Por Carlos Rilova Jericó
Quizás el Cine, las series de Televisión… han creado la impresión de que la gente del pasado, de la Edad Media, por ejemplo, era, más o menos, como nosotros. Con algo más de suciedad encima y con ropajes tendentes a llevar, aparte de la ya citada suciedad, bastante ferralla postmoderna encima. Acaso para crear la sensación al público actual de que en esa época había mucho tipo duro, cuyas arriesgadas andanzas prometen diversión y entretenimiento desde que nos sentamos ante la pantalla.
Lo primero es falso. Lo último, sin embargo, es bastante cierto. Carlo Maria Cipolla en su “Historia de la Economía” ya decía -en el volumen dedicado a la Edad Media- que incluso los hoy -en general- apacibles comerciantes, eran en esa época gente de carácter rudo y aventurero, de cuchillo fácil si queremos verlo así. Algo natural en aquellos siglos en los que la Justicia más cercana no podía ser requerida móvil de última generación en mano y había que arreglárselas in situ y por cuenta propia. Otro error de percepción y de falta de documentación que esas mismas películas y series de Televisión, ya citadas, resumen en presentar a los comerciantes medievales como tipos obesos y cobardes por lo general. En lugar de los verdaderos que, como insinuaba Cipolla, eran gentes que no podían vacilar en coser a puñaladas a un posible asaltante de sus mercancías y que, probablemente, albergaba también intenciones asesinas por aquello de que era mejor que no hubiera testigos del asalto…
Lo de la ropa es completamente incierto. La suciedad generalizada -ya lo comenté en otro correo de la Historia- se tendía a evitar incluso en esas eras anteriores a la lavadora. Por razones de salud elemental y para evitar parecer un tipo sospechoso, vagabundo y miserable. Lo del tachonado postmoderno es aún más incierto, pues la gente de la Edad Media no andaba adornando su vestimenta con alarde de ferralla.
Principalmente porque fundir, fabricar metal y trabajarlo era mucho más complicado y caro que hoy día. Tanto que muchos combatientes de esas fechas disponían, en el mejor de los casos, del llamado gambesón. Es decir: una especie de abrigo con media manga y en tres cuartos que protegía al que lo llevaba sin tachonado alguno. Tan sólo merced a la tela gruesa de la que estaba hecho y el forro acolchado interior.
Es evidente, una vez más, como ya advertía Jacques Heers -todo un especialista en esa amplia época medieval que va del siglo VIII de nuestra era, más o menos, al XV- que tenemos hoy día una visión muy deformada de eso que llamamos “Edad Media”.
Uno de los grandes predecesores de Heers, Marc Bloch, lo dejaba claro en una de sus obras magnas titulada “La sociedad feudal”. Bloch, sentando las bases de lo que sería la Historia como ciencia social hace ahora un siglo (como siempre suelo señalar en toda ocasión), advertía que para empezar a describir aquella época, había que comprender cómo pensaba la gente de eso que hemos llamado “Edad Media”. Algo más fácil de lo que parece. Pues muchos de ellos lo dejaron escrito sin ambages.
Citaba como ejemplo Bloch el caso del caballero (y poeta) Bertran de Born, que vivió en plena Edad Media entre 1140 y 1215. En una de sus composiciones aseguraba que le gustaba mucho el alegre tiempo de Pascua, pero aún le gustaba mucho más que ese tiempo -y que el comer, el beber y el dormir incluso- el sonido de la batalla, los gritos de los caídos pidiendo socorro, los relinchos de los caballos desmontados y, en fin, todo lo que tuviera que ver con un buen encuentro armado…
Esto, en definitiva, es lo que significaba para un caballero -y trovador- de la plena Edad Media, el tiempo de Pascua: algo que estaba bien pero que él, finalmente, ponía por detrás de una buena batalla con un derramamiento de sangre copioso y lleno de enemigos caídos por los suelos implorando piedad.
Puede que hoy haya quien interprete esto desde el punto de vista freudiano. Probablemente quien tal alarde de Historia psicológica haga, se equivocará. Pero para eso debería acudir primero a la obra escrita del genuino Cyrano de Bergerac (no al de Rostand o al del Cine). Es decir: a la novela titulada “Viaje a los estados e imperios de la Luna”, donde el gascón descubre que los selenitas se horrorizan al saber que el símbolo de la nobleza en la tierra es una espada -un instrumento de destrucción- y no el órgano reproductor masculino que, como subrayan los selenitas, es dador de vida y ellos utilizan, precisamente por eso, como símbolo de lo más noble…
Sin duda todo un “tour de force” este planteamiento de Cyrano para las teorías freudianas, que asimilan hoy día armas -o coches- como una forma pervertida de prolongación de la sexualidad masculina.
Parece, así las cosas, que Bertran de Born -aún habiendo sido condenado por Dante a su Infierno por otras razones- no sería un buen ejemplo que confirmase nada de eso. Como el propio Cyrano de Bergerac, duelista impenitente como todos los hombres de su rango y época algo posterior a la Edad Media y, sin embargo, como él mismo confiesa en “Viaje a los estados e imperios de la Luna”, consciente, plenamente, de que la espada mataba y nada tenía que ver, por tanto, con ninguna cuestión sexual sublimada o disimulada en el plano consciente.
¿Llegaba sólo hasta ahí el aprecio de los habitantes de la Edad Media por la Pascua? ¿Hasta el punto de considerarlo un alegre tiempo, pero mucho menos entretenido y festivo que una batalla?
En ese aspecto podemos ir de sorpresa en sorpresa (y más de las que pueda proporcionarnos ningún guionista de Cine o Televisión). En efecto, ya hace tiempo que se ha escrito sobre las “risus paschalis”. Especialmente por mano de la especialista Maria Caterina Jacobelli, que a ello dedicó todo un libro donde explicaba que se aprovechaba el tiempo de Pascua -por parte de la Iglesia medieval- para provocar alegría y buen humor a sus feligreses y celebrar así la Resurrección de Cristo tras su pasión y muerte.
Pero de eso quizás podamos hablar otro día, en otra Pascua. Hoy quedémonos tan sólo en que para algunos caballeros-trovadores medievales ese alegre tiempo de Pascua estaba bien, pero no tanto como una buena batalla de esas que ellos habían hecho su razón de ser y su medio de vida…