Por Carlos Rilova Jericó
Hollywood, una vez más, nos ha acostumbrado a ver como algo normal a grupos de estudiantes lanzando al aire sus birretes cuando acaban sus estudios. Los de bachillerato y también en las universidades. Así como en academias militares.
Una curiosa costumbre que, como todo, debe tener su Historia, pero que, sin embargo, doy fe, no es nada fácil de encontrar. Por raro que eso parezca en nuestra tan mentada “sociedad de la información”.
Si buscamos eso mismo: información al respecto, podemos dar con páginas web como la llamada supercurioso.com que nos dice, tras una erudita reflexión sobre el origen histórico del birrete, que nada se sabe con certeza sobre ese ritual de tirarlo al aire en señal de júbilo. Tan sólo que debe ser una costumbre reciente, registrada por primera vez en la Academia Naval de Annapolis en Estados Unidos en 1912. Motivada porque los aspirantes en esa academia militar recibían entonces una gorra nueva que les otorgaba la graduación para la que habían estudiado, desprendiéndose de la que los identificaba como simples guardiamarinas aspirantes al grado de teniente…
Sin embargo, lo cierto es que esta cuestión de los sombreros lanzados al aire en señal de alegría debe tener una Historia bastante anterior a 1912. Hay documentos gráficos que nos lo vienen a decir con bastante claridad. Por ejemplo algunas de las imágenes generadas en la campaña de propaganda que, finalmente, acabó con el primer ministro español Manuel Godoy, en 19 de marzo de 1808.
Ya he hablado en anteriores correos de la Historia de tan controvertida figura y de como últimamente se le está reivindicando en estudios como los del profesor Emilio La Parra o en novelas históricas como “La conjura de los libros”, del también historiador Carlos A. Yuste.
Por lo tanto no voy a abundar demasiado en la alegría que produjo a muchos la caída de Godoy aquel 19 de marzo de 1808, en el que la nobleza descontenta con el advenedizo hidalgo pacense vio, con fruición, como el motín que ellos mismo habían alentado producía el resultado esperado.
Esto ya está contado desde los tiempos de Benito Pérez Galdós y su primera serie de Episodios Nacionales.
Lo que ya no es tan conocido es que ese día se lanzaron al aire sombreros en señal de júbilo, según todos los indicios, por la caída de Godoy, que a duras penas pudo salvar su vida de aquella masa enfurecida y azuzada por la nobleza levantisca de esa España de la era napoleónica.
En efecto, tenemos grabados y cuadros producidos para fijar aquellos hechos en la memoria colectiva. Incluso en la de los analfabetos tan abundantes en la Europa de la época.
Y en uno de ellos podemos ver, claramente, como la primera vez en la que se documenta el lanzamiento de sombreros al aire en señal de júbilo no sería en la Academia Naval de Annapolis en 1912, sino en Aranjuez en marzo de 1808. En efecto, se ven bien en esas imágenes dos sombreros bicornios y uno que sería de copa, aunque parezcan simples manchas de tinta, volando sobre la masa que ruge contra Godoy.
La escena, si bien para nosotros carece de mucho significado por razones culturales, tiene una gran fuerza. Y no sólo por el dinamismo que esos tres objetos lanzados al aire ponen en la imagen -algo que sin duda supo aprovechar el hábil artista que la hizo- sino porque lanzar el sombrero al aire, desprenderse de él en público o incluso en lugares cerrados pero públicos -como una taberna- tenía unas implicaciones anómalas para una sociedad como la europea del año 1808.
En efecto, para la mentalidad de aquella época todavía seguía siendo válido el concepto de que la cabeza era la parte más noble del ser humano y debía ser cubierta y solo expuesta en momentos muy solemnes. Por ejemplo ante el rey, delante del cual sólo sus pares tenían el privilegio de cubrirse, debiendo permanecer los demás nobles descubiertos en señal de acatamiento de su autoridad superior indiscutida.
Los manuales de instrucción militar del mismísimo Siglo de las Luces, indicaban como un castigo particularmente duro exponer al soldado desobediente -o inepto- ante sus compañeros en la plaza de armas y con la cabeza descubierta. Para imponerle así esa vergüenza pública que implicaba estar sin sombrero en un lugar al aire libre o público.
Para las mujeres ocurría otro tanto. El Cine una vez más -y los celosos agentes de las estrellas de la pantalla- buscan toda clase de trucos para hacer que los actores y actrices aparezcan con la cabeza descubierta en películas históricas donde eso no sólo sería inverosímil, sino motivo de un bochorno público que haría que los personajes interpretados por esos actores o actrices pensasen en suicidarse o en esconderse, durante años, en una cueva.
En el caso de una mujer ir por la calle con la cabeza descubierta emitía una clara señal: se trataba de una prostituta. Algo tan evidente como el ramo ante las casas llamadas “de tolerancia” o el farol rojo.
Las películas que prefieren una buena documentación a tener contentos a cotizados artistas, lo muestran claramente. Por ejemplo en “Mr. Turner”, la biopic dedicada al pintor Turner, ambientada a mediados del siglo XIX, podemos verlo claramente en una reyerta entre caballeros que tiene lugar en uno de los barcos en los que Turner viaja: cuando dos de ellos se pelean, lo primero que hacen para ofender es pegar un golpe a la chistera de su oponente para que quede expuesta su cabeza desnuda ante todos. Una ofensa insufrible que deviene en una lluvia de puñetazos entre ambos personajes…
Las cosas no cambiaron mucho con la revolución que trajo a Napoleón hasta las puertas de España y que, de rechazo, acabó con el poder de Godoy, que tuvo que jugar esas bazas porque no le quedaban otras mejores. Así, las masas revolucionarias prescindieron del sombrero de tres picos o de otro tipo desde 1789, pero para sustituirlo por otra prenda de cabeza, el gorro frigio (en origen píleo) que exhibían con orgullo. Recuperado ese gorro -como tantas otras cosas en aquella Europa revolucionaria- del Mundo Antiguo donde se otorgaba a los esclavos liberados. Justo lo que los revolucionarios franceses reclamaban ser al destronar a Luis XVI.
En definitiva, en aquella España convulsa por esa revolución y los monstruos que engendra, como el propio Napoleón, celebrar la caída de Manuel Godoy lanzando tu propio sombrero al aire en público, era todo un acto extremo. Una ruptura total de las normas de buena conducta, urbanidad y decoro que sólo podía justificarse por una alegría desbordada al ver caer al odiado ministro. Justo lo que parecen querer decir esas tres piezas en el aire en ese grabado de propaganda contra el derrocado primer ministro.
En definitiva, el caso es que, visto desde el terreno de la Historia de las mentalidades, un simple grabado o pintura sobre un hecho histórico parece dejar claro que nos revela más de lo que creíamos ver en principio y nos da un dato cuando menos interesante sobre una costumbre que, hasta ese momento, nos podía haber parecido simplemente anodina. Y estereotipada a través del Cine de Hollywood una vez más…