Abril de 1622, abril de 2022. De centenarios más y menos importantes o la canonización de San Ignacio de Loyola | El correo de la historia >

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Carlos Rilova

El correo de la historia

Abril de 1622, abril de 2022. De centenarios más y menos importantes o la canonización de San Ignacio de Loyola

Por Carlos Rilova Jericó

Si yo dijera hoy aquí, en este nuevo correo de la Historia, que, para nuestra época, los centenarios de un hecho histórico concreto parecen ser el “fuel” con el que se mueve el  trabajo de los historiadores, no sería el primero en hacerlo. Y probablemente no seré el último en decirlo. Un colega norteamericano de la valía de David Lowenthal ya reflexionaba sobre estas cosas en un magnífico -y recomendable- libro del que he hablado muchas veces por aquí: “El pasado es un país extraño”.

Ahí, en algunas de sus páginas, Lowenthal, explicaba el porqué de esa afición a conmemorar las fechas redondas de determinados hechos históricos. Y de olvidar otros, que así eran fulminados del recuerdo colectivo.

Sn duda toda una interesante cuestión ésta, la de ese recuerdo -vía conmemoración centenaria- de determinadas cuestiones y el olvido, también sistemático, de otras. Haciendo así aún más sesgada esa cosa, esa ciencia, que llamamos “Historia”.

Partiendo de esa base, me he visto involucrado en esta laberíntica cuestión desde finales de marzo hasta este mes de abril de 2022.

La cosa empezó con una llamada desde el Archivo Municipal de Tolosa para hablarme, por parte de su archivera, de ciertas actas de las Juntas Generales guipuzcoanas reunidas allí, en Tolosa, en abril de 1622, en una de sus habituales sesiones para dirigir los asuntos políticos y económicos de aquella provincia.

El documento en cuestión estaba publicado ya hace años merced a los buenos oficios de la profesora Rosa Ayerbe, que lleva lustros dedicada a transcribir y publicar esas actas en una colección que pasa de 20 volúmenes. Editados todos ellos por la Diputación guipuzcoana, como no podía ser menos.

El acta en cuestión, y otros documentos del archivo municipal tolosarra, decían algo verdaderamente llamativo: los caballeros junteros y demás autoridades -como el corregidor de la provincia enviado por el rey- habían recibido, en medio de esas sesiones de abril, la noticia de que un guipuzcoano -Iñigo de Loyola- había sido finalmente reconocido como santo oficial de la Iglesia católica bajo el nombre de San Ignacio de Loyola.

La noticia la había traído Alonso Rodríguez, uno de los miles de hombres que formaba parte de la Compañía de Jesús creada por aquel guipuzcoano muerto en 1556.

Aquello dio para que las fuerzas (políticas) vivas que regían tanto la villa de Tolosa como la provincia natal del nuevo santo, celebrasen por todo lo alto ese hecho que confirmaba su buen criterio. Pues ellos ya habían decidido que Iñigo de Loyola fuera el santo patrón de la provincia antes de que el Papa Gregorio XV lo canonizase.

No entraré en detalles sobre cómo se organizó en Tolosa una fiesta que, perfectamente, podría haber sido recogida en estudios sobre el tema como “La Fiesta. Una historia cultural desde la Antigüedad a nuestros días”. Sólo diré lo que ya he dicho en otro artículo aparecido este mes por esta misma razón y que enlazo aquí https://www.euskonews.eus/zbk/771/de-santos-y-hombres-salvajes-tolosa-y-los-festejos-por-la-canonizacion-de-san-ignacio-de-loyola/ar-0771001004C/

Es decir: que tal y como se recoge en esas actas de 1622 (y se refleja en las municipales de la villa de Tolosa), los hombres que regían la provincia natal de San Ignacio hace ahora 400 años, organizaron unos festejos a la altura de los puestos en escena en plazas tan importantes de la Europa del Barroco como la Roma del 1600.

