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Carlos Rilova

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El señor Rafael Gómez Nieto y la Compañía 9. Un pelotón de soldados que salvó la civilización

Por Carlos Rilova Jericó

Hace apenas unos días llegó la triste noticia de que Rafael Gómez Nieto había muerto en Estrasburgo. Era un hombre de edad ya muy avanzada, pues había nacido en la localidad almeriense de Adra en enero de 1921. Es decir que le faltaban pocos meses para llegar a cumplir el siglo en unas condiciones que, según recogen los obituarios que se le han dedicado, eran verdaderamente envidiables pues seguía en activo, paseaba, incluso conducía su propio coche de vez en cuando.

La mayoría de los medios que se han hecho eco de su fallecimiento, han destacado -como no podía ser menos en un abril de 2020- que el último enemigo al que no ha podido vencer ha sido el coronavirus.

Como sé que la mayoría de habitantes de este país estamos ya bastante hartos del tema (y como mañana habrá número extra del correo de la Historia sobre ciertos aspectos de esa insidiosa cuestión) no voy a insistir en ello. Prefiero subrayar que Rafael Gómez Nieto, hijo de un carabinero al servicio del Gobierno español de 1931, soldado de la Compañía número 9 y más adelante zapatero en una de las capitales de la Unión Europea hasta su jubilación, murió casi de pie, casi mirando de frente al enemigo que lo abatió. Como había hecho tantas veces en su vida desde el año 1938 en adelante.

Esa vida, esa parte de su vida, ha sido contada muchas veces y desde muchos ángulos. Basta con repasar los obituarios que le han dedicado varios periódicos tras su fallecimiento. Pero yo, hoy, quisiera contarla para recordar mejor quién era aquel hombre al que, como todo aquel que ha estado en una guerra, le gustaba poco hablar de ellas.

Rafael Gómez Nieto vino al mundo en un año en el que las ideologías totalitarias campaban por sus respetos. Una época en la que se preguntaba “Libertad ¿para qué?” y otros consideraban que la vida de otra gente no valía nada, que lo importante era la raza aria y su supremacía sobre el resto de la Humanidad.

Malos tiempos pues. Muy distintos a los que conoció él cuando el último fanático de la élite nazi fue abatido, un día de 1945,  por su diezmada compañía, la número 9, en el desfiladero de Inzell, en los Alpes, y ellos pudieron abrirse paso hasta el Nido del Águila desde el que Adolf Hitler soñaba con dominar el mundo tras un verdadero baño de sangre en el que ya se había elegido -por él y sus fieles- quién podría vivir, quién debería ser encarcelado de por vida y quién debería morir.

Ese fue Rafael Gómez Nieto. Lo han visto, a él y a otros muchos como él, muchas veces. Aunque no hayan leído libros como “Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial” de Eduardo Pons Prades o “Los españoles de Churchill” de Daniel Arasa. O los escritos por Evelyn Mesquida, Alfonso Domingo, Antonio Vilanova Andreu, Alberto Marín Valencia o, más recientemente, Diego Gaspar Celaya.

Y es que Rafael Gómez Nieto fue uno de esos soldados que aparecen en las películas “de guerra”, en las del subgénero “Segunda Guerra Mundial”. Vistió, en efecto, el uniforme de los soldados franceses leales a la Francia Libre de De Gaulle que habrán visto en películas como “Un taxi para Tobruk”.

En Europa desembarcó en 1944 en Normandía, en la Playa “Utah” a bordo de un blindado y luciendo un uniforme exacto a los que han visto en películas de guerra como “La Batalla de las Ardenas”, “Los violentos de Kelly”, o, por no agotar la lista, “Salvar al soldado Ryan”. Lo único que distinguía a Rafael Gómez Nieto de esos soldados norteamericanos o franceses, era una pequeña bandera tricolor española cosida en la manga de sus uniformes o pintada en sus blindados. También fácilmente reconocibles por sus nombres españoles. El suyo, el que él conducía en esas fechas, se llamaba “Don Quijote”.

