Por Carlos Rilova Jericó
En 1914, hace ahora 106 años exactamente, desde el martes 4 de agosto pasado, el Mundo cambió de un modo que apenas podemos concebir. Incluso a pesar de que nos detengamos a leer alguno de los muchos libros que se han escrito sobre aquellos días. Que son muchos y de los que, desde 2013 en adelante, se ha escrito bastante en este correo de la Historia. Caso, por ejemplo, de “Los cañones de agosto” de Barbara W. Tuchman.
Fue quizás ésta la primera historiadora en poner el acento sobre un hecho que ha quedado desdibujado en el recuerdo resumido de lo que fue la “Gran Guerra”. La que luego se conocerá como “Primera Guerra Mundial”.
Es decir, que la muerte del heredero del trono del Imperio Austrohúngaro, Francisco Fernando, en 28 de junio de 1914, no condujo de inmediato al estallido de esa “Gran Guerra”.
Para eso tuvieron que pasar varias semanas, más de un mes de hecho. En el que ocurrieron muchas cosas. Un lapso en el que, por así decir, se contuvo la respiración en las principales cancillerías europeas. Temiendo por un lado que estallase la guerra y, por otro, casi deseando que eso ocurriera.
No será éste el primer lugar en el que yo haga esa observación. De hecho, esa impresión ya la había sacado años ha, cuando escribí y publiqué mi tesis doctoral sobre el que fuera embajador español en Londres entre 1900 y 1905.
En la correspondencia de aquel gran magnate vasco, Fermín Lasala y Collado, se podía catar, en efecto, ese ambiente que catorce años después se pondría al rojo vivo en aquel largo mes de julio de 1914.
Lasala y Collado sabía de lo que hablaba, pues era un hombre bien instruido, con dos titulaciones universitarias -una de ellas equivalente a la actual de Historia- y una amplia experiencia a nivel internacional. Como diplomático, político y hombre de negocios que hablaba varios idiomas.
Sus cartas de comienzos del siglo XX, cuando él ya estaba instalado en uno de los principales centros de poder mundial, como lo era el Londres victoriano y eduardiano, detectaban -en hechos como la famosa rebelión de los bóxers- ese malestar general entre las potencias europeas que, tarde o temprano, podría desembocar en una conflagración a escala global. Una que los más prudentes y avisados (como era el caso de nuestro embajador en Londres) intuían no sería precisamente un paseo militar, sino algo de unas proporciones terribles, inusitadas, aterradoras…
De hecho, eran muchos los esfuerzos que las mentes políticas más prudentes habían puesto en juego, antes de agosto de 1914, para evitar lo que ocurrió a partir de entonces.
Los incidentes de 1898, como el de Fachoda entre británicos y franceses por el reparto colonial de África, la Guerra Hispano-Estadounidense de ese año (la misma que lleva a Lasala y Collado a Londres) o la Guerra Ruso-Japonesa de 1904-1905, avisaban ya a las mentes más avezadas de que los fabricantes de armas y otros podían querer esa “Gran Guerra” por diversas -y a veces obvias- razones, pero que cuando ésta concluyese -e independientemente de quién la ganase- habría más que lamentar que celebrar.
A más de cien años vista, eso está bien claro. Y hoy es pues un buen momento para recordar las circunstancias reales que rodearon aquel momento histórico, aquel largo mes de julio de 1914, en el que colapsa la civilización europea decimonónica. Llena de esperanza en el futuro, en la Ciencia como liberadora del ser humano y en que la civilización blanca y cristiana haría del Mundo un jardín.
Porque eso es exactamente lo que ocurrió. Un colapso de civilización. Porque finalmente quienes deseaban la guerra, ganaron la partida en ese mes largo, en esos 30 días y una semana en los que se movilizaron tropas, se amagó con invadir países neutrales, se puso en alerta a la flota británica y muchos hombres jóvenes esperaron -a que les llegase la orden de movilización de sus respectivos gobiernos- entre el miedo de ver truncadas sus vidas y la alucinación de volver del frente a sus casas -enteros y sanos- como verdaderos héroes. Algo que miles de ellos jamás conseguirían.
Podemos recordar, ahora en este mes de agosto de 2020, ese momento de nuestra Historia por medio de libros como el ya citado de Barbara W. Tuchman o de otros que no habría sitio para reseñar aquí. Clásicos como “La Gran Guerra 1914-1918” del maestro de historiadores francés Marc Ferro, por ejemplo.
Aunque también recomiendo, vivamente, gastar tres horas de ocio en ver la miniserie “37 días” que la BBC británica -con su buen hacer habitual- realizó en el año 2014 para conmemorar precisamente aquellos hechos.
La serie ya está editada en DVD y, por tanto, es perfectamente asequible y visible. Es recomendable verla antes o después de leer algunos de esos libros que llevó citados y tampoco son muy difíciles de encontrar. Más que nada para compensar los momentos en los que la ficción -o hechos que casi parecen ficticios- cobran demasiado protagonismo en esa serie por lo demás tan recomendable.
En “37 días”, con un ritmo dramático casi hipnótico, se reviven las discusiones entre las cancillerías, monarcas, embajadores y ministros rusos, austríacos, belgas, franceses… y, por supuesto, -y con un protagonismo esencial- alemanes y británicos.
Así desfilan por la pantalla el zar Nicolás II, su primo el káiser Guillermo II o el viejo emperador austriaco Francisco José, mostrando cómo su anticuada visión del Mundo y la Guerra -especialmente visible en el káiser, al que se describe como alguien que no ha superado la fase de jugar con soldaditos de plomo- se abalanzan a lo que creen va a ser una espléndida guerra como “las de antes”. En lugar del matadero industrial que ya avizoran políticos de estilo más moderno. Como Winston Churchill que tiene un protagonismo notorio en “37 días”. Donde es reflejado como un belicista realista y furibundo que no ve otra salida que la de aplastar a Alemania. Cueste lo que cueste.
También podrán ver en esta miniserie al embajador alemán en Londres que juega con una alambicada diplomacia. Tejida en torno a Edward Grey -el ministro de Exteriores británico en 1914- y el canciller alemán Theobald von Bethmann-Hollweg, para evitar algo que ya nada tiene que ver con esos tiempos pasados desde el 28 de junio de 1914 y sobre los que va a desatarse un verdadero cataclismo histórico.
Por todas esas razones y muchas otras que les dejo descubrir en esas tres horas de ocio veraniego, la serie “37 días”, en conjunto, es una inmersión sugerente y eficaz para quienes quieran empezar a comprender qué es lo que ocurrió a hombres y mujeres -como las simples oficinistas que salen en la serie o la fascinante Margot Asquith, esposa del premier británico- hace ahora 106 años. Cuando los cañones de agosto, finalmente, empezaron a sonar y desmenuzar -de manera lenta pero segura- a la orgullosa Europa de la “Belle Époque”. Esa que desaparecería en aquel sumidero de la Historia que fue el frente occidental de la “Gran Guerra” hasta 1918.