Por Carlos Rilova Jericó
Últimamente había conseguido eludir en el correo de la Historia temas de actualidad en los que, sin embargo, la Historia podía tener un peso específico. Esa buena racha se ha acabado esta semana, con el golpe de estado en Níger.
En efecto, una vez que ha saltado tan impactante asunto a las pantallas de Televisión, resulta difícil, incluso injustificado, renunciar a dar una vuelta sobre la Historia que hay detrás de lo ocurrido en Níger esta semana pasada. Más todavía ahora que estoy repasando la biografía de cierta duquesa donostiarra (la de Mandas) que tuvo mucho que ver con esa que Eric Hobsbawm llamó “Era del Imperio”, iniciada hacia 1870 y que, de eso no hay duda alguna, ha acabado precipitando acontecimientos como los que ahora son carne de Telediario.
Como siempre noticias como las que han llegado de Níger nos suelen coger de improviso en esta parte del mundo que llamamos “Occidente”, donde todo se ha vuelto tan rutinario, tan asentado, que una conmoción en la Geopolítica (como la del golpe de estado de Níger) sorprende y resulta, me temo, incomprensible para muchos lectores.
Y ahí, claro está, es donde un vistazo hacia nuestra Historia de los últimos 150 años puede ser oportuna.
Debo empezar por decir que, por supuesto, no sé cómo acabará lo de Níger. Lo que sí puedo decir, a fecha de hoy, es que ha sido toda una conmoción en la esfera de las Relaciones Internacionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial y al fin de la Guerra Fría.
Y es que según las declaraciones y noticias que voy recogiendo, los militares golpistas han declarado que su intención es la de recuperar una soberanía nacional perdida, negándose a seguir aportando, a precio de saldo, minerales estratégicos -como el uranio- a su antigua metrópoli -Francia- como han hecho hasta ahora sus anteriores gobiernos…
Evidentemente toda una novedad desde el año 1945 en adelante en el que se inauguró un nuevo orden mundial en el que eso era, digámoslo así, normal (o se hizo “normal” con métodos bastante contundentes, como se deduce con sólo repasar la biografía de líderes africanos como Patrice Lumumba…). Lo que ya ha sido menos normal es que esa situación de intercambio desigual entre antiguas colonias y metrópolis (que ha generado una pobreza atroz en países como Níger) se haya sostenido tanto tiempo. Porque, en términos históricos, estaba cantado que tarde o temprano esas estructuras neocoloniales iban a derrumbarse.
No hace tanto tiempo parece que incluso la actual primera ministra italiana ya se lo advirtió al presidente francés, señalando la hipocresía de unas políticas de inmigración desastrosas (en eso también acertó Giorgia Meloni porque la verdad es la verdad la diga Agamenón o la “Ultraderecha”) que eran fruto de ese neocolonialismo atroz, por parte francesa, sobre zonas de África como aquella en la que se asienta la hoy atribulada República de Níger.
Sin embargo Meloni, de haber sido historiadora, se podría haber ido aún más lejos a buscar indicios del origen de ese globo de gas geoestratégico que acaba de reventar. Por ejemplo al siglo XVIII, cuando el explorador escocés Mungo Park realizó un fascinante viaje (que plasmó en un bonito libro) por ese territorio ignoto que más adelante se llamaría “Níger”.
Fue en 1794, justo cuando Europa ardía en una guerra general iniciada a causa de la revolución francesa que quería derechos para todos los hombres y, al final, hasta para las mujeres. En esa época Park exploró el curso del río Níger. Y con ello dejó las puertas abiertas a una Europa que, una vez superada la fiebre revolucionaria, se asentó en un orden de cosas basado en la idea del progreso indefinido y en la inefable capacidad de los civilizados europeos de rentabilizar todo lo que el vasto planeta Tierra ofrecía.
Eso fue entre la segunda mitad del siglo XIX y el último tercio del mismo. Los europeos no dejaron pasar ocasión desde entonces para intervenir en el continente africano que, eso era evidente, estaba más atrasado política, económica y militarmente frente a esas sociedades europeas que, tras el ciclo revolucionario y napoleónico, habían sabido crear estructuras muy dinámicas, capaces de avanzar y prosperar rápidamente y que, por esa misma razón, no se iban a detener en el puerto de Marsella o el de Algeciras si creían que al otro lado del mar había esperándoles algo que mereciera la pena.
