, tal y como relata el corresponsal de “Le Voleur”, bien se sabía había provocado primero protestas en Carolina del Sur y en otros estados esclavistas y después un acto de secesión y comienzo de guerra civil…

Hoy, 26 de noviembre de 2012, parece, en efecto, pertinente que tras otras elecciones, las catalanas de ayer, el resultado de las mismas -pese a lo que algunos medios llaman el batacazo de Artur Mas, que ha perdido doce escaños- conduzca a algo parecido a tomar el fuerte Moultrie.

No tendría nada de extraño teniendo en cuenta lo que hemos visto, oído y leído en los distintos medios de información a partir de la Diada claramente independentista del último 11 de septiembre.

Desde el toque a generala que se dio a los Mossos d´Esquadra por parte de uno de los miembros del gobierno autonómico catalán, asegurando que estos se pondrían del lado de los independentistas en caso de conflicto armado contra el resto de España a resultas de estos movimientos secesionistas iniciados el 11 de septiembre, hasta el aireamiento de ciertas cuentas ilegales en Suiza a nombre del muy honorable president Mas que no terminan de aparecer por ningún lado, pasando por la incongruente petición del porcentaje de armamento del ejército español que correspondería, en caso de secesión catalana, a ese hipotético gobierno de una Cataluña independiente.

Así las cosas, quienes se han envuelto desde el último 11 de septiembre en la bandera independentista en lo que parece ser una huida hacia adelante, tratando de hacer olvidar una nefasta gestión económica que ha puesto en bancarrota a esa comunidad, no tendrían ahora, tras los resultados electorales de ayer, otro remedio que continuar adelante con ese proceso dado que, tal y como proclamaban, las urnas los han respaldado, aunque sea dividiendo el voto independentista en tres opciones distintas en lugar de concentrarlo en CiU tal y como quería Artur Mas.

Y aquí viene lo difícil, responder, en la práctica, no desde una tribuna parlamentaria o en un mitin preguntas como éstas: ¿cuánto cuesta poner en marcha una secesión?, ¿exactamente qué pasos se deben dar para convertir ese proceso en algo más que una amenaza que no se concreta?.

Para hacernos una idea real del verdadero peso específico de preguntas como éstas -con sus  eventuales respuestas-, quizás sería interesante volver al ejemplo histórico de proceso de secesión con el que daba comienzo este artículo: la guerra civil norteamericana. La que se inició con la toma del fuerte Moultrie.

Lo primero que hay que señalar es que ese conflicto tuvo un largo desarrollo previo, de cerca de 100 años.

En efecto, cuando las trece colonias inglesas de Norteamérica se convirtieron en 1782 en los Estados Unidos de Norteamérica, tras la victoria definitiva sobre Gran Bretaña -con la inestimable ayuda de los reinos de España y de Francia, no lo olvidemos-, la nueva constitución que daba vida a aquel país que se había fundado sobre ideas democráticas -al menos para los propietarios blancos que podían ejercer, a diferencia de muchos otros, incluidas sus propias mujeres, como votantes- dejaba apartada la cuestión de la esclavitud masiva sobre la que se basaba la Economía de las colonias sureñas.

Así, la que llegaría a ser la mayor democracia del Mundo -según dicen- fue dejando pasar, durante décadas, ese agravio comparativo: el de esclavos a millares trabajando en un país que se había edificado sobre la palabra “Libertad”…

Sin embargo, a medida que la Industrialización de los estados del Norte crecía en las primeras décadas del siglo XIX y las ideas antiesclavistas empezaban a encontrar más y más adeptos -sobre todo entre quienes no necesitaban esclavos para desarrollar su crecimiento económico-, ese arrinconamiento de la cuestión esclavista, que, desde un principio, amenazaba con dividir a la nueva nación se fue haciendo cada vez más difícil.

En la década de los cuarenta y cincuenta del siglo XIX surge en el Norte de Estados Unidos una burguesía sumamente combativa, de espíritu condescendientemente filantrópico, que no tolera, en modo alguno, que la economía esclavista sureña siga mancillando el nombre de Estados Unidos.

Entre ellos hay gente dispuesta a todo que no se conforman, en modo alguno, con los relamidos lamentos de Harriet Beecher Stowe acerca de las maldades del Esclavismo sureño o con las educadas maneras de algunos “brahmanes” de Boston como los Shaw -protagonistas de una de las mejores películas sobre la Guerra de Secesión, “Tiempos de Gloria”- y tantos otros que desean ver erradicada de la faz de Estados Unidos esa que los sureños llaman, un tanto cínicamente, “institución especial”.

Entre esos audaces antiesclavistas partidarios de la acción directa y no de las novelas-denuncia y las protestas pacíficas que se limitan, como mucho, a rescatar esclavos que han logrado cruzar la línea Maxon-Dixon que separa el Norte y el Sur de los estados aún unidos, está John Brown.

Incapaz de esperar a que un antiesclavista llegue a la presidencia tras unas elecciones, será el primer sublevado contra el gobierno de Washington D. C., asaltando él, a su vez, instalaciones federales para imponer, por la fuerza, el criterio de los antiesclavistas a todos los Estados Unidos.

