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Historia, razas y genética. De la América colonial española a Gregor Mendel

Por Carlos Rilova Jericó

Este martes pasado saltó una vez más la polémica por cuestiones raciales. Dos atletas españoles que se adscriben a la que llamamos “negra” la provocaron al señalar que a alguna gente en España le… fastidiaría bastante que esas medallas en los Juegos Olímpicos de Tokio las hubieran ganado “negros”.

El rasgado de vestiduras en redes sociales creo que pudo oírse hasta en la capital nipona. No entraré en él. Pero este nuevo correo de la Historia va hablar de algo que mitigue en parte las atroces ignorancias que circulan aún por ahí sobre la compleja Historia racial de un país como España y, por supuesto, sus colonias, que se convirtieron en eso que los anglosajones llaman “melting pot”. Algo que podemos traducir por “caldero de fusión (racial)”, en el que se mezclaron españoles de ojos azules y rubios, como muchos extremeños y andaluces, con aztecas, mayas, incas, toltecas, mixtecas y otros americanos autóctonos. Más los descendientes de los esclavos negros capturados en África para explotar las plantaciones y encomiendas españolas en América.

Algo que en el ilustrado siglo XVIII fue detalladamente recogido y plasmado en una serie de curiosas viñetas al óleo donde -un siglo antes de que Gregor Mendel sistematizase la Genética- se plasmaban empíricamente los rudimentos de esa Ciencia aplicada -en este caso- a la multiforme diversidad racial que había salido en casi tres siglos de dominación y colonización española de aquel vasto territorio que iba desde las grandes llanuras norteamericanas hasta las pampas argentinas.

Así es, en distintas versiones más o menos elaboradas, diversos cuadros dispuestos en una especie de organigrama ilustraron en la América colonial, a mediados del siglo XVIII, la cantidad de distintas razas y mezclas de razas -llamadas castas- a las que había dado lugar el cruce -o injerto desde el punto de vista mendeliano- de españoles blancos con “naturales”, Es decir: pueblos autóctonos de América. Y también con los esclavos negros traídos de África que -y este es un detalle importante- jugarían un papel en esa América española no sólo como esclavos, sino también como libertos. Es decir: como esclavos liberados o manumitidos por la razón que fuera e integrados en la sociedad colonial como personas libres. E incluso prosperas a la vista de algunas ilustraciones de esos mismos cuadros de razas y castas, en los que se ve a personas de raza negra, sin mezcla alguna, vistiendo ropas de gran lujo.

El resultado de todo esto, como se puede deducir de la observación de estos curiosos cuadros de razas y castas, es un universo racial -y social- de lo más variado y dotado de nombres verdaderamente llamativos para describir a priori lo que salía de determinadas uniones. Por ejemplo “lobos”, que eran el producto de la mezcla de un “salta atrás” con una mulata. Es decir, de un blanco con un remoto antepasado negro y de una mujer medio negra medio blanca…

¿Cómo interpretar todo esto a vista de este siglo XXI con una preocupante tendencia, apenas iniciado, al pensamiento embrutecido y sumario, tan similar al de la Europa de entreguerras de hace un siglo?

Pues para empezar, como siempre ocurre en Historia, las cosas no deben ser sacadas de su contexto temporal. Que los españoles, como otros europeos de la época, se dedicaban, con fruición, al tráfico de esclavos de raza negra, es un hecho innegable. El Archivo de Indias de Sevilla es una mina inagotable de noticias al respecto. También es un hecho innegable que dicho tráfico y uso de personas de raza negra para trabajo esclavo en las plantaciones era moralmente reprobable y contradictorio con lo que se predicaba, en pleno siglo XVIII, en los pulpitos de las iglesias católicas de esa América colonial sobre la hermandad cristiana de todos los seres humanos. Al igual que en los salones donde se discutían las ideas ilustradas. Al menos si no se sacaban a relucir allí las del excéntrico profesor Immanuel Kant, que decía cosas atroces de la raza negra.

Sin duda así hay que evaluar esos organigramas de “razas y castas” de la América colonial procedente de tal contexto histórico verdaderamente complejo. Fruto de una total contradicción entre lo que se predicaba en los templos de la Religión y los de la Ciencia sobre la igualdad entre los seres humanos y, por otra parte, la necesidad de enriquecerse a costa del trabajo de una raza a la que, inevitablemente, se veía digna de ese maltrato por alguna razón que, finalmente, debía ser el color de la piel…

Pero, establecida ya esa contradicción, también es preciso tener en cuenta otros aspectos del contexto histórico en el que nacen esos organigramas raciales de la América colonial española. Y es que el siglo XVIII es el de una de esas grandes ideas de la Ciencia. Tal y como las describió un gran divulgador científico como el otrora celebre doctor en Bioquímica y novelista Isaac Asimov, que así lo recogía en su opúsculo “Grandes ideas de la Ciencia”.

Allí nos habla de cómo en 1735 un ilustrado sueco, Carlos Linneo, crea el concepto científico de “Taxonomía”. Es decir, el de la clasificación de las especies que pueblan el mundo atendiendo a determinados criterios. Como sus características físicas o la afinidad entre ellos que da lugar a las actuales denominaciones para clasificar animales y personas. Por ejemplo a los felinos, que agrupan desde el gato doméstico, género “Felis” especie “domesticus”, al león africano, género “Felis” especie “Leo”.

Un imprescindible furor clasificatorio que fue en aumento a lo largo del siglo XVIII y que, evidentemente, parece ser se reflejó en la América colonial española.

Algo que no tiene nada de raro. Como nos recuerda Rafael Lazcano, uno de los biógrafos de Gregor Mendel -el hombre que en 1865 llevaría a otro nivel la Taxonomía de Linneo con sus leyes genéticas- también estuvo influido por su propia época de nacionalismo rampante y con características raciológicas, que trataban de justificar, por ejemplo, que las razas “nórdicas” eran superiores a las latinas. Obsesión que ya sabemos acabó convertida en columnas de humo siniestro desde 1942. Cuando los “nórdicos” empezaron a ejecutar sistemáticamente a todo el que no pudiera exhibir certificados de pureza racial…

Ese es, pues, el contexto en el que surgen esos cuadros, esas taxonomías “à la Linneo” de castas y razas en la América colonial española. La opinión de la Historia sobre esas clasificaciones hechas en función de la mayor o menor mezcla de sangre blanca, “india”, o negra, no ha dejado de variar desde que en 1945 y 1946 -en plena  resaca del exterminio racial en Europa- investigadores argentinos como Ángel Rosenblat o mexicanos como Gonzalo Aguirre Beltrán, vieron en ella un instrumento de discriminación racial. Algo sin embargo desmentido por investigaciones más recientes como las de Pilar Gonzalbo o Ben Vinson, que las interpretan como fruto de ese complejo panorama intelectual del siglo XVIII en el que constatar la mezcla de “razas” no equivalía a algo similar a las leyes raciales nazis de Núremberg…

Y es que más bien las pinturas de castas mostraban la llamada Mixtigenación. Es decir: la abundante mezcla entre razas -sin demasiados prejuicios raciales- que da lugar a esa asombrosa variedad de blancos, negros, mulatos, “chinos”, “jíbaros”, “lobos”, salta atrás, “moriscos” -y un largo etcétera- cuyas fortunas personales no parecen depender de un mayor o menor tono de color en la piel, sino de otros factores. Y donde resulta que un negro “puro” podía -o no- ser igual de discriminador frente a un “lobo”, un salta atrás, un “chino”, o un mulato… que carecían -para él- de la integridad racial de los blancos -por lo general en la altura de la pirámide social colonial- pero también de la de los negros que, una vez libertos, ascendían, como mejor podían, por esa misma pirámide…

Toda una lección, en definitiva, esos cuadros de “castas”, para una sociedad, como la nuestra, que parece ir embruteciéndose intelectualmente cada vez más. Empezando por el olvido o la malinterpretación de su propia Historia…

Una en la que habría que encajar, sólo para empezar, elementos tan contradictorios con una histórica discriminación racial española, como los regimientos militares de Pardos -formados con negros- en esa América colonial española. O los voluntarios españoles que lucharon en 1863 contra los esclavistas confederados en Gettysburg y de los que ya hablaba yo en otro correo de la Historia. En 8 de junio de 2020…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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