A bordo de él entró en París un 24 de agosto de 1944. Sí, él era uno de esos soldados que tanto se mencionan en otras películas “de guerra” como “¿Arde París?”. Aquellos que tantas discusiones suscitaron entre los aliados occidentales porque los franceses querían ir directamente a París, para apoyar a los parisinos sublevados contra las fuerzas de ocupación nazi que, según algunas versiones -no muy bien fundamentadas, al parecer- se conformaban con simular lo que Von Choltitz -su jefe- llamó “un combate de honor” pero que, a decir verdad, llenó las calles de París de muertos y de sangre. Y eso pese a que Von Choltitz (siempre según su versión de los hechos), se negó a arrasar París, tal y como Hitler le había ordenado, antes de rendirse a los soldados españoles de la Compañía 9…

En esos momentos históricos que han visto tantas veces en tantas películas, estuvo el señor Rafael González Nieto. Él y sus compañeros avanzaron en esas horas sangrientas por las calles de París. Cuando vayan allí de nuevo, fíjense en unas pequeñas placas de mármol dispersas por la ciudad pero sobre todo en su zona central, cerca del Ayuntamiento de la capital francesa. En ellas leerán nombres españoles. Son los de los soldados que estaban ese día con Rafael Gómez Nieto y cayeron combatiendo contra los Panzers y los panzergrenadier que Von Choltitz desplegó por las calles de París para que quedase claro que no se iba a rendir fácilmente ante un grupo de partisanos parisinos sublevados y protegidos tras rudimentarias barricadas.

Ni siquiera frente a tropas profesionales y armadas con los medios bélicos más sofisticados de la época, como era el caso Rafael Gómez Nieto y sus compañeros.

Así se fueron abriendo paso esos hombres de la Compañía 9, como punta de lanza, que, protegida por sus blindados, iba barriendo a las tropas de la Wehrmacht nazi, calle a calle. Como una especie de Batalla de Zaragoza a la inversa.

El viaje continuó tras liberar la capital del Sena, recibir los aplausos de aquel París que era, otra vez, una fiesta y arriar la bandera española que en esos momentos ondeaba en la embajada franquista y que aquellos hombres de la Compañía 9 no podían tolerar como representación de la nación que creían estar defendiendo, metro a metro, sobre los adoquines ensangrentados del París de 1944.

La siguiente gran parada de ese pelotón de soldados que iba salvando la civilización europea, la de las libertades públicas, la heredera de la Ilustración y de la revolución francesa… fue la Batalla de la Bolsa de Colmar, en torno al pueblo de Grussenheim donde ese centenar largo de soldados españoles fue diezmado. Cerca de aquel Estrasburgo donde vivió y murió finalmente el señor Rafael Gómez Nieto.

Pero, como ya conté en esta misma página en abril de 2017, aún quedaron los suficientes españoles como para tomar el paso que iba de cabeza al Nido del Águila. Él, Rafael Gómez Nieto, fue uno de ellos. Aunque como relataba en una entrevista a “El Periódico” el 31 de agosto de 2019, firmada por Juan José Fernández, no pudo subir a ese último reducto nazi porque debió quedarse a cuidar del vehículo, como chofer de él que era. Sin embargo, parece que, antes de que llegase allí la 101 aerotransportada norteamericana -tal y como se ve en la serie “Hermanos de sangre” de Steven Spielberg- consiguió hacerse con algún trofeo de guerra de aquel sancta sanctorum nazi.

Para que no lo olvidemos, ni ahora, ni mañana, ni mañana, ni nunca… hoy he escrito este artículo. Para recordar al último de aquel pelotón de españoles que salvó la civilización (aunque fuera de un modo muy distinto al que imaginó Oswald Spengler, autor de esa famosa y controvertida frase).

Hoy que en España vuelven a estar amenazadas las libertades civiles que apenas habíamos recuperado, me parece el momento más oportuno para recordarlo. Para no olvidarlo…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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