La aventura se saldó con la ejecución de John Brown en diciembre de 1859 que, por una de esas ácidas ironías de la Historia, será convertido en un mártir del panteón nacional estadounidense. Como lo prueban tanto la canción “John Brown´s body” -“El cuerpo de John Brown”- que cantaban las tropas federales durante la guerra que estalla dos años después, o películas como “Camino de Santa Fe”, en las que su figura será rehabilitada como la de un héroe algo visionario, pero héroe al fin y al cabo, y brillante estrella en el firmamento de la Historia de Estados Unidos.

Y es que John Brown contaba con numerosos adeptos entre quienes van a controlar y forjar la Historia de Estados Unidos, todos ellos totalmente de acuerdo con sus ideas, a pesar de no estar por la labor de secundarlas por medio de una asonada contra el gobierno federal en ese otoño de 1859, sino a través de cauces legales establecidos -como la elección de un presidente antiesclavista que aplicase una legislación antiesclavista de obligado cumplimiento- y a defender esa opción -esta vez sí- con las armas en la mano si lo hacía necesario el rechazo a ese resultado electoral en los estados sureños…

Y así empezó todo, llegando a un terreno en el que ya sólo la violencia abierta podía hablar entre personas bien educadas y con vidas bien estructuradas, con casas, criados, coches (de caballos), cuentas corrientes -de verdad, no imaginarias-, negocios más o menos florecientes y chisteras con las que saludar a las señoras mientras paseaban por bien pavimentadas calles de grandes metrópolis como Washington, Nueva York, Nueva Orleáns, Richmond, Boston…

Volvamos a las palabras del corresponsal de “Le Voleur” de aquel 8 de febrero de 1861 para hacernos una idea de la manera tan sencilla y a la vez tan complicada en la que se pasó de leer periódicos como aquel junto al fuego de una bien alimentada chimenea, a mandar columnas de asalto en la intemperie de campos de batalla en los que, hasta 1865, morirán, a miles, sudistas y nordistas:

“A propósito de la insurrección de Carolina.

Se sabía que la nominación de monsieur Lincoln, partidario declarado de la abolición de la esclavitud a la presidencia de los Estados Unidos, ha provocado por parte de Carolina y de muchos otros estados esclavistas, una protesta seguida de un acto de separación y de un comienzo de guerra civil. El fuerte Moultrie, principal defensa de Charleston, capital de Carolina, ha sido tomado a las tropas federales y ocupado por las milicias de Carolina.

A fin de satisfacer la curiosidad general, reproducimos aquí una vista del fuerte Moultrie, que se encuentra a poca distancia de Charleston”…

Así fue, en efecto, como empezó todo. Y ahora, visto en todos sus detalles -al menos en todos los detalles posibles en un espacio reducido como éste- el proceso por el cual los estados sureños se rebelaron y se separaron del gobierno federal de los Estados Unidos, cabe preguntarse algunas cosas en este otro país que parece estar sufriendo una escalada similar que también parece ir a estallar a causa de un resultado electoral: ¿se va a hacer en Barcelona, o en Gerona -por poner un ejemplo-, algo parecido a lo que se hizo en Carolina del Sur en 1861?. ¿Se va, en fin, a tomar el equivalente del fuerte Moultrie en Cataluña?.

El muy honorable Artur Mas no ha conseguido, exactamente, el resultado electoral que apetecía, pero, aún  así, por lo que se lee en la prensa de hoy, parece que no le va a quedar más remedio que seguir adelante, camino a un abismo cada vez más oscuro y profundo, de unas proporciones que, quizás, no había llegado a imaginar, que, tal vez, vayan adquiriendo, a medida que se aproxima hacia él, la forma, cada vez más clara, de un callejón sin salida en el que la única posteridad que le espera es la de jugar el desairado papel de un pequeño Jefferson Davis. Una de las figuras de la Historia norteamericana más opacas, más grises, menos considerada y visto como una nulidad incluso por muchos de los que estuvieron dispuestos a sublevarse contra el gobierno federal en 1860 y a elegirlo como primer y único presidente de la fracasada Confederación…

Estas cosas suelen pasar cuando no se sabe nada de Historia, una plaga cultural, como bien sabemos, muy común entre nuestra clase política que, como era lógico esperar, tiende a producir problemas que, tal vez, jamás deberían haberse planteado.

Desde una prima de riesgo disparada y agravada por la falta de un respeto a nivel internacional que no se ha sabido cultivar en treinta años de régimen democrático, hasta elecciones independentistas que llevan a buena parte de los habitantes de este país a una alocada carrera hacia el abismo, o, tal vez peor aún, a mojarse en un verdadero fiasco, en una tormenta en un vaso de agua provocada por líderes que han tratado de ocultar con esa salida en falso su mala gestión económica que, por otra parte, están dispuestos a seguir aplicando incluso en caso de que se produjera una hipotética independencia…

En resumen, desde el punto de vista de un amigable consejo histórico, todos los que están cerrando filas hoy en torno a banderas y urnas independentistas deberían tener muy en cuenta lo complicados, y conflictivos, que resultan los procesos de secesión -sea por una mala causa como la esclavitud, como por una buena- y las graves consecuencias a que dan lugar, que no son, desde luego, las de niños que juegan a guerras de mentiras con soldaditos de plomo como los que ilustran estas páginas o las de partidas de ajedrez con figuras como las que también ilustran estas páginas.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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