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Carlos Rilova

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La cara oculta de E.T.A. Hoffmann. ¿Un romántico alemán poco romántico? (1776-1822)

Por Carlos Rilova Jericó

Quienes sigan habitualmente el correo de la Historia ya sabrán que llevo meses leyendo el “Diario de Mr. Pyle”. Una novela histórica escrita por un historiador tan eminente como Alessandro Barbero.

La razón por la que leo con tanta lentitud esa novela de casi 600 páginas, no es porque esa obra sea verdaderamente pesada. En absoluto. El “Diario de Mr. Pyle” es cualquier cosa menos una novela pesada y nunca se alabará bastante al profesor Barbero por haber abordado el tema central de la misma con tanta agilidad.

Así es. Si algo es esa novela histórica de Alessandro Barbero es entretenida y divertida, pero, en mi caso, aparte de no poder dedicarle todo el tiempo que quisiera por tener que atender otros asuntos, también se da la circunstancia de que quiero leer lentamente esa novela para poder paladearla bien. Como se paladea un plato exquisito en una de esas lecturas gastronómicas de las que nos hablaba otro maestro de la Escritura y la Lectura: el también profesor italiano y autor de novela histórica Umberto Eco.

Y es que el “Diario de Mr. Pyle” merece esa lectura pausada y lenta. Ya dije hace unas cuantas semanas, hablando de otra parte de esa novela, que Barbero nos descubre a través de su personaje, el apócrifo embajador norteamericano Robert Pyle, todo un mundo que apenas es conocido salvo por un puñado de expertos como él.

Es decir, el de las guerras napoleónicas narradas desde la perspectiva de unos nacientes Estados Unidos que, en esos momentos, sólo están defendidos de todos esos problemas por la longitud del Océano Atlántico y poco más.

Gracias a esa circunstancia Alessandro Barbero hace aparecer episodios verdaderamente magníficos, y divertidos, que, así, nos ofrecen una “descripción densa” -como dice la Historia antropológica discípula de Clifford Geertz- de aquel mundo napoleónico, merced a ese choque cultural entre Robert Pyle -un lechuguino romántico a la europea pero también parte sustancial de esos exóticos Estados Unidos- y el viejo continente en el que arden las guerras napoleónicas…

Es así como entramos en una Prusia que Pyle describe inmisericorde hasta en sus últimos y más sórdidos detalles -la pobreza del Ejército, que oculta apenas sus miserias políticas y económicas, su autoritarismo y burocratismo a cuál más necio para un estadounidense del 1800…- y en los más brillantes. Como los salones de Berlín a la moda de París, que también existen en esa Prusia napoleónica.

Robert Pyle llega así hasta la Varsovia ocupada por los prusianos, siguiendo esa pauta y su recorrido por esa Centroeuropa a merced del emperador de los franceses, con el fin de mantener informado -y alertado- al Gobierno de Estados Unidos de lo que ocurre o va a ocurrir en el viejo continente. Es allí donde da con la otra cara del gran escritor romántico alemán que fue E.T.A. Hoffmann. Lo hace durante sus deambuleos por esa ciudad -Varsovia- que parece a medio camino entre la alta civilización europea -llena de palacios renacentistas de estilo italiano, pero en los que imperan a sus anchas criados desaliñados y diversos rebaños de animales- y la miseria oriental. En esos transportes por Varsovia, en efecto, Robert Pyle descubre a un curioso funcionario del gobierno de Berlín en una visita a un burdel que se ha hecho recomendar para saciar sus insaciables apetitos sexuales, esos que componen buena parte de la diversión de esta novela histórica.

Allí el embajador Pyle, mientras comienza su habitual ritual de cortejo con las profesionales que ejercen en ese establecimiento, conoce a lo que llama un “extraño personaje” que viene a interponerse entre él y Louise. La “madame” que regenta aquella casa.

Pyle describe al inoportuno personaje, que se presenta como el señor Hoffmann, “consejero de la corte de apelaciones”, en estos términos: “era un hombrecito de pequeña estatura, completamente vestido de negro de la cabeza a los pies: el frac, el chaleco, los pantalones, los calcetines de seda, los zapatos de charol, todo era negro”. Una severa apariencia, dice Robert Pyle, que contrastaba con la expresión astuta del rostro y un pliegue cómico en la boca que al embajador le recuerda, más que a un funcionario de un tribunal, a un actor o a un predicador.

La conducta del consejero Hoffmann, no es menos irregular y discordante con su aspecto severo. A partir de ahí Barbero deja hablar a Pyle durante casi cinco páginas para describir a un E.T.A. Hoffmann que parece difícil llegase a escribir exquisitas piezas literarias del Romanticismo alemán. Uno de los más exquisitos como saben quienes hayan leído al propio Hoffmann, a Novalis o visto cuadros de Caspar David Friedrich, por sólo citar algunos ejemplos.

El Hoffmann de Barbero es un bebedor impenitente y a prueba de bomba. Sólo para empezar. Además lanza discursos tan poco románticos como el que le larga a Louise, la “madame” del burdel, ya acomodada sobre sus rodillas, señalando que los “cuidados de una ramera” son necesarios para poder proseguir con las tareas más pesadas de la vida y que el pago que se les da no debe, pues, ser considerado distinto al que se da a un criado o a un barbero, que también proporcionan, dice ese desatado E.T.A. Hoffmann, otros servicios distintos pero igual de indispensables…

Alocución a la que una extasiada Louise aplaude con un “¡Ah! ¡Hablas como un ángel, consejero!”.

Y así continúa la conversación, o más bien monólogo, de Hoffmann que divaga sobre su interés por el estudio y práctica de la Música -la “A” de E.T.A., se la puso él mismo en honor a Amadeus Mozart-, de la estupidez de la burguesía y nobleza polaca (pese a que él ama, a su manera, a su mujer, Mischa, proveniente de esas filas), su aprendizaje de la lengua italiana pese a despreciar igualmente a ese país o de las maldades de Napoleón. Censor implacable de todo aquel que ponga de manifiesto sus ambiciones imperiales.

Todo esto regado con generosas dosis de alcohol que vuelven intelectualmente pendenciero a Hoffmann, al que el embajador Pyle consigue devolver a los brazos de su mujer sólo con dificultad y cuando la borrachera ya es excesiva. Aunque no lo bastante como para que el pletórico consejero Hoffmann se enfrasque en un concierto nocturno al piano, mientras Pyle se aleja de la casa del todavía no célebre escritor romántico entre confundido y divertido por la estrambótica velada.

Es así, en definitiva, como Alessandro Barbero nos ofrece aquí un magistral “tour de force” mostrándonos a un E.T.A. Hoffmann que jamás habríamos podido intuir tras las delicadas páginas de, por ejemplo, su relato “El hombre de arena”. En el que se mezclan un desesperado -y bastante puro- amor romántico, historias de autómatas y personajes oscuros sacados de las profundidades del folklore centroeuropeo. Esos que el Hoffmann descrito en la novela de Barbero celebra por todo lo alto en sus expansiones carnales y etílicas durante su estelar aparición en el “Diario de Mr. Pyle”.

No hay duda de que Barbero es ante todo historiador -y uno muy bueno- antes que novelista. Y eso es lo que hace tan valiosa esa reconstrucción de ese E.T.A. Hoffmann, que es una de las principales caras del Romanticismo alemán pero que, como el profesor Barbero demuestra, tuvo otra cara pública y personal. Acaso de lo más inesperada en un autor romántico. Pero no por eso menos interesante y cierta…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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