La alegría, evidentemente, se desbordó. Hasta el punto de que esas Juntas Generales adoptaron medidas verdaderamente llamativas para manifestar esa alegría por la decisión del Papa. Así la quinta acordada para aquella celebración de 1622 era, quizás, la más reveladora de la importancia que tenía San Ignacio para quienes regían su provincia natal en ese año de 1622, pues mandaba que, desde ese mismo momento, los integrantes de la ya extensa -y mundial- comunidad de los jesuitas, fueran adoptados como hijos de la provincia. Un gesto nada común en una corporación (las Juntas guipuzcoanas) que, como es bien sabido, en esos momentos miraban con todo detalle a quien quería asentarse como vecino en su jurisdicción y no daban precisamente facilidades en este aspecto que sí se daban en la más abierta Iglesia católica. Una institución que sólo pedía entrega y devoción. Sin importar tanto si los neófitos eran de una raza u otra o de un estrato social determinado…

En cualquier caso, es evidente, por todos esos indicios, la importancia que tuvo para la gente importante de hace cuatro siglos la elevación a los altares de San Ignacio de Loyola. Lo cual nos debería llevar a preguntarnos hoy, en este mes de abril de 2022, si aquel hecho, que cumple ahora justamente 400 años, es importante o no.

Objetivamente, y siguiendo el camino marcado por David Lowenthal, yo diría que la canonización de San Ignacio de Loyola sí es importante. Y memorable. Tanto como otros hechos que han organizado en torno a sí festejos y celebraciones de lo más sonadas. Como puedo ser el caso del bicentenario de la Guerra de Independencia de Estados Unidos en 1976, el más controvertido del 5º Centenario del Descubrimiento de América, el de la proclamación de la Constitución de 1812, el de la derrota napoleónica de Waterloo de 2015 o, todavía desarrollándose, el también polémico 5º centenario de la primera vuelta al Mundo por la expedición Magallanes-Elcano.

No debería haber pues duda de la importancia de este centenario de la canonización de aquel relativamente modesto hidalgo guipuzcoano -Iñigo de Loyola- que, en 1522 -tras ser herido en la carrera militar a la que parecía predestinado por rango y familia- decide hacerse hombre de Iglesia y fundador de una orden religiosa, la “Societas Iesu”, que se extenderá por Europa y el Mundo y se convertirá en la fuerza de choque de una Iglesia católica acorralada por los protestantes llevando la llamada Contrarreforma adelante. Haciendo así retroceder esas veleidades reformistas y extendiendo el mensaje de la renovada Iglesia romana por el Mundo. Incluso hasta el Lejano Oriente, donde los emperadores chinos los querrán en su corte como eruditos de primer orden.

No debería, pues, hacer falta ponderar la importancia de esa canonización. El mérito de los jesuitas ha sido reconocido múltiples veces. De hecho se diría que ejercen fascinación sobre quienes, en su favor y hasta en su contra, escriben libros y novelas o hacen películas. La lista podría ser interminable. Va desde encendidos debates dieciochescos como los de Voltaire sobre las misiones del Paraguay, hasta películas célebres acerca de esa cuestión como “La Misión”, protagonizada por actores de primer nivel internacional como Robert de Niro, Liam Neeson y Jeremy Irons. Todo ello pasando por ensayos como “Jesuitas” de Jean Lacouture, novelas como “Silencio” sobre la persecución que sufren en el Japón del siglo XVII (llevada luego al Cine por Scorsese), la ácida sátira “A Mayor Gloria de Dios”, que habla de la expedición a Siam enviada por Luis XIV y en la que los jesuitas tendrán un papel preponderante, “Ropanegra” (sobre su presencia en el Canadá del siglo XVII entre los “salvajes” iroqueses e igualmente llevada al Cine) o hasta miniseries de Televisión como “El secreto del dragón negro”, que alude a sus expediciones al Lejano Oriente después de la firma de la Paz de Westfalia en 1648…

Precisamente por razones como esas y muchas otras, este sábado 30 de abril, a las 8 de la tarde, en la parroquia de Santa María de Tolosa, recordaremos todo esto instituciones e historiadores como el que esto escribe. Justo en el centro de la provincia natal de ese santo de repercusión mundial, cuya canonización hace ahora cuatro siglos fue celebrada en esa misma villa con unos festejos barrocos realmente memorables y dignos de entrar en los libros de Historia.

Espero que esa sólo sea la primera de muchas otras conmemoraciones de ese hecho histórico. Porque, realmente, no alcanzaría a comprender este historiador que esa efeméride de aquel santo guipuzcoano que dio forma a la Historia del Mundo -durante varios siglos- fuera un centenario menos importante que otros que han sido declarados importantes por, exactamente, esas mismas razones…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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