Por Carlos Rilova Jericó
De la famosa Resistencia francesa se han dicho muchas cosas desde 1945 en adelante. Algunas un tanto excesivas. Como, por ejemplo, que en realidad no existió o que si no llega a ser por los comunistas españoles, no hubiera habido tal Resistencia.
Lo cierto es que el mérito en la Francia ocupada de los combatientes españoles exiliados tras perder la guerra contra los franquistas, no puede discutirse. Pero no sólo el de los comunistas, sino el de socialistas, anarquistas, simples republicanos, etc… que llegaron a engrosar toda una división propia en el verano de 1944. Una unidad además esencial para las operaciones aliadas en la zona de Provenza y el Sudoeste francés tras el desembarco programado en el sur de Francia para reforzar el de Normandía del 6 de junio de 1944. Tal y como lo cuenta Eduardo Pons Prades en “Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial”.
Pero más allá de esos hechos comprobados no se puede negar, también con hechos comprobados en la mano, que los franceses organizaron redes de resistencia altamente eficaces y con un papel sin duda heroico en su lucha contra la Gestapo, las SS y el contraespionaje de la dictadura nazi que aplastaba, con la connivencia de los colaboracionistas como Pétain y Laval, a Francia y a gran parte de Europa.
Si leemos, por ejemplo, el material publicado por Claude Laharie al respecto, descubrimos que la principal red de resistencia y servicio de información que actuará en Francia se llamará “Alliance”. Y no estaba formada precisamente por comunistas.
Más bien todo lo contrario. Surgió en la zona donde Gascuña, Bearne, País Vasco… se sueldan ya camino de Provenza.
Su promotor fue un gascón de pura cepa, el comandante Georges Loustaunau-Lacau, un furibundo anticomunista que, hasta la invasión de 1940, había estado a nada de encontrar muy adecuadas las teorías en las que luego Laval y Pétain van a basar el gobierno colaboracionista de la llamada Francia de Vichy.
De hecho, el gobierno del Frente Popular francés lo separará del servicio por esas veleidades de extrema derecha.
Será sólo reincorporado durante la guerra relámpago de 1940, que acaba con la derrota franco-británica en ese año y la subsiguiente ocupación de Francia por el III Reich.
El comandante Loustaunau-Lacau ni por un momento dudará a partir de entonces en organizar la red “Alliance”. Incluso utilizando como tapadera las instituciones de la Francia de Vichy que, lógicamente, creía ver en él a uno de los suyos…
En “Alliance” confluirán hombres y mujeres de toda condición social. Desde simples campesinos, electricistas, estudiantes…, hasta gente de más condición. Como podía ser el propio Loustaunau-Lacau o su lugarteniente: Marie-Madeleine Meric. De soltera Fourcade…
Ella será la encargada de ponerse al frente de la red, ya completamente formada y verdaderamente sólida, cuando Loustaunau-Lacau caiga en manos de los nazis en 1941.
Así, a cargo de madame Meric correrá pues la responsabilidad de mantener viva una organización que sufrirá más de 400 bajas y que debía, aparte de sostener la esperanza de que la dictadura nazi acabase algún día, establecer contacto con los países libres, para coordinar con ellos todas las acciones que, preparadas minuciosamente (olvidemos aquí el Cine de Hollywood que resuelve estas cosas en un par de escenas), llevan a la victoria del 6 de junio de 1944 o de agosto de ese mismo año, con la sangrienta retirada, pero retirada al fin y al cabo, de los nazis.
Marie-Madeleine Meric, conocida por el nombre en clave de “Hérisson” (“Erizo”) conseguirá llevar a buen puerto a esa red que el contraespionaje alemán llamaba “El Arca de Noé”, porque muchos de sus integrantes tenían como nombre en clave el de algún animal. Como era el caso de la propia Marie-Madeleine Meric.
Así madame Meric será responsable de facilitar información fundamental para los aliados como, por ejemplo, el movimiento exacto de las divisiones Panzer en Normandía.
El mérito de esa labor le será reconocido y no regateado. Alguna prensa francesa la llamaba, por ejemplo, en 1947, reina de los espías.
En 1968, ya mayor y viendo desde la distancia todo aquello (tal vez sin ira, pero con ese sordo dolor que se apodera, con el paso de los años, de los supervivientes a tragedias bélicas), “Erizo”, madame Meric, escribió un libro titulado precisamente “El Arca de Noé”, asimilando el apelativo burlón que los sicarios nazis habían dado a aquella organización que, finalmente, los derrotó.
En aquel momento, en el que Francia y casi toda Europa vivían en la opulencia conseguida por el hoy añorado Pacto de Posguerra, Marie-Madeleine Meric decía escribir ese libro para que, a treinta años vista, los beneficiarios de tanto bienestar y libertad no olvidasen a los más de 400 muertos -detenidos por los nazis, torturados, deportados, fusilados en recónditos bosques, como Henriette Amable- que fueron el precio pagado para conseguir todo aquello por la red Alliance que ella supo conducir al día de la Victoria.
Quizás algunos comentaristas mediáticos, pasados de vueltas, como suele ser habitual, han olvidado eso o quisieron olvidarlo. Los historiadores, al menos algunos de nosotros, como espero haber demostrado hoy, no lo hemos olvidado. Lo recordamos y lo contamos, de nuevo, para que no se olvide lo que hicieron hombres y mujeres como madame Meric, para conseguir que aquel infierno dictatorial se hundiera, convirtiendo los gritos de los caídos en ese combate por la Libertad en un suspiro de alivio que se extendió desde 1944 hasta 1968, hasta muchos años después…