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Carlos Rilova

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El precio de la mentira o auge y caída de un diplomático británico: George W. Buchanan (1854-1924)

Por Carlos Rilova Jericó

Como ya saben quiénes leen habitualmente el correo de la Historia encontrar un tema para él, cada semana (desde el año 2012) a veces puede resultar difícil, pero otras puede ser extraordinariamente sencillo.

Es el caso de esta semana. Como estoy ultimando ahora mismo una larga investigación sobre el colapso ideológico del Liberalismo vasco entre 1820 y 1920, me he sumergido en las frías aguas históricas de la revolución rusa. Una de cuyas consecuencias será, precisamente, ese colapso ideológico del Liberalismo. No sólo en el País Vasco, sino en toda España, en toda Europa…

Es así como he dado con un personaje verdaderamente interesante, del que creo merece la pena escribir algo este lunes. El encuentro ha tenido lugar mientras leía, con extraordinaria atención, un libro, “Nicolás II”, salido de manos de un verdadero maestro de historiadores: el francés Marc Ferro. Gran especialista en la época de la Primera y Segunda Guerra Mundial, en el uso de Medios de Comunicación en esas fechas y autor de magníficos libros como “La Gran Guerra 1914-1918”, “El libro negro del colonialismo” o esa biografía de Nicolás II, que es donde he topado con George William Buchanan.

¿Quién era ese caballero con un apellido que parece tan poco propio de la élite británica que hasta es el mismo que tuvo un presidente de Estados Unidos?

Pues, a decir verdad, por lo que he ido averiguando sobre él para escribir este artículo, se trata de un verdadero prototipo de esa alta clase británica de la Inglaterra victoriana y eduardiana. De hecho, leyendo sobre él es difícil no pensar en el David Niven de la película “55 días en Pekín”, porque la vida de George W. Buchanan hubiera sido un guion perfecto para que Niven lo interpretase con la misma flema con la que interpreta al espurio embajador británico de esa otra película.

En efecto, George William Buchanan siguió el curso habitual en su clase social. Es decir, nacido en el seno de una familia bien relacionada, verá la primera luz en 1854 en Copenhague, donde era embajador su padre -Andrew Buchanan- descendiente de la nobleza escocesa y que como tal serviría al naciente Imperio Británico en numerosos destinos diplomáticos. Entre ellos Madrid en el año 1858. Se le concedió además rango de caballero y baronet… Con tales antecedentes su hijo no tuvo dificultad en tener una esmerada educación y alcanzar igual predicamento en el servicio diplomático británico.

Entraría en él en 1876 y serviría en el Japón de la Era Meiji, que se modernizaba y occidentalizaba, después del controvertido año 1877. Ese en el que se da la rebelión de Satsuma -hoy inmortalizada por la película “El último samurái”- cuando los restos del Japón feudal son barridos por orden imperial con el moderno armamento y táctica copiado y comprado a los países occidentales.

Casi parece que esos comienzos en la carrera diplomática, determinasen el momento cumbre de G. W. Buchanan. Es decir, el de ser embajador en Rusia entre 1910 y 1917. De hecho, el último embajador británico en el Imperio ruso, pues éste desaparecería justo mientras Buchanan desempeñaba su cargo.

Lo que sabemos de tan delicada misión, que él mismo cuenta en su libro “My Mission to Russia and other Diplomatic Memories”, publicado en 1923, un año antes de su muerte, indica que trató de reconducir a Nicolás II hacia un marco político reformista, más razonable que la anquilosada autocracia zarista. Es evidente que no lo consiguió y así, en febrero de 1917 -no en octubre- como nos cuenta Ferro, George William Buchanan se vería metido en un grave problema.

Así es, Buchanan no podrá hacer nada por salvar la vida del zar Nicolás II, al que, por un noble empeño de Kerensky (el hombre fuerte del gobierno revolucionario anterior al bolchevique), se quiso sacar de Rusia para evitar que la revolución se manchase las manos con su sangre. Como la francesa lo había hecho con la de Luis XVI. O la inglesa con la de Carlos I.

Fue así como George William Buchanan se vio atrapado en una situación que es una verdadera lección sobre cómo un poder omnímodo se acaba volviendo contra aquellos que lo sirven humilde, lealmente. Casi abyectamente.

En efecto, el gobierno de Lloyd George, por supuesto, estaba encantado con la idea de sacar a Nicolás II y su familia de una Rusia revolucionaria donde probablemente les esperaba una ejecución que, de seguro, conmovería el Mundo…

El problema es que Gran Bretaña, en esos momentos, estaba en guerra y era una sociedad -mal que bien- abierta y democrática, en la que había distintos grupos políticos de opinión. Por ejemplo la Izquierda británica no veía con muy buenos ojos que llegase a refugiarse en Gran Bretaña el que llamaban “Nicolás el sanguinario” -por su represión del movimiento popular y obrero en Rusia- y menos acompañado de su esposa alemana, Alejandra…

Así las cosas, el gobierno de Lloyd George plegó velas políticas y encontró en el pobre George William Buchanan la víctima propiciatoria perfecta.

Por esa razón se le ordenó que no dijera nada de aquel acuerdo entre bambalinas con Kerensky o… se le despediría de manera fulminante. Y, además, se quedaría sin su pensión de diplomático británico jubilado.

La amenaza de dejarlo en la calle y con lo puesto fue tan eficaz que, de hecho, el propio George William Buchanan nada dijo del asunto.

Sería su hija, como nos dice Ferro, la ensayista y escritora Meriel Buchanan, la que, años después, revelaría el trato que se había dado a su padre.

Ciertamente la vida de George William Buchanan es toda una lección histórica. Muy recomendable, ayer, hoy, mañana… Sobre todo para esa especie humana tan común que, en momentos de crisis agudas, como lo podía ser la propia revolución rusa, está dispuesta a plegarse a casi cualquier exigencia con tal de mantener un plato de lentejas calientes en su mesa, una pensión, un puesto de trabajo más o menos envidiable o que ellos creen que lo es…

Al final, como se ve por la experiencia del propio George William Buchanan, ese tipo de acuerdos suelen salir mal. Para la parte más débil por lo general. Para la que sólo “cumplía órdenes”. Para la que esperaba así grandes nombramientos, grandes avances en algún escalafón funcionarial o empresarial y, al final, viene a descubrir que, cuando las cosas se ponen feas, cuando los soviets toman el Palacio de Invierno, la caja del Gobierno, o de la empresa, o de la Fundación “X & Y”…, estaba vacía y no había recompensa alguna. O era poco más que fétido barro, como el ficticio oro de los duendes.

En la mayoría de casos así, sólo queda, a los que “cumplían órdenes”, salvar los muebles (si se puede salvar alguno, como le ocurrió a G. W. Buchanan) y a veces sólo la vida (o ni siquiera eso) y cerrar la boca mientras tienen que bajar la cabeza y contener lágrimas de vergüenza y despecho por haber sido el tonto útil, el esbirro, el sicario… de un poder omnímodo que, en el fondo, se reía de esas frágiles marionetas que tan despiadadamente había manipulado.

Eso si es que no estaba pensando en sacrificarlas, desde el principio, una vez que hubieran dejado de ser útiles…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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