Por Carlos Rilova Jericó
Sobre el suicidio, como no podía ser menos, se ha escrito mucho. De hecho, el que ha sido calificado como padre de la moderna Sociología, Émile Durkheim, le dedicó un libro entero.
Es un fenómeno curioso, aparte de lúgubre, ominoso… Y apreciado de muy distintas formas según las religiones, épocas, culturas… Para la sociedad japonesa de la época feudal (es decir desde nuestra propia Edad Media hasta el año 1868) era casi un vicio. Lo normal, por así decir, en esa época y lugar era morir por suicidio ritual, por el famoso seppuku o hara-kiri.
Esto no sólo afectaba los samuráis. Cualquiera que estuviese en el séquito de un daimio, un señor feudal de aquel Japón, podía acabar suicidándose porque su señor se lo ordenaba. Era una cuestión de honor. Si habían avergonzado al daimio con su comportamiento, la única manera de expiar la culpa era cometiendo ese suicidio ritual.
En el mundo judeocristiano estaba, en cambio, muy mal visto. De hecho en nuestra cultura cristiana se considera un atroz pecado, pues significa que tomamos la decisión de quitarnos la vida por nuestra cuenta, sin tener en cuenta lo que Dios hubiera dispuesto para nosotros.
Hay una frase en la famosa película de Spielberg, “La lista de Schindler”, que lo refleja bastante bien cuando se afirma, ante la tentación del suicidio que recorre los campos de exterminio nazi, que quien tal cosa haga nunca sabrá lo que Dios tenía realmente dispuesto…
Sin embargo, hay casos documentados de suicidio en la cultura judía. Como ocurrió en la fortaleza de la Masada, donde los últimos zelotes que resisten a Roma cometen una forma subrogada de suicidio colectivo antes que caer en manos del Ejército imperial que los ha asediado durante largos meses.
Pero quitados hechos numantinos como esos, el suicidio y la incitación al mismo son raros en la cultura judeocristiana. Raros y de hecho perseguidos aunque en ocasiones con alguna dosis de ambigüedad en ciertos casos. Como el de la sociedad guipuzcoana del siglo XVI, sobre el que volveré más tarde tras hablar de los suicidios de Napoleón.
Se sabe bien, y está bien documentado, aunque sea un hecho poco conocido, que el emperador, derrotado en el año 1814, trata de suicidarse. De hecho, aparece reflejado, por ejemplo, en la miniserie “Napoleón” protagonizada por Christian Clavier.
Sin embargo, los más acérrimos enemigos de Napoleón consideraban que actos así eran más una pose por su parte que un verdadero deseo de quitarse de en medio.
George Cruikshank (1792-1878) parece dejarlo claro en el mismo año 1814 en el que realizó una caricatura memorable para burlarse, en su despiadado estilo, de las desgracias de Napoleón Bonaparte prisionero en Elba.
La caricatura en concreto se titula “Little Boney gone to pot”. Es decir, algo así como “El pequeño Bonapartín se va a la m…”. En esa imagen se ve a un Napoleón más joven que el de 1814, de hecho con el rostro del general Bonaparte más que el del emperador Napoleón, sentado en un miserable islote que representa a Elba sobre un orinal (“pot” en inglés) y recibiendo sobre tal adminículo higiénico -que el mordaz Cruikshank titulaba como “Trono Imperial”- la visita de un demonio emergido de las aguas que le ofrece una pistola y le invita a suicidarse, si tiene bastante valor… Envite al que el emperador responde con la nuevamente mordaz evasiva de que haría tal cosa si antes se quita el pedernal de la llave de chispa. Con lo cual la pistola no podría disparar, claro está…
¿De qué fuente podía haber bebido George Cruikshank para elaborar esa invitación al suicidio que todavía hoy se ve en la sociedad inglesa como un grave insulto? Según sus biógrafos, como por ejemplo, Robert L. Patten, él provenía de una familia de estricta observancia presbiteriana, tal y como este autor lo señala en el volumen I de “George Cruishank´s life, times and art”.
