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Carlos Rilova

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Algo de Historia para el presente: la enésima crisis de China continental (1900-2022)

Por Carlos Rilova Jericó

No es ésta la primera vez que dedico un correo de la Historia a China. Sin ir más lejos apenas hace un año hablaba por aquí de cómo podríamos interpretar el Pacto llamado “Aukus” en el que, antes de atacar por persona interpuesta a Rusia, Occidente -con la mirífica administración Biden al frente- planeaba rodear y aislar a la China continental o, como se la solía llamar hace unos años, “comunista”.

De eso y de la caída del mercado mundial a causa del hundimiento de “Evergrande” -la inmobiliaria del Partido en China, que se suponía en quiebra técnica- nunca más se supo. Al parecer “lo de Ucrania” tenía más interés.

Ahora, sin embargo, la gigantesca dictadura totalitaria asiática, ha recuperado titulares. Al menos durante algún tiempo. La alarma periodística comenzó, como es habitual en estos tiempos modernos, en las redes sociales. Pronto, este miércoles y jueves pasados, “China” se hizo tendencia de la que hablaban miles de tuits.

El motivo para esto era que en casi una veintena de las principales ciudades chinas (Shanghái, Cantón, la famosa -desde 2019- Wuhan…) estaban en un estado de insurrección tan notorio y general que ni siquiera las acartonadas cadenas generalistas -estatales y privadas, tanto da- pudieron obviar esa noticia.

Para cuando escribo estas líneas, la cosa parece haberse enfriado un tanto. “China” ya no es tendencia mundial en Twitter. Al menos por esa causa. Probablemente el férreo régimen chino ya haya sacado de escena a los antidisturbios y, tal y como ocurrió con el más leve conato de la plaza de Tiananmén en 1989, está aplastando esas rebeliones por medio de los “taxis verdes”. Es decir: tanques y blindados del Ejército llamado “Popular”. De ello también corrieron videos por Internet, pero hasta ahora no he visto materializarse -con garantías- esa amenaza en hechos. Si bien el Partido, por medio de sus canales oficiales -incluida la llamada Prensa occidental- ya dejó caer que utilizaría todos los medios a su alcance para laminar esas actitudes levantiscas.

A fecha de hoy, es difícil saber cómo acabará el asunto, si estamos ante un 14 de julio de 1789 a la china o no. Si éste tendrá éxito o no. Si rodará, o no, la cabeza del modelo de trajes estilo Mao Tse-Tung conocido como Xi Jinping, que es el principal responsable político del gigante asiático y, por tanto, el principal autor de todo lo que ha ocurrido, está ocurriendo o vaya a ocurrir en la gigantesca dictadura china.

Lo único claro, desde el punto de vista del historiador (que a eso vamos aquí cada lunes) es que en la China continental o comunista ha estallado lo que ya era previsible que estallase nada menos que en 1949. Hagamos memoria de la Historia reciente.

En esa fecha el Partido Comunista chino ganaba su guerra civil contra el Partido Nacionalista o Kuomintang y con ello demostraba ser, para centenares de millones de personas, la salida a un largo atolladero político que se remontaba a cuatro décadas atrás, cuando colapsa el Imperio que se llamaba a sí mismo “del Centro”. Es decir: el Imperio chino, anterior en un par de siglos, por cierto, al Imperio romano.

Así es: en 1900 los “bárbaros rojos” (es decir, nosotros los occidentales) y los “enanos de las islas” (es decir, los japoneses que, desde 1868, estaban totalmente equiparados a los occidentales en técnica bélica) aplastaban la llamada “rebelión de los bóxers” y hacían huir de la Ciudad Prohibida a la última emperatriz: la cruel y neurótica Cixí. Con ello, de facto, se desintegraba ese imperio que desde el 221 antes de Cristo se había considerado el centro del Mundo, rodeado de estados vasallos y de bárbaros que nada sabían de la verdadera civilización. Es decir: la china.

Ese jarro de agua fría del año 1900 dejó a centenares de miles de chinos anonadados, descubriendo que eran un patético tablero de juego para potencias infinitamente más pequeñas que su vasto Imperio del Centro, pero mucho más avanzadas tecnológicamente. Ya para entonces se hizo evidente que los chinos, en su mayoría, eran de reacciones muy lentas. De hecho, les llevará casi cinco décadas, de 1900 a 1950, organizarse políticamente para hacer frente a esa caquexia, a esa caída del Imperio del Centro, que durante ese tiempo es despedazado por luchas internas entre comunistas y nacionalistas y es invadida brutalmente por los (para los chinos) odiosos “enanos de las islas” o japoneses, que hacen de gran parte de ella un protectorado y utilizan como un patético títere a su último emperador: Puyi…

Todo esto lo podían haber previsto los chinos mucho antes. Por ejemplo en 1895, cuando, una vez más, los japoneses aplastan a una China que aún creía compatible vivir como en tiempos del primer emperador con los acorazados, los cañones de tiro rápido y despreciando olímpicamente al resto del mundo como un hato de bárbaros que nada sabían de civilización. O incluso antes, cuando eran exportados a miles para ser tratados como mano de obra casi esclava -“coolies”- en las plantaciones españolas de Cuba, en la construcción de los ferrocarriles norteamericanos y en un largo etcétera nada brillante ni propio de quienes decían ser hijos del Celeste Imperio y se veían, por tanto, como entes casi divinos.

Todo eso es ya casi cultura popular en Occidente y el resto del mundo gracias al Cine y el Cómic: desde películas como “55 días en Pekín”, “El último emperador”, “Ciudad de vida y muerte” y otras de propaganda comunista como “1911”, a cómics de la serie de Tintín como “El loto azul”, o, más recientemente, “Nankín. La ciudad en llamas” del sino-americano Ethan Young.

Tras el baño de cruda realidad del aplastamiento de los bóxers, el Kuomintang fundado por Sun Yat-sen y el Partido Comunista rivalizarían por expulsar al invasor extranjero y, en particular, el japonés y demostrar a los chinos que ellos los llevarían de vuelta a la grandeza perdida. Esa partida quedó en tablas al apropiarse los comunistas de la China continental y el Kuomintang -al amparo de la Guerra Fría- de la isla de Taiwán (tan extensa casi como España) aplicando dos modelos de sociedad distinto que, en efecto, de eso no hay duda, llevaron a China al mundo moderno.

El problema, y ahora lo estamos viendo, es que el Partido Comunista está desde 1966 atrapado en un dilema en apariencia irresoluble. Así es. En esa fecha, 1966, Mao, el Gran Timonel, el gran héroe de la lucha contra japoneses y “parásitos” traidores como los nacionalistas del Kuomintang (siempre según la propaganda comunista) se verá en una situación en la que quedaba muy claro qué poco había conseguido el Comunismo cambiar las cosas desde la caída del Imperio.

Sin necesidad de tragarnos conspicua propaganda anticomunista como “La sombra del zar amarillo”, no hay dudas objetivas de la infame maniobra que Mao desató desde 1966 hasta 1976 para no reconocer el fracaso del modelo estalinista aplicado a China. Algo que la había llevado únicamente a dar vueltas sobre sí misma y sus singulares carteles de propaganda, que elevaron lo “kitsch” a un nuevo nivel.

Desde 1976 hasta hoy mismo se intentó resolver ese gran problema. Con toda clase de fórmulas. En vano, como se está viendo ahora mismo. Pues la extraña “epidemia interminable” del Covid-19 -que ha justificado toda clase de barbaridades totalitarias en todo el Mundo- para lo que ha servido finalmente en China ha sido para un estallido sin precedentes desde hace décadas y que ya veremos cómo termina. Hay pistas desde luego y por suerte ya las tenemos traducidas al español. Recomiendo especialmente “El Sueño Chino” del disidente Ma Jian. En ese pequeño libro, dedicado, por cierto, a George Orwell, se explica el fraude de la China del Comunismo, de la larga agonía iniciada con la solapada guerra civil atizada por Mao desde 1966 a la que se llamó piadosamente “revolución cultural”.

En clave de tragicomedia, casi de esperpento, Ma Jian, pone las cartas boca arriba mostrando una China donde llueven palos a la plebe por querer reclamar todas las bondades que el Partido aseguraba ir a traerles, la corrupción rampante de los funcionarios del mismo Partido -algunos “reeducados” tras cubrirse de sangre durante la Revolución cultural, como el protagonista de la novela- y una infinidad de sucia trastienda que ahora, sólo ahora, ha trascendido a los telediarios. Cuando una sociedad a la que se permitió prosperar, ha visto ese sueño truncado y no ha querido soportar por más tiempo la estafa a la que el Partido (que prometía ir a conquistar el mundo para aplicar por doquier el “sueño” totalitario chino) la ha sometido.

Veremos, sí, en qué acaba todo esto, pero desde luego, acabe como acabe, el problema de fondo histórico que la China continental lleva arrastrando, desde hace 122 años, está claro que sigue sin resolverse y quien quede dueño del terreno después de este estallido contra el Partido, tendrá que resolverlo. Sea el propio Partido nuevamente purgado como en 1976, sea un Kuomintang que aproveche el río revuelto o quienquiera que emerja de este enésimo marasmo chino…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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