Por Carlos Rilova Jericó
Supongo que sonará raro, pero puedo decir que leí por primera vez “1984” en 1984, cuando mi madre me regaló ese libro, justo en ese año. Ya saben, se trata de esa distopía de la que tanto se ha hablado en los últimos meses. Sobre si algún político que la citaba, para sus propios intereses, la había leído o no, sobre si su autor, George Orwell, era un profeta o no, etcétera.
Supongo también que ese regalo, que aún conservo en mi biblioteca, es ahora una verdadera reliquia histórica. Pues es una edición de 1983 de una novela titulada “1984”. De hecho, creo que es más bien una verdadera rareza como descubrí releyendo, en este 2021, otra edición de la novela que conseguí esta vez gracias a mi sobrina, que la había tenido que leer en uno de sus cursos de Sociología en la Universidad.
La verdad es que, para mí, esa otra edición ha sido un hallazgo de lo más curioso, pues he estado más de 30 años, de 1984 a 2021, creyendo que Orwell había condenado a su protagonista Winston Smith a una derrota total y premiado, por el contrario, a la dictadura totalitaria del maléfico Ingsoc -o Socing según la edición de Debolsillo que leí este año- con un triunfo total y absoluto. Por los siglos de los siglos.
Es decir, la primera lectura que hice de “1984” en esa edición que mencionaba antes, acababa con Winston con el cerebro tan lavado que sólo podía amar al totalitarismo representado por el infernal Ingsoc, por el partido único que dominaba de manera totalitaria a Oceanía del mismo modo que los otros dos partidos únicos dominaban a los otros dos bloques en los que está dividido el mundo de pesadilla de “1984”. Punto y final ahí, pues, a la aventura del que Orwell describe como el último hombre vivo.
Así siempre vi a Orwell, durante estos más de treinta años, con simpatía pero con cierto halo de depresión al creer que su novela era una especie de invitación al fatalismo ante los totalitarismos contra los que él combatió toda su corta vida. Es decir, el Estalinismo comunista y el Fascismo nazi.
Sin embargo la edición de Debolsillo, comentada por Thomas Pynchon, que leí este 2021 da una versión completamente diferente -sobre Orwell, sobre “1984” y sobre lo que su autor quiso decir en ella- a la de mi edición de 1983.
En esta versión de Debolsillo, a diferencia de esa otra, se incluye un apéndice final que Pynchon califica de “erudito”, explicando de manera técnica en qué consistía -atención al tiempo pasado del verbo- la espantosa Neolengua con la que el totalitario Ingsoc quería lavar el cerebro de sus sometidos vasallos, haciéndoles imposible incluso pensar en desafiar su omnímodo poder.
Pynchon señala que ese apéndice erudito resultaba tan perturbador, que el Club del Libro estadounidense pidió que Orwell lo suprimiera. Orwell se negó, a pesar de que, como nos dice una vez más Pynchon, podía perder la jugosa cantidad de 40.000 libras esterlinas si el Club se negaba a promocionar el libro en Estados Unidos por esa causa.
Al final Orwell se salió con la suya, pero parece evidente que también se puso en circulación esa versión en la que el apéndice erudito sobre la Neolengua desaparecía. Yo, supongo, debo ser el poseedor de una de esas versiones traducida al español.
Algo que, como decía, me llevó a creer que Orwell lo daba todo por perdido ante el Totalitarismo que imaginaba dueño del Mundo en el futuro cuando en realidad parece que había llegado a la misma conclusión a la que llegué yo, con el tiempo, estudiando Historia, reflexionando y leyendo por dos veces -en dos ediciones distintas- “1984”.
El mensaje final de Orwell en “1984” es el de Winston Smith cuando cae en manos de un ser tan anómalo, y tan inhumano, como O´Brien. El miembro del Partido Interior, la élite del Ingsoc, que lo traiciona haciéndose pasar por miembro de la Resistencia y le lava el cerebro hasta hacerle amar aquello que, como ser humano, repele a Winston Smith y que, en definitiva, lo hace tan odioso para el superestado totalitario de “1984”.
Cuando Winston está siendo sistemáticamente torturado en el Ministerio del Amor, O´Brien le hace ver que el Partido jamás sucumbirá, que su dominio del poder es perfecto. Divino de hecho. Tanto que la inmensa mayoría de los sometidos desean seguir en esa situación o son incapaces de pensar ya de otro modo. O son eliminados. Tanto si están en la cúpula del Ingsoc como fuera de ella.
Frente a eso Winston, cuando aún no ha sido quebrada su voluntad del todo, responde que eso es una quimera, que algo fallará, que el Partido, por esa misma inercia tendente a la imbecilización y amedrentamiento general de la sociedad, se desgastará, se volverá ineficiente y será finalmente destruido junto con todo su sistema de dominación basado en lo que Winston -sin llegar a expresarlo verbalmente- considera un plan propio de auténticos chiflados. De hecho, mientras asiste al discurso que le larga O Brien, Winston piensa que se encuentra ante un loco con el que no se puede razonar.
La respuesta de O´Brien a esa objeción de Winston Smith es que no, que el Totalitarismo del Ingsoc y sus versiones euroasiáticas y esteasiáticas (los otros superestados rivales) pervivirán por los siglos de los siglos. Que el futuro es una bota militar aplastando un rostro humano que además es feliz de ser aplastado.
Orwell sabía, en realidad, que su personaje O´Brien, en efecto, representaba a un solemne lunático y su visión del futuro era la propia de un desquiciado fuera de la realidad en definitiva. El apéndice erudito sobre la Neolengua así lo demuestra. Tal y como indica Pynchon, en él una voz del futuro posterior a Winston -hablando en un lenguaje humano normal- daba cuenta del fracaso total de los planes demenciales del Ingsoc. Entre el 1984 de “1984” y el año 2050, incluso antes, el sistema totalitario ha debido colapsar pues el Apéndice de Orwell habla de la Neolengua como una curiosidad erudita. Como lo puede ser hoy la propaganda estalinista o nazi.
Winston, en efecto, tenía razón. El Totalitarismo, tal y como lo definió Hannah Arendt en su momento, es una forma perfeccionada de tiranía porque tiende a usar la ley -o la ausencia total de la misma, como indica Orwell en “1984”- para imponerse. Volviendo ilegal, vía decreto, todo lo que los seres humanos consideran derechos fundamentales.
El mecanismo es sencillamente delirante y finalmente destructivo. Puesto que quien ha obtenido el poder legítimamente -como Hitler en las elecciones de 1933- dicta la ley, esa ley no puede ser desobedecida y así, paso a paso, el Totalitarismo se impone y elimina toda forma de gobierno rival, manipulando la legislación para lograr sus objetivos, que pasan por la creación, siempre, de una nueva Humanidad. O lo que los dementes teóricos del Totalitarismo consideran como “humano” que, como Orwell hacia confesar a O´Brien, en realidad son menos que humanos.
En efecto, Orwell, aunque fuera intuitivamente, sin ser un teórico marxista -Vázquez Montalbán así lo decía en el prólogo a la versión de 1983 de la novela- sabía que eso era finalmente imposible. Quizás lo dedujo del colapso del Nazismo.
Orwell, en efecto, fue testigo en 1945 de cómo los totalitarismos -como el nazi- llevan las semillas de su propia destrucción en su propia naturaleza. En ellos nadie está seguro. Los miembros de la cúpula -los O´Brien- pueden perfectamente ser la siguiente víctima. Así, ni la lealtad más estúpida a los principios del Ingsoc libran de la detención y ejecución a personajes de “1984” tan sumisamente abyectos como Syme -el redactor de un nuevo Diccionario de Neolengua- o al botarate de Parsons. Un simplón vecino de Winston que parece ser el imbécil perfecto al servicio del Partido único.
Así, a través de Winston Smith y el apéndice sobre la Neolengua, Orwell dejaba bien clara esa básica verdad: finalmente los propios O´Brien inducirían a la revuelta contra el Totalitarismo por mero instinto de supervivencia, por no saber si los próximos en ser asesinados serían ellos. En definitiva “1984” contiene esa gran lección histórica. No importa lo poderoso, demencial, sanguinario… que parezca un sistema totalitario. No pervivirá. Por su propia naturaleza, destructiva sin límite, se autodestruirá porque será incapaz de ofrecer el confort, las satisfacciones y recompensas seguras (e inalienables) para un número razonable de seres humanos -en la cúpula del poder y fuera de ella- que son las únicas herramientas políticas que, a lo largo de la Historia, han permitido sobrevivir a cualquier forma de gobierno y han destruido (o autodestruido) a los que se han negado a creer que eso era un cimiento político fundamental…