Es decir, Cruikshank se había criado en una familia de practicantes de un Cristianismo austero y rigorista en el que la voluntad de Dios lo era todo. Si bien también entraba en juego la herética doctrina de la Predestinación según la cual solo Dios sabía quién se salvaba y quién no, hiciera lo que hiciese. Lo cual bien podía incluir el suicidio de esa persona que, acaso, entraba en los planes de esa versión presbiteriana de la Divinidad…
Desde luego hay indicios de eso en ciertas fuentes documentales vascas, como las actas de las Juntas y Diputaciones guipuzcoanas, compiladas y publicadas por la profesora Rosa Ayerbe desde hace ya décadas, bajo los auspicios de la actual Diputación. En ellas podemos encontrar pasajes relativos a la guerra anglo-española del siglo XVI donde se alude a la bárbara costumbre (así lo ven los redactores del documento) de los marinos ingleses, en su mayoría protestantes, de hacer saltar por los aires sus barcos cuando se ven rodeados por fuerzas navales de la católica majestad española superiores a ellos…
Una declaración curiosa cuando menos en boca de autoridades forales guipuzcoanas de esa época, el siglo XVI, pues es bien sabido también que uno de los puntales sobre los que se asentaba todo el edificio del poder foral, elogiaba el suicidio. Al menos entre los antiguos guipuzcoanos de la época de la conquista romana…
Así es. Se trata de un hecho semilegendario representado en el escudo provincial por los tres tejos que todavía se mantienen como símbolo de esta provincia. Lo que representaban esos tres tejos era un episodio similar al de la Masada o al de Numancia: los antiguos vardulos, habitantes del territorio guipuzcoano en las fechas en las que prospera allí la invasión romana, es decir entre aproximadamente el 70 antes de Cristo y la primera centuria de la Era Cristiana, se suicidaban con hojas de ese árbol antes que dejar que los romanos los hicieran prisioneros…
Un acto considerado por sus descendientes de época bajomedieval y renacentista como una muestra de nobleza ancestral que bien justificaba los privilegios de los que disfrutaba esa provincia en la época…
Sin duda el contraste entre el horror que produce en las actas de las Juntas y Diputaciones guipuzcoanas la herética costumbre, entre los ingleses, de suicidarse volando el pañol de municiones y ese elogio del suicidio antiguo, casa mal con nuestro punto de vista actual. Más lógico, más científico, al menos hasta no hace mucho…
Sin embargo hay que tener en cuenta que la Europa de la Edad Moderna era una sociedad rica en lo que hoy nos parecen más bien contradicciones.
Cosa distinta sería el caso de la explosión de la hoy famosa fragata Nuestra Señora de las Mercedes o más comúnmente conocida sólo como la Mercedes. Su fama, como ya se sabe, procede de haber sucumbido en el combate naval del Cabo de Santa María el 5 de octubre de 1804, frente a la división del vicealmirante Graham Moore. Hecho que propició que la empresa cazatesoros Odyssey expoliase sus restos en el año 2007, dando lugar a un litigio resuelto a favor del reino de España en 2011, que les obligaba a devolver el tesoro en monedas de oro y plata que allí había, y a una serie de Televisión que ahora mismo Alejandro Amenábar está rodando en Pasajes.
Hay dos versiones sobre esa explosión. Una, la más extendida, dice que la voladura fue fruto de un tiro afortunado de la fragata británica Amphion, que era la que recibió órdenes de hacerle frente. Otra asegura que, en realidad, el capitán de la Mercedes, el donostiarra José Manuel de Goicoa, decidió, como Napoleón en 1814, suicidarse antes que caer en manos del enemigo. No tanto él como el valioso tesoro que traía en sus sollados…
¿Es verosímil esa versión? Haría falta haber estado a bordo de la Mercedes para saberlo. Pero, según otros indicios, parece difícil, pues la familia Goicoa, a la que pertenecía el capitán de la Mercedes, conservaba una piedad católica bastante acendrada. De hecho, era una de esas familias que tenía capilla privada, sin perjuicio de su bien conocida afinidad, también, con las nuevas ideas políticas, revolucionarias, de las que el hermano superviviente a José Manuel de Goicoa hizo gala toda su vida inmersa en las guerras napoleónicas y lo que vino después…
Sin duda materia a discutir ésta del posible suicidio del capitán Goicoa. Y para ello hay una buena ocasión el próximo lunes 26 de abril.
Ese día, a través del canal de YouTube de la Fundación Vasconia https://www.youtube.com/channel/UC6p84JVkYvgEPb7YXayApMA, impartiré una conferencia sobre el caso de la Mercedes a las 19:00 hora peninsular donde se hablará de esa y de otras cuestiones relacionadas con aquel hecho que tanto interés a despertado en estos últimos años…