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¿Corsés, floreros o espías? La verdadera vida de una mujer en la época victoriana: Cristina Brunetti, duquesa de Mandas

Por Carlos Rilova Jericó

Que la época victoriana es algo que fascina, yo diría que casi morbosamente, a nuestra época, está bien demostrado. Cualquier serie o película que hable de Sherlock Holmes, de Jack el Destripador, de gloriosas hazañas militares con casaca roja y salacot blanco en Sudán, en Sudáfrica, en el paso Khyber… o de los devaneos de la propia reina Victoria, tiene asegurado un éxito cuando menos modesto.

En definitiva, parece que los tiempos decimonónicos, especialmente si vienen aderezados con algún eco británico, llaman la atención.

De hecho, ya hace bastante tiempo lo victoriano y, por extensión, decimonónico, era motivo tanto de fascinación como de cierta forma de diversión a costa de esa época.

Por ejemplo en la España de los años setenta triunfaba en la Televisión tanto el famoso “Un, dos, tres” en el que se ridiculizaba a la encorsetada sociedad decimonónica, representada en ese programa por la parte sombría y malévola que quería que los concursantes perdieran -Don Cicuta y sus encopetados adláteres con aspecto de enterradores del East End londinense de 1870-, como el drama galdosiano “Fortunata y Jacinta” que devolvía al público español de aquella feliz, abierta y libertaria época, los dramas políticos y sociales del Madrid de 1870 en adelante. Con todo lujo de polisones, cuellos almidonados y bombines.

Una inercia que, yo diría, ha durado hasta hoy y que, como todas las inercias, ha falseado un poco nuestra visión de aquella época.

En efecto, el historiador que por algún azar se ha visto envuelto en esa época, como ha sido mi caso, descubre que muchas de las visiones anecdóticas sobre ella son sólo eso: visiones anecdóticas que no reflejan totalmente los tiempos que llamamos “victorianos”.

Un asunto que ha vuelto a mi mesa cuando la Fundación Cristina Enea de San Sebastián me pidió que elaborase algo de material didáctico sobre la Historia de la dama que da nombre a ese parque donostiarra y es el pulmón -como suele decirse- de la ciudad.

La dama en concreto, Cristina Brunetti y Gayoso de los Cobos, ya la conocía yo desde hace años, cuando la Universidad del País Vasco me pasó la grata misión de convertir, desde el año 2003 al 2007, al marido de la dicha dama, Fermín Lasala y Collado, en el tema de mi tesis doctoral.

Fue en esos cuatro años -en los que me recorrí medio hemisferio occidental en busca de documentos con los que completar y defender aquella tesis- en los que descubrí la vida de Cristina Brunetti, duquesa de Mandas y Villanueva.

Sin embargo, la rica y abundante documentación que su marido donó en 1917 a la Diputación guipuzcoana, apenas me dejó un esbozo de ella. Eso sí: me quedó claro que había en ella algo mas que una delicada mujer ornamental de las muchas que adornaban los salones europeos y las casas de la alta burguesía y la nobleza que tantos y tantos metros de película han llenado, fijando esa imagen de mujeres casi inertes -irrelevantes, sojuzgadas por sus flamantes maridos- para nuestra época. En la que, creo yo, un alto porcentaje del publico todavía piensa que ser mujer en la época victoriana era poco menos que ser una delicada marioneta con ricos ropajes, pero casi sin vida ni personalidad propia más allá de lo que los varones dijeran.

No, lo poco que se traslucía a través de la correspondencia personal de Fermín Lasala y Collado, no proyectaba esa imagen engañosa. De hecho, me llamó la atención en ella que, lo poco que se veía en esas cartas de las relaciones entre Cristina Brunetti y su marido, revelase que eran no sólo afectuosas sino prácticamente igualitarias. Más similares a las de una pareja actual que a las que suponemos habituales en una de 1880.

Algo que vi traslucirse también en otros soportes. Por ejemplo en alguna de las imágenes que se conservan de ella. Como el cuadro que en 1879 le dedicó Vicente Palmaroli. En él se puede observar en una ya madura Cristina Brunetti y Gayoso de los Cobos, una mirada, un gesto de autoconfianza, de dominio, que pasa más allá de la barrera del largo tiempo transcurrido entre su época y la nuestra.

Su aspecto, su ropaje… es el propio de una mujer de alto rango de finales del siglo XIX, pero ni siquiera ese encorsetamiento transmite la idea de que la duquesa de Mandas sea una mujer débil, un mero adorno, subordinada a la voluntad de su influyente marido, magnate millonario, diputado en Cortes, senador, ministro, historiador, académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas…

Ciertamente lo que pude ir descubriendo a lo largo de mis investigaciones para terminar mi tesis, reforzaba esa impresión. Cristina Brunetti fue embajadora consorte en París en fechas tan delicadas como los años 1890, 1892, 1895, 1897… Son días en los que España está a punto de perder los restos de su imperio americano y asiático y Francia se debate en una casi guerra civil por el asunto Dreyfus. Sin embargo ella, aun en un discreto segundo plano, sabrá mantener el tipo -como se dice coloquialmente- en esas aguas revueltas en las que en la embajada española en París se recibe no sólo a grandes damas y dignatarios con los que hay que negociar en elegantes fiestas al estilo de las que tanto le gusta incluir a James Ivory en su Cine, sino a personajes de los bajos fondos de París conocidos por apodos tan curiosos como “Duende”, “Patillas”…, que son pagados para hacer lo que era necesario hacer en ese momento, como confesaba el ministro al cargo del ramo diplomático a Fermín Lasala y Collado. Es decir: espiar a todos los posibles enemigos de la restaurada monarquía alfonsina en España, que eran unos cuantos. Desde carlistas y republicanos hasta estadounidenses y la propia reina madre exiliada en aquel París tan deslumbrante como proceloso…

A trances como esos estuvo expuesta Cristina Brunetti. Y a otros similares en la Inglaterra que verá morir a la reina Victoria en 1901, cuando ella es, una vez más, embajadora consorte. Esta vez en Londres. Volverán allí las reuniones sociales con trasfondos inquietantes en la revuelta Política internacional -la cuestión del reparto de África en la que España entra vía Marruecos, la rebelión bóxer en China…- y una vez más Cristina Brunetti y Gayoso de los Cobos mantendrá el tipo. Ese aplomo que, como decía, parece surgir hasta de las imágenes que conservamos de ella. Incluso buscará reina consorte a Alfonso XIII, a pesar de que el clima londinense, cargado de smog, no le es nada favorable como sabemos por cartas de su marido.

En pocas palabras esa fue la vida, real, de una aristócrata -vasca de adopción- en plena época victoriana. Hoy mismo, este lunes 28 de junio, merced al Ayuntamiento donostiarra y la Fundación Cristina Enea, se inaugura, en su propia mansión y en su propio parque de Cristina-Enea, una gran exposición dedicada a ella que, como espero haber reflejado, es persona cuya vida bien merece ser conocida desde más cerca.

Siquiera para que tengamos una visión más histórica, más realista, de lo que realmente fueron las mujeres de la época victoriana. Más allá de sus corsés y de los delicados floreros decorativos de fina porcelana junto a los que solían posar. Para su propia época o para la posteridad…

(Enlace a detalles sobre la exposición en https://www.cristinaenea.eus/es/exposiciones-2021-cristina-enea-un-parque-en-la-ciudad)

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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