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Carlos Rilova

El correo de la historia

¿Programa para Donostia-San Sebastián 2016: “visiten nuestros agujeros negros culturales”?. El caso del Bellas Artes (1914-2013)

Por Carlos Rilova Jericó

La elección de tema para este nuevo artículo de este nuevo correo de la Historia me viene este lunes determinada por algunos colegas -la profesora Montserrat Fornells, Alberto Fernández D´Arlas…- que forman parte un recién creado colectivo ciudadano que han decidido llamar Áncora.

El objetivo de dicho colectivo, según me informaron, es, sobre todo, evitar cierta pérdida irreparable en el patrimonio histórico y artístico de esa ciudad unánimemente alabada por los miles de turistas que la visitan cada año. Es decir, San Sebastián, Donosti, Donostiya, La Bella Easo… o como quiera que prefiramos llamar a la futura capital cultural europea para el año 2016.

Esa pérdida irreparable quizás suene a muchos lectores de “El Diario Vasco” porque ya ha tenido cierto eco en sus páginas. La semana pasada, el cronista de la ciudad, de San Sebastián, Javier Sada, relataba, en efecto, algo de ello en un video publicado en la edición electrónica de este periódico.

Se trata, en concreto, del derribo del edificio del antiguo cine Bellas Artes, emplazado en el centro de San Sebastián en un estratégico chaflán que marcaba el fin del ensanche donostiarra del siglo XIX, poniendo punto final a la mal llamada zona Romántica que, de hecho, sería más adecuado calificar como el San Sebastián de la “Belle Époque”.

El colectivo Áncora me ha facilitado un completo estudio, obra de Alberto Fernández D´Arlas -a quien, desde luego, no se le puede regatear, en modo alguno, su carácter de especialista en asuntos de valoración del patrimonio arquitectónico- y que, espero, se haga público en breves fechas para que todos los interesados en el tema -es decir, los actuales contribuyentes donostiarras y sus futuros herederos- queden bien enterados de lo que está en juego con el posible derribo del edificio del Bellas Artes.

Realmente, de acuerdo a todo lo que he podido recabar, de ese informe y de otras fuentes como los comentarios al video de Javier Sada, hay dos aspectos que al historiador le resultan verdaderamente chocantes en ese proyecto de derribo. Aspectos o cuestiones que, de hecho, le plantean dos de esos problemas con los que, según ese maestro de historiadores que fue Lucien Febvre, se escribía la Historia.

El primero y más obvió es cómo es posible, en el corazón de la civilizada Europa de comienzos del siglo XXI, el derribo y destrucción de un documento histórico de incalculable valor.

El segundo de esos dos problemas -y, quizás, el más interesante para un especialista en Historia contemporánea como el que esto firma-, consiste en comprender cómo es posible que una formación política como Bildu, que es quien gobierna hoy San Sebastián y puede tomar una decisión así -la de autorizar el derribo del Bellas Artes-, esté adoptando una medida tan opuesta a la ideología que ha dicho defender desde los remotos orígenes históricos de esa formación proveniente -a nadie se le ocultