Por Carlos Rilova Jericó
A medida que pasan los días del estado de alarma a causa de la epidemia de coronavirus, parece que se podría afirmar, rotundamente, que España, sus autoridades políticas, su propia ciudadanía… se van internando en terrenos bastante delirantes y contradictorios. Pero vayamos a los ejemplos prácticos extraídos de la Historia que, eso espero, nos ayudarán a entender mejor estas derivas viéndolas en perspectiva histórica.
Observen la curiosa trayectoria vivida a lo largo de este mes de abril por ese partido llamado VOX. El día 2 según el periódico “Periodista digital”, el actual presidente español, Pedro Sánchez, habría estado espiando al también actual jefe del estado, Felipe VI, porque sospecharía que el monarca había hablado con mandos intermedios del Ejército para dar un golpe “de timón” a la actual situación que vivimos a cuenta del coronavirus y que al actual rey, al parecer, le estaría disgustando en extremo…
Al albur de este claro golpe de estado, sustanciado desde una interpretación cuando menos sesgada de algunos artículos de la Constitución española de 1978, Raúl Marín, portavoz de VOX en La Rioja, planteó en Twitter si era tan difícil entender que el rey presidiera un gobierno así. Con apoyo de algún militar de alta graduación y un cuerpo de especialistas y técnicos que, en su opinión, serían los adecuados para salvar a España de la mortal crisis sanitaria. Así lo denunciaba elplural.com el 3 de abril…
Después, entre el 2 y el 9 de abril, y sin desmentido alguno que conste a semejante apoyo a esos planes siniestros, VOX, oh sorpresa, se erigió en garante, en cambio, de las libertades cívicas de todos los españoles asegurando que, en lugar de sumarse a esa propuesta de golpe de estado, iba a denunciar al Gobierno de España por haber encubierto un estado de excepción disfrazándolo de estado de alarma. Sin embargo, el día del debate parlamentario para ver quién -y quién no- seguía apoyando al Gobierno en tales planes de estado de alarma, el líder de esa formación, Santiago Abascal (cuyo discurso vi entero para estar seguro de escribir hoy lo que realmente él dijo) proponía, en cambio, que continuase el confinamiento de la población. Sin que alcanzase a explicar en qué consistía entonces la base de su enfado para denunciar al Gobierno, precisamente, a causa de ese confinamiento de la población. ¿Acaso él no estaba proponiendo lo mismo?…
Si todo esto no es, en efecto, delirante, errático… según la definición del Diccionario de la Real Academia española, yo, la verdad, ya no sé qué podría serlo.
Hasta aquí las que podríamos llamar malas noticias al respecto. Vamos con las buenas. Pese a ese discurso del día 9 -en el que no se sabía qué diferencia había entre el estado de alarma del presidente Sánchez y el del señor Abascal- que VOX haya decidido combatir al Gobierno no con un golpe de estado más o menos solapado, sino en el Parlamento y los tribunales, es, sí, una buena noticia. Al menos vista en perspectiva histórica. La que dan los 97 años que medían entre 1923 y 2020.
Vamos a ver los porqués de todo esto. En 1923 sí hubo un golpe de estado en España casi idéntico al que se describía en “Periodista digital”. Fue dado por un militar de alta graduación: Miguel Primo de Rivera (padre, como ya habrán notado) del inefable José Antonio, creador de uno de los más longevos partidos fascistas en el poder en la Europa posterior a la derrota del Nazismo.
¿En qué consistió el “Directorio” primorriverista? Pues más o menos en algo similar a lo descrito en “Periodista digital”. Si bien debemos partir del hecho de que hay versiones divergentes sobre si el rey Alfonso XIII lo precipitó o no a causa del llamado “Expediente Picasso”, que trataba de esclarecer la desastrosa gestión de la Guerra de Marruecos. Distintos historiadores han dado versiones distintas. Así Javier Tusell y Genoveva Queipo de Llano niegan que el rey urdiera nada, sino que se dejó llevar por los hechos consumados. Otros, como el hispanista israelí Shlomo Ben Ami, señalan en cambio, en la página 29 de su estudio “La dictadura de Primo de Rivera 1923-1930”, que el rey, temiendo que quedase a la vista su responsabilidad -de más de 13.000 muertos en el llamado Desastre de Annual- dejó hacer a Primo de Rivera precisamente para evitar su derrocamiento por esa causa. Pedro L. Angosto corrobora esa versión en un estudio sobre el periódico “El socialista”, indicando que el rey, antes del golpe, ya había señalado en varios discursos que era inevitable (en su opinión, claro está) implantar en España una dictadura militar al estilo de la polaca, la griega o la italiana…
Fuera como fuese, el monarca -siempre muy mal adaptado a su papel de rey que reina pero no gobierna- consintió, desde luego, en que la Dictadura primorriverista se afianzase. En eso están de acuerdo todos los historiadores mencionados.
Así se acababa con un Parlamento que se consideraba ineficaz, poco representativo y extremadamente corrupto. Y, para mayor desprestigio de ese sistema político, la Dictadura (es dolorosamente inevitable reconocérselo) empezó a atajar graves problemas como la desastrosa guerra colonial en Marruecos o la conflictividad social, que había llegado a extremos de guerra civil en ciudades como Barcelona. Donde bandas armadas por la patronal se dedicaban a tirotearse con los grupos de defensa organizados por los sindicatos obreros que, a la vista de esa ley del revólver, decidieron aplicar la misma receta que les aplicaban a ellos… Una situación descrita con mano maestra por el historiador Joaquín Romero Maura en “‘La rosa de fuego’: el obrerismo barcelonés de 1899 a 1909” o, si eso les parece demasiado espeso, en la notable novela de Eduardo Mendoza “La verdad sobre el caso Savolta” que también la refleja con bastante exactitud. Aunque como telón de fondo literario en este caso.
Así pues, militares y técnicos junto con un rey que les daba su beneplácito, lograban resolver graves problemas hace 97 años. Llevándose por delante, eso sí, todo viso de gobierno democrático y parlamentario, que lo era por muy corrupto que estuviera…
Todo ello, como ven, muy parecido a los planes con los que relacionaban o se relacionaba VOX el 2 de abril y que esa formación parece, al fin, haber rechazado frontalmente al conducir la disensión política exacerbada por la crisis sanitaria a cauces ejemplarmente democráticos. Como lo son el Parlamento y los tribunales. Aunque sin explicar, por desgracia, cuál es la diferencia entre el dudoso confinamiento sine die decretado por el actual gobierno y el que Santiago Abascal aireaba en la tribuna de oradores del Parlamento español el día 9 de abril…
Bien, pues este es el panorama político español 97 años después de que España se despeñará políticamente -durante muchas, demasiadas, décadas- dejando de ser una democracia liberal. Como las que disfrutaron la mayor parte de países occidentales a lo largo del siglo XX, combatiendo ferozmente a ese mismo Fascismo que tanto quiso imitar el general Primo de Rivera entre 1923 y 1930.
Así pues, sin duda es una gran noticia, en medio de esta infame situación que vivimos, que hasta la Derecha española más extrema haya logrado sortear esa tentación y se haya atenido a los cauces parlamentarios. Esta vez sí.
La democracia funciona evidentemente hoy en España mejor que en 1923. El sistema de control parlamentario, la Prensa que no se ha dejado amordazar -pese al lamentable papel que están haciendo algunos medios audiovisuales-, los cauces legales… están funcionando. Pero como todo en este mundo, nada es perfecto.
Triste es constatar, por ejemplo, que personajes y partidos calificados de ultra, ultra, ultra Derecha estén así sacando los colores a formaciones de Izquierdas (algunas de ellas, como el PSOE, colaboradoras parciales, por cierto, en la Dictadura de 1923) que, en el caso de España, hoy, en nombre de la salud pública -más que torpemente manejada- se enrocan, para resolver un auténtico desastre médico, en una exacerbada limitación de libertades públicas. Tratando además a sus ciudadanos como niños pequeños a los que hay que enseñar una lección -ese lenguaje ha sido utilizado por miembros de los cuerpos policiales y jaleado en medios audiovisuales que nada deben saber de la función de la Prensa en democracia- o premiar a dicha población -por su buen comportamiento- con aplausos y otras cosas dignas no de una sociedad avanzada que paga decentemente a técnicos esenciales, sino de un parvulario.
Todo eso mientras, según parece, intentan ocultarles hechos palmarios bajo eufemismos tales como “desescalada”, “aplanamiento de la curva” (concepto fuertemente cuestionado por eminentes médicos y especialistas como Juan Gérvas o John P. A. Ioannidis), “nueva normalidad”… y otros dudosos constructos dialécticos que en una verdadera democracia no deberían tener lugar.
Algo que, al parecer, estaría tratando de posponer el afrontar realidades como esas que Bill Clinton describió con su famoso eslogan: “Es la Economía, estúpido”. Y es que se debe saber que la prolongación del confinamiento, en absoluto aclarada por el actual Gobierno -aunque tampoco por sus feroces críticos parlamentarios- es inviable más allá de cierto punto que los economistas conocen bien y que los contemporaneístas también estudiábamos en las clases de Economía de nuestros programas universitarios.
Es decir: de nada sirve que esta semana vuelvan al trabajo los trabajadores de industrias no esenciales (concepto una vez más indefinido por el actual gobierno y que queda, al parecer, a criterio de ciertos Medios de Comunicación y de la Policía), si nos encontramos en una Economía en la que, por ausencia -por confinamiento, necesario, innecesario o lo que sea- del total de población activa o rentista -es decir: el mercado, quienes generan la demanda de bienes y servicios- no se puede consumir el stock que dichas empresas no pueden almacenar o retener más allá de una determinada fecha que no puede alargarse en el tiempo. Por puro realismo económico al que no va a frenar voluntarismo ideológico alguno, sino billetes de curso legal en circulación…
Así pues, sí: las cosas en Política están mucho mejor en España hoy que en 1923. Pero desde luego no todo lo bien que sería de desear. Por razones tan patentes como las que acabo de exponer y que, creo, merecen una seria reflexión. En el Parlamento, en los partidos políticos, en las tribunas de Prensa… Pues por desgracia eso, hoy por hoy, no es posible en las calles, por culpa de una alarma sanitaria que en España (a diferencia de otros países europeos) ha eliminado hasta el más mínimo derecho de reunión. Algo que (sin que se sepa su eficacia sanitaria, pues en países donde sí se ha permitido no se ha llegado a la exacerbada cifra de muertos de España), sí hace similar a la España de 2020 a aquella de 1923 en la que sí hubo un golpe de estado.