Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana entrante se cumple un nuevo aniversario de un gran acontecimiento histórico. En este caso la Liberación de París, que llevaba cuatro años, desde el verano de 1940, bajo dominio de la dictadura nazi.
Se ha repetido muchas veces (y el correo de la Historia no ha sido ninguna excepción) que la punta de lanza de esa liberación fue la 9. Una compañía de soldados españoles integrada en las fuerzas de la Francia Libre de De Gaulle que, sumada a las demás fuerzas aliadas, avanzaba desde Normandía sobre la Francia ocupada.
Ese desembarco, del que forma parte la División Leclerc, en la que iba integrada la 9, también ha hecho correr no pocos ríos de tinta y de caracteres digitales. En España, especialmente durante el 75 aniversario de esa fecha, pude ver cómo se buscaba, desesperadamente, soldados de origen español que hubieran tomado parte en ese hecho.
Alguno apareció. Naturalmente gente que había huido de la España franquista para no ser represaliado -por utilizar un eufemismo- por sus ideas políticas. En ese momento mi impresión, como historiador, fue que se hacía un enfoque un tanto minimalista de la contribución española al bando aliado en la II Guerra Mundial.
Algo lógico por otra parte, cuando en España, durante los 40 años de dictadura, y después, la voz cantante en ese tema la han llevado quienes querían, ante todo, exaltar la contribución española al bando perdedor de esa guerra. Es decir, la famosa División Azul y la algo menos famosa Escuadrilla Azul.
De ahí llega esa derivada histórica en la que las contribuciones españolas a los aliados han recibido muy poca atención y todo se ha quedado en ahondar, como mucho, en episodios muy conocidos. Como podía ser el caso de la Compañía 9. O el desembarco de Narvik en la Noruega ocupada.
Indicios de que había algo más allá de todo eso, de lo que parecían casos y hechos aislados -como la 9 o el desembarco de Narvik- los mostraban claramente algunos pocos libros como “Los españoles de Churchill” de Daniel Arasa o el magnífico estudio de Eduardo Pons Prades sobre las unidades formadas por españoles para combatir contra la ocupación nazi.
Suficiente, creo, para seguir indagando sobre el tema de la contribución española a aquellos hechos históricos que conocemos como “Segunda Guerra Mundial”.
Aunque a veces no hace falta indagar mucho, pues es el hecho el que viene a buscar al historiador y no al revés. Es lo que me ocurrió en junio de este año, mientras preparaba otro correo de la Historia dedicado en ese caso a conmemorar el 90 cumpleaños de Clint Eastwood.
Descubrí entonces la figura del capitán unionista Carlos Álvarez de la Mesa. Un yankee de Massachusetts, pero nacido en España -en concreto en Sevilla- que crearía, como decía en ese otro artículo, una verdadera dinastía militar en los Estados Unidos; pues este veterano de la Guerra de Secesión, donde dirige unidades formadas por emigrantes españoles en Norteamérica -como el 39 de voluntarios de Nueva York- tendrá un nieto llamado Terry Allen Álvarez de la Mesa senior. Alguien que llegará a ostentar el grado de general en servicio del Ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.
Lo que sabemos de él, gracias a algunas magníficas y bien documentadas biografías como la de Gerald Astor (“Terrible Terry Allen. Combat General of World War II-The life of an american soldier”), nos dice que, en el año 1942, cuando los aliados empiezan a cambiar el curso de la guerra en su favor, participará en acciones hoy renombradas y bien conocidas por cualquiera que tenga algún interés, al menos, en el género bélico de la Segunda Guerra Mundial.
En efecto, Terry Allen Álvarez de la Mesa se encontrará dirigiendo a la División Rojo Uno en la “Operación Torch”, una de las que más asustó a la España franquista, que se veía -y no sin razón- a punto de ser aniquilada por la superior potencia de fuego norteamericana, en tanto que régimen mimético -y en más que una estrecha relación- con la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler.
Gracias a la “Operación Torch” miles de efectivos aliados desembarcaron en el Norte de África acabando con la aventura del Afrika Korps y las tropas italianas destacadas en la zona, que ya los británicos y los franceses -y españoles libres integrados en las fuerzas de estos últimos- habían puesto en bandeja con las victorias de Bir Hakeim y El Alamein. Objeto esta segunda también de muchos guiones de Cine que han cristalizado en el imaginario colectivo de esos hechos. Lo mismo que la película de Samuel Fuller, “Uno Rojo, división de choque”.
Bien, pues todo lo que se describe en esa película, o en otras como “Patton”, fue conseguido, en gran medida, gracias a las dotes de mando de Terry Allen Álvarez de la Mesa senior. Un general, como decía, nieto de un sevillano que combatirá con la Unión en Gettysburg y de un militar de carrera de origen irlandés. Se trata de un hombre que había empezado su servicio en México y en la Primera Guerra Mundial, en la que recibe graves heridas. A partir de ahí su ascenso fue relativamente fácil para un descendiente de militares con un espíritu fiero y combativo que demostraría incluso con huesos tan duros de roer como los generales Patton -con quien tendrá épicas riñas a golpe de insulto mutuo- y el más diplomático, pero no por eso menos taxativo, Omar Bradley.
De todo ello habla, documentadamente como digo, la biografía que le dedicó en 2003 Gerald Astor. Un excelente trabajo en el que se nos cuenta cómo las operaciones que hemos visto cientos de veces en películas como la ya citada “Uno Rojo, división de choque”, o “Anzio” -que describe en detalle el avance desde el Norte de África por la Italia de Mussolini- fueron dirigidas, en efecto, por este general de clara descendencia española.
Un militar, de hecho, por lo que nos cuenta el libro de Astor, que bien podía haber sido el protagonista real de películas como esas que cito, pues tanto Bradley como Patton lo describen a él y a su compañero en el mando de la Rojo Uno, el general Teddy Roosevelt junior (ironías de la Historia), como un par de arrojados militares que estaban más interesados en actuar intuitivamente sobre el campo de batalla, que en seguir disciplinadamente los bellos diseños estratégicos y tácticos de sus oficiales superiores.
Cosa que hería especialmente a Bradley y le llevó finalmente a relevar del mando -en plena campaña italiana- a aquella pareja de arriscados generales. Aunque, sin embargo, tuvo que reconocer -y reconoció- que gran parte del éxito en esa campaña italiana se debió precisamente al carácter decidido y expeditivo de Terry Allen Álvarez de la Mesa senior. Tanto que, de hecho, tras un corto período de vuelta en Estados Unidos, Bradley requirió de nuevo sus buenos oficios en 1944, para que abriera paso al Ejército estadounidense en Holanda y en Alemania con la División 104 de Infantería.
Llevándonos de vuelta así, de la mano de este general de acrisolada ascendencia española, a escenarios que, una vez más, identificamos en nuestro imaginario con las grandes películas bélicas de la Segunda Guerra Mundial como “Un puente lejano” o “El puente de Remagen”.
En definitiva, eso fue lo que hizo aquel general descendiente de una dinastía militar fundada por emigrantes españoles en el corazón de Nueva Inglaterra, que no deberíamos olvidar cada vez que nos preguntemos qué hicieron los españoles durante la Segunda Guerra Mundial, cuando París era liberada de la tiránica bota nazi.
Obviamente, atendiendo a la biografía de Terry Allen Álvarez de la Mesa senior, parece ser que hicieron mucho más de lo que hasta ahora creíamos…