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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de Franz Anton Mesmer (1734-1815)

Por Carlos Rilova Jericó

Di con un viejo conocido, Franz Anton Mesmer, esta semana pasada mientras revisaba las efemérides del mes de noviembre, para encontrar un tema interesante y que me evitase escribir un nuevo correo de la Historia dedicado a comentar el momento histórico (similar al de hace cien años, en 1923) que ahora mismo se vive en España, con la posibilidad de una independencia catalana casi a las puertas y la consiguiente reacción, estilo 2 de mayo, del resto del país.

Así me fije en que el 13 de noviembre, es decir, hoy mismo, era -o podía ser- una fecha histórica. Fue ese mismo día del año 1841 en el que el cirujano escocés James Braid se puso a la tarea de estudiar y desarrollar lo que llamamos (gracias a él) “hipnosis”. Parece ser que este serio médico escocés hizo unos también muy serios estudios al respecto, pese a que la cuestión de la Hipnosis se ha convertido también en fenómeno de feria y pesa sobre el asunto la acusación de ser pura charlatanería.

Algo de lo que el sobrio doctor Braid no podría ser culpado, pues él negó al verdadero padre de ese fenómeno conocido como “hipnosis”. Es decir: el doctor Franz Anton Mesmer al que sí le cayó encima la acusación (con consecuencias más o menos graves) de ser un charlatán que se enriquecía diciendo que, por medio de un sueño inducido, podía curar casi todas las enfermedades habidas y por haber.

Mesmer fue, también, un personaje realmente interesante y que, examinado por historiadores de la solvencia de un Robert Darnton, resulta ser verdaderamente esclarecedor sobre lo que fue en realidad el Siglo de las Luces. Y, en especial, sobre las expectativas tan altas que tenemos de él en la actualidad, considerándolo más racional de lo que en realidad fue, al pensar en nosotros mismos (y en todos nuestros artefactos tecnológicos) como descendientes directos de ese racionalismo e Ilustración.

A ese respecto Darnton escribió hace nada menos que 55 años, en 1968, páginas verdaderamente recomendables que, además, fueron avaladas por la Universidad de Harvard, primera editora de su libro “Mesmerism and the End of the Enlightenment in France”. Algo que se traduciría, más o menos, como “El Mesmerismo y el fin de la Ilustración en Francia”.

Darnton ha sido uno de los historiadores (junto con Michel Vovelle, Roger Chartier, Peter Burke, Carlo Ginzburg…) que, a lo largo del siglo XX, han explorado terrenos tan fructíferos como la Historia de las mentalidades, de la cultura popular… que, como demuestra Robert Darnton en ese libro sobre Mesmer y el Mesmerismo, pueden esclarecer muchas cosas sobre nuestro conocimiento del pasado.

Darnton nos señala así cosas bastante sorprendentes en su libro sobre ese doctor Mesmer que fue mecenas de Mozart en su Viena natal y que llegó -huyendo de ciertas turbias acusaciones de charlatanería en la capital austriaca- a un París que lo recibe con los brazos abiertos y lo hace millonario al crearle una clientela ávida de probar su teoría del magnetismo animal. Un fluido invisible que se transmitía por el cuerpo a través de serie de polos (el Norte en la cabeza y el Sur en las extremidades inferiores) que activaban unas corrientes corporales de las que, según el doctor Mesmer, dependía la enfermedad o la salud de sus pacientes. Personas inducidas también a una serie de trances “hipnóticos” provocados por ese mismo doctor Mesmer, que lo era realmente, con una tesis presentada ante la Universidad de Viena sobre el influjo de los planetas en el cuerpo humano…

Mesmer, pues, no era un charlatán que hablaba sin conocimiento verdadero. ¿Cuál es entonces la razón para que hoy no esté considerado como un gran precursor de la Ciencia que hemos heredado e hiperdesarrollado desde la Ilustración?

Se podrían aducir muchas causas. Por ejemplo que el doctor Mesmer andaba en malos pasos universitarios desde sus comienzos. Así lo dicen algunos especialistas en él como Frank A. Pattie, al señalar que su tesis era un plagio de un trabajo de Richard Mead, otro médico -fallecido en 1754- y no menos controvertido que Mesmer.

Sin embargo, y aunque pueda parecernos asombroso, la razón para esa defenestración científica de Mesmer hay que buscarla buceando más en su época, porque (plagios doctorales aparte), como nos explica Darnton, sus ideas no tenían nada de extraordinario ni estrambótico en la Europa del Siglo de las Luces.

Así es, Darnton nos indica en su recomendable libro que Mesmer, doctor al fin y al cabo por la Universidad de Viena, hablaba de un fluido invisible (“magnetismo animal”) que influía, precisamente, en el comportamiento -para mal o para bien- del cuerpo humano. Y el caso es que ese fluido, ese magnetismo animal, del que hablaba Mesmer, no era más distinto para el público de su época de lo que podía serlo la fuerza de la gravedad descubierta por Newton o los gases que permitían poner en el aire globos como los de los hermanos Montgolfier. Es más, Darnton nos da en su obra toda una recopilación de teorías dieciochescas que hoy nos parecen delirantes pero que en la época, a lo largo de todo el siglo XVIII, eran consideradas muy seriamente por figuras de la Ciencia hoy consagradas. Como Lavoisier que, sin embargo, por su parte, buscaba desesperadamente, en la misma época, el fluido conocido como “flogisto”. Tan inexistente al final como el magnetismo de Mesmer…

Y ahí está la verdadera clave de la defenestración final de Mesmer en los libros de Historia de la Ciencia que, a su vez, nos explica mucho de lo difícil que fue, en realidad, el parto de esa Ciencia moderna durante el Siglo de las Luces.

Así es. Los Montgolfier podían hacer volar globos por medio de un fluido invisible y eso era patente para todos los que veían las ascensiones de sus aerostatos, sin lugar a ninguna duda, pero una comisión nombrada por Luis XVI para aclarar las andanzas del doctor Mesmer en aquel París prerrevolucionario determinó que no se había podido encontrar ni rastro de esa fuerza de la que él hablaba y menos de los efectos que producía. Todo ello corroborado con las ilustres firmas de padres de descubrimientos científicos que hoy funcionan a pleno rendimiento como Lavoisier y Benjamin Franklin…

Napoleón, matemático él mismo al fin y al cabo, remató esa afirmación años después al dar su opinión al respecto, pues esa comisión tan ilustre no había bastado para extinguir la fama del doctor Mesmer. Tan solida era aún en época napoleónica que incluso la emperatriz Josefina, nos dice Darnton, en su momento, había consultado a algunos mesmeristas. Es así como encontramos en el “Diario de la vida privada y conversaciones del emperador” una demostración categórica -y científica- de lo que diferenciaba al supuesto fluido magnético de Mesmer del utilizado por los Montgolfier. Según Bonaparte el Mesmerismo era simple sugestión, pues si él o la “paciente” no percibían con sus ojos que estaban siendo “magnetizados” no experimentaban efecto alguno.

Toda una demostración científica, en efecto, del porqué aquel médico alemán, Franz Anton Mesmer, nunca llegó a convertirse en otro Lavoisier.

Curiosamente dada por un militar, Napoleón, cuya estrella declinaría definitivamente en el mismo año 1815 en el que el doctor Mesmer moría pacífica, cómoda y sabiamente instalado en Meersburg, ciudad  alemana muy cerca de la neutral Suiza…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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