El modo en el que eso se hizo no tiene el menor secreto. La documentación pública y privada de esos países europeos en 1830, 1859, 1877 y otros años posteriores deja claro cómo veían los europeos de aquella época a África.
Sin salir del gabinete de la duquesa de Mandas, y su conspicuo marido Fermín Lasala y Collado, es fácil encontrar alusiones al tema.
Así, por ejemplo, en la cartas (hoy depositadas en el Museo San Telmo) cruzadas entre Lasala y Collado y su mujer a finales de mayo del año 1877, se habla de cómo en aquel Madrid que acaba de salir de su última convulsión política entre liberales y reaccionarios se estaban organizando reuniones para conseguir capitales con los que financiar la creación del que luego será el (in)famoso Congo Belga contra el que luchó Lumumba. Un negocio, por suscripción anual de 200 reales de la época, que Lasala y Collado no ve con buenos ojos dudando, sobre todo, de la rentabilidad del mismo.
Será esa una ocasión en la que el ojo clínico de este financiero donostiarra fallará porque el rey Leopoldo II, que se prodiga por Madrid y otras capitales europeas a la búsqueda de respaldo económico para su gran proyecto imperialista en el centro de África, sabrá, al final, hacerse entender a la perfección en aquella vasta área africana de la que sacará con métodos brutales (lean a Joseph Conrad o, en su defecto, vean películas “de aventuras” como “La leyenda de Tarzán”) innumerables riquezas que hicieron a Bélgica eso mismo: inmensamente rica. Tal y como se ve con sólo darse una vuelta por la Bruselas modernista, admirando sus magníficos edificios en el “tour” que se ofrece en esa ciudad que, además, es hoy, todavía, la capital de la Unión Europea…
Hay que decir, en honor a la verdad, que todos los países europeos (o casi todos) siguieron un esquema parecido al de Leopoldo II, incluso dándose de codazos en distintas partes de África.
Así, sin irnos una vez más muy lejos del despacho del duque de Mandas y su mujer podemos ver como incluso potencias europeas bastante debilitadas (cual es el caso de la España de 1900) se las arreglaron para agenciarse un relativamente pequeño (y rentable) imperio colonial africano que, en su caso, iba desde Marruecos hasta África central en la actual Guinea e isla de Fernando Poo. Todo ello con el beneplácito del árbitro del Mundo en aquellas fechas (el Imperio británico) encantado de debilitar en la zona la influencia francesa y prestando, por tanto, oído atento a todo lo que el embajador Lasala y Collado, duque de Mandas y Villanueva, les quisiera proponer en ese sentido…
De ahí salió ese esquema político que ahora ha acabado por reventar en Níger: regímenes hechos con tiralíneas (como los mapas) que han contemporizado tras una supuesta descolonización con unas políticas que sólo han beneficiado a una ínfima parte de la población de esas antiguas colonias y contentado únicamente a las antiguas metrópolis que, al parecer, habían pensado que la paciencia de millones de africanos era infinita y se aliviaba sólo con unas políticas de inmigración a Occidente inasimilables (e innecesarias salvo como válvula de escape en los países de origen) y poco más…
A largo plazo cualquier analista sensato (o incluso cargos políticos igualmente sensatos, como Giorgia Meloni) sabían que todo eso era materialmente insostenible.
Las consecuencias podrán gustar más o menos en este Occidente un poco cansado y sumido en la desorientación intelectual ya hace años, pero eran de esperar: millones de africanos han comprado la semana pasada la mejor oferta que han recibido en décadas, como haría cualquier ser humano razonable, en cuanto el “comercial” de turno (en este caso unos rusos que han tomado la delantera a una Unión Europea bastante idiotizada) ha aparecido a ofrecer un negocio mucho mejor y más ventajoso en Níger.
Sin duda toda una lección para una sociedad -la europea occidental- tan sagaz y tan avezada allá por el 1850 como para sacar rendimiento a otro continente mayor y más poblado que ella pero que hoy, por una obtusa avaricia, parece que está siendo incapaz de adaptarse a tiempos cambiantes en los que habría que ofrecer a los “nativos” algo mejor que maniobras muy turbias como la que acabó, por ejemplo, con Patrice Lumumba en 1961 o el equivalente del siglo XXI a los abalorios y collares de cuentas…