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Carlos Rilova

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El Papa, el emperador y el sastre. A vueltas con los absurdos de la Historia de la Moda. Notas sobre los uniformes de la Guardia Pontificia

Por Carlos Rilova Jericó 

Los que siguen esta página ya sabrán que, a veces, resulta verdaderamente difícil elegir un tema para estos artículos. Ha sido el caso de esta semana. He dudado mucho en dar salida a lo que finalmente voy a dar salida en estas tres o cuatro páginas.

En primer lugar porque implica volver a hablar casi del mismo tema que hablaba hace un par de semanas.

Sin embargo hay buenas razones para que el artículo de esta semana de Pascua, recién inaugurada ayer por la primera bendición “Urbi et Orbe” del nuevo Papa, Francisco I, cuente lo que va a contar.

Una de ellas es que trata de demostrar que lo que se dijo aquí hace unos quince días sobre lo poco que sabemos -real, no imaginariamente- acerca de la supuesta vestimenta típica “vasca”, es algo más que el fruto -como ha clamado una lectora que acudió a esta página para leer ese artículo, “Moda vasca para el año 1815”- de una mera casualidad, de un sólo documento encontrado al azar.

Vamos a considerar, en efecto, otros documentos, que, por supuesto, han llegado a mis manos no como fruto del azar sino de una búsqueda sistemática de esas que hace que el mencionado azar, efectivamente, se alíe con nosotros.

Se trata de una colección de postales en las que se recogían los distintos uniformes de la Guardia Pontificia, fabricadas tanto como propaganda como a título de “souvenir” turístico a comienzos del siglo XX. Más probablemente posteriores al año 1910 en el que, según la mayor parte de las versiones, el comandante Jules Répond crea la actual versión del uniforme de los alabarderos de la Guardia Suiza papal, que es la que aparece en ese mazo de postales. En ellas, en efecto, se representa a esas figuras tan conocidas, que hemos visto hasta el hartazgo gracias a la elección del nuevo Papa, y otras mucho menos conocidas, pero que, sin embargo, como vamos a comprobar, nos pueden enseñar una gran lección de Historia a través de esa rama de la misma -la de la Moda- que sólo en apariencia es -como decía el siempre ocurrente Sacha Baron Cohen en una de sus no menos ocurrentes películas- “vacua y superficial”.

La figura conocida de ese juego de postales, como notarán si se fijan en la primera ilustración de este artículo, es, en efecto, la de un alabardero de la llamada Guardia Suiza, que es, en realidad, una sola de las guardias que se encargan de la seguridad del Papa, aunque, quizás, se ha tomado popularmente por la única Guardia Pontificia, al ser la más vistosa, la que más sale en la tele y otros medios, a diferencia de lo que ocurre con la Guardia de Honra de Su Santidad -una guardia ceremonial al fin y al cabo- o con la Gendarmería Vaticana.

En esas postales de hace más de un siglo vemos a este guardia suizo vistiendo, con muy escasas variantes, el uniforme que han vestido desde hace unos quinientos años, cuando el cuerpo fue fundado por Julio II en 1506, y, según se afirma y se desmiente sin muchas pruebas al canto, se encargó a Miguel Ángel diseñarles un uniforme adecuado. El propio, en cualquier caso, de cualquier mercenario del Renacimiento, sin que le falte detalle. Desde su mortífera alabarda, hasta su morrión emplumado o su jubón y sus calzones acuchillados.

Un adorno de la vestimenta de aquella época, el acuchillado, que tuvo su origen, según se dice, en el monumental disgusto de algunos lansquenetes -otra clase de mercenario común en la época de Julio II- cuando comprobaron que la ropa que habían capturado en uno de los saqueos que realizaban por norma habitual, era demasiado pequeña para sus germánicas hechuras y decidieron consolarse del fiasco ampliando la talla de aquellas prendas por el sencillo sistema de abrirles varias rasgaduras…

Las mismas que después, según todos los indicios, los maestros sastres usaron para dar un mayor colorido a la vestimenta habitual en la Europa del siglo XVI o, como ocurre en el caso del uniforme de los guardias suizos del Papa, para vestir de manera lo suficientemente adecuada e impresionante. Tal y como lo requería tanto la dignidad temporal del monarca al que servían, como los usos de la guerra propia del Renacimiento, que tenía mucho de pelea de gallos más que de simple enfrentamiento bélico tal y como hoy lo conocemos.

Un despliegue de vistosidades que no se agotó, por supuesto, con el Renacimiento, sino que siguió siendo habitual hasta hace unos cien años. Cuando la guerra termina de tecnificarse y se convierte en una especie de cadena de montaje industrial de la Muerte y el número de bajas por exponerse a la vista de un enemigo que ya nada respeta -parapetado tras sus ametralladoras-, lleva al elemento militar a reflexionar sobre la necesidad de no exhibirse ante sus oponentes -tal y como lo exigían los  códigos militares de, por ejemplo, el siglo XVIII-, buscando, por el contrario, tejidos muy sufridos y que permitieran, además, enmascararse con el terreno, dificultando aún más la tarea de los tiradores enemigos.

Pero hasta que esa triste constatación tuvo lugar, un tórrido y explosivo verano del año 1914, el despliegue de elementos vistosos en los uniformes, apenas tuvo tasa ni freno.

A ese respecto la Francia de Luis XIV proveyó el canon en ese como en muchos otros aspectosde lo que genéricamente se llama “estilo”. Algo sobre lo que Joan DeJean ha escrito un magnífico libro titulado así precisamente, “La esencia del estilo”. Una peculiar circunstancia esa de la tiranía francesa sobre la Moda, que nos va a permitir descubrir algo verdaderamente curioso -tal vez incluso revelador- sobre los uniformes de los que se encargaron y encargan de proteger al Papa aparte de la todavía hoy vistosa Guardia Suiza.

En efecto, ese tipo de operaciones de creación de imagen, como la puesta en marcha por Luis XIV, suelen tender a perdurar en el tiempo, así no debería extrañarnos que el Imperio Napoleónico -un ente del que, muy probablemente, el rey Sol habría abominado- fuera, sin embargo, heredero de ese aspecto de la guerra de propaganda que nuestros vecinos franceses han luchado durante cerca de cuatrocientos años, tratando de erigirse en árbitros de la Moda para así, según parece, tener ganada la mitad de las otras guerras que pusieron sobre el tapete estratégico mundial entre 1660 y 1914.

Eso explicaría por qué la mayoría de los uniformes europeos -o de naciones colonizadas por europeos, como México o los Estados Unidos- trataron durante años de parecerse lo más posible a los que desfilaban por las calles de París entre 1805 y 1815 y desde allí fueron despachados por medio mundo para conquistarlo o, al menos, intentar conquistarlo.

Las guardias que se encargaban de la seguridad personal del Papa, no fueron una excepción, como podemos comprobar en algunas otras imágenes de esa serie de postales que ha dado lugar a este artículo. Basta con ver el uniforme que porta la llamada “Guardia Noble”, desde 1968 refundida en la llamada “Guardia de Honra de Su Santidad”. El casco, sobre todo, es prácticamente idéntico al de los coraceros franceses.

Otro tanto ocurre con el uniforme de los oficiales de la Gendarmería Vaticana. Con su alto morrión de pelo de oso, su guerrera de color azul oscuro -el llamado, precisamente, “azul Francia”-, sus pantalones blancos y sus botas de montar de caña alta -sin olvidar el sable que portan como distinción de su rango-, podría pasar, perfectamente, por un granadero a caballo de la Guardia Imperial napoleónica de diseño sólo levemente modificado.

Son detalles verdaderamente chocantes y que, como decía al principio de este artículo, nos ofrecen una gran lección de Historia a través de ese paseo por la de la Moda -la militar en este caso- que, insisto, sólo aparentemente, es algo vacuo y superficial.

Así es. Esas postales que representan todas y cada una de las guardias encargadas de proteger al Papa a comienzos del siglo XX nos están contando que los romanos pontífices del siglo XIX no tuvieron ningún reparo en equipar a sus tropas de seguridad personal, las más próximas a ellos, con una moda exportada por uno de sus más feroces enemigos: el emperador Napoleón que, reviviendo la medieval querella de las investiduras, hizo lo imposible para minar lo que quedaba del poder temporal del Papado.

Por ejemplo encarcelando en Fontainebleau, a partir del año 1812, al mismo Papa Pío VII que sanciona su coronación como emperador, tras haber hecho todo lo preciso para someterlo a su autoridad legal y real. Algo que pasaba tanto por obligarle a bloquear su comercio con Gran Bretaña, como a tolerar la invasión “de facto” de los Estados Pontificios, a partir de año 1809…

Vistas las cosas desde esa perspectiva, no hay duda de que realmente la Historia de la Moda nos puede enseñar cosas verdaderamente curiosas sobre cómo pensamos y actuamos los seres humanos. Incluso los más elevados de entre nosotros, aquellos que, como los romanos pontífices, afirman ser infalibles en cuestiones de fe pero que, por lo que se ve, no tienen inconveniente en vestir a la última moda a su propio ejército.

Aunque fuera con la creada en la capital de ese Napoleón al que no dudarán en calificar, incluso, de Anticristo y otros dicterios nada amables, cuando descubren que el Mundo es demasiado estrecho para desplegar, al mismo tiempo, el poder de cada uno de ellos.

Un detalle en apariencia tan trivial que, sin embargo, debería hacernos meditar mientras saboreamos esta semana de Pascua iniciada con la bendición “Urbi et Orbe” del heredero de Pío VII que, por cierto, aparte de prisionero de Napoleón desde 1812 a 1814, fue el fundador -respectivamente en 1801 y 1816- de esos dos cuerpos de aspecto tan napoleónico como la Guardia Noble y la Gendarmería Vaticana…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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