Por Carlos Rilova Jericó
Supongo que tal vez parezca raro que esta semana, como la anterior, no haya elegido como tema de un nuevo correo de la Historia lo que está pasando ahora mismo en Ucrania.
Lo cierto es que materia sobre esa cuestión no falta ahora que, finalmente, Rusia se ha decidido a invadir Ucrania y no quedarse en un simple amago, en un “bluff”. Ciertamente desde ese momento los Medios de Comunicación, en especial la Televisión, no dejan, en algunos conspicuos casos, de regalar perlas cultivadas emanadas de esas bocas audaces de los que ya algunos empiezan a llamar expertos en “Todología”. Porque lo mismo opinan de Fútbol que de Geoestrategia y de lo que sea menester según el tema más candente y actual.
Una de esas perlas intelectuales, según pude oír, es que la Rusia de Putin es imperialista y tienen en su punto de mira imperial a la, hoy por hoy, temblorosa Unión Europea que, justo es reconocerlo, se está cubriendo con este asunto de oprobio y ridículo. Y quién sabe si de algo peor y más cínico y oscuro…
Curiosa novedad ésta porque, desde la perspectiva de la Historia, si algo se percibe es que las ambiciones imperiales rusas siempre han mirado más a Oriente que a Occidente, hacia sus vastas extensiones vacías más allá de Moscú. De la Europa más al Oeste de Moscú hace tiempo que Rusia nada parece querer en cuanto a ambiciones territoriales. Sus intervenciones desde los tiempos de Pedro el Grande, en el siglo XVIII, se han limitado a vapulear -si le era posible- a molestos vecinos occidentales y luego retirarse. Suecia, Francia y Alemania conocen bien eso.
En definitiva, la ocupación permanente de territorios al Oeste de la frontera rusa digamos natural, ha sido más bien rara por parte de ese país. Polonia sería una de las excepciones y el caso extremo de esa tendencia, pero la invasión y ocupación de ese país eslavo -mas, ay, católico- no fue privativa de Rusia, sino negocio político compartido con alemanes y austríacos hasta ya entrado el siglo XX…
Pero, dejemos las elucubraciones precipitadas (y, en general, indocumentadas) de los “todólogos” y otros cientos de entusiastas que, con un ordenador a tiro, no dejan de verter sus especulaciones al éter. O incluso de publicar fotos y videos que no se corresponden con los hechos. Hay demasiado humo, todavía, en torno a Ucrania y es preferible esperar a ver en qué va a quedar finalmente todo. Por más que el historiador que esto escribe, en base a constantes históricas, ya se hace una idea bastante ajustada de cómo va a ser el final de esa nueva aventura rusa…
Así que hoy prefiero hablar del Carnaval y su Historia, fiesta que, por cierto, no se ha suspendido en nuestras latitudes -y otras más renombradas- a causa del estado de guerra en Europa del Este.
¿Qué se puede contar, hoy por hoy, sobre el tema que sea interesante? Desde luego desde que el maestro Le Roy Ladurie abrió la veda con “El carnaval de Romans” (del que ya hablé algo en otros correos de la Historia) ese parece terreno fértil para los historiadores.
Aparte del uso como método de protesta revolucionario -o similar- que nos describía Le Roy Ladurie en aquella revuelta Francia del 1580, el Carnaval es algo más que la alegría y el desenfreno que se ve en sitios como Río de Janeiro en las consabidas imágenes características de estas fechas.
Precisamente ese ya muy estereotipado Carnaval de Río es el que nos puede facilitar una historia interesante sobre la Historia del Carnaval.
Ese relato empezaría así: dice Peter Burke en “Formas de Historia cultural” -uno de los estudios sobre la cultura popular que tan justa fama le han ganado- que el Carnaval original de Río era una verdadera abominación para muchos brasileños del siglo XIX.
¿Por qué? La respuesta a esa pregunta es muy sencilla si nos sumergimos en la América del Sur de mediados del siglo XIX, que es cuando se empieza a fraguar esa materia festiva.
En esas fechas las burguesías de todos los países de Europa y América -de Norte a Sur- miran embelesadas a la Francia del Segundo Imperio napoleónico. O más bien habría que decir a Francia en general, pues como Joan DeJean ya revelaba en ese “Libro del estilo” que he recomendado leer muchas veces, ese país, desde los tiempos de Luis XIV, marcaba la pauta del buen gusto, la educación y los modales más refinados, el buen tono, la elegancia en el vestir…
En fin, así las cosas, todas esas burguesías, desde Moscú a Lisboa, desde Montreal a Buenos Aires, tratan de parecerse, de imitar a todo lo que viene de esa Francia que, desde los tiempos del Rey Sol, ha quedado establecida como árbitro de la elegancia para todo aquel que se tenga por persona civilizada y educada.
En el Brasil de aquella segunda mitad del siglo XIX no parece haber habido excepción a esa regla. Y así el Carnaval de Rio de Janeiro, según nos dice Peter Burke, tenía que ser un carnaval educado, contenido, civilizado. Como si fuera un baile de máscaras en el Palacio de Saint-Cloud bajo la benevolente y flemática mirada de Napoleón III y Eugenia de Montijo, que invitaban a una diversión moderada y siempre dentro de unas normas de comportamiento que no ofendieran esas buenas maneras, incluso ocultas tras un disfraz y una máscara.
El Carnaval popular, el de las “Escolas de Samba”, el desenfreno callejero incontrolado… ese, ese no era aceptable para aquella burguesía francófona y francófila. Y, una vez más según Peter Burke, esa clase social hizo todo lo posible por arrumbarlo y arrinconarlo como otra fiesta popular que, sin embargo, no podía aspirar al carácter de carnaval brasileño oficial.
Lo que hoy vemos, habría que considerarlo -pese a que Peter Burke no incide tanto en esa cuestión- como una especie de híbrido entre aquel carnaval brasileiro elegante, restringido tanto en sus expresiones como en la escala social, y el carnaval popular, irrestricto.
Es lo que vienen a decirnos esas ordenadas formaciones de sambistas que, sí, es cierto, tienen un marcado carácter de cultura generada entre lo más bajo de la pirámide social colonial y postcolonial pero que, a decir verdad, son sumamente uniformes y desfilan y bailan con un orden que para sí quisieran muchos regimientos.
Bien, pues sondeando en los misterios de esa Historia de la cultura popular que tan bien ha manejado y desarrollado el profesor Burke, eso es lo que podríamos descubrir hoy, Lunes de Carnaval, sobre esa fiesta de invierno a la que, de momento no ha podido detener ni siquiera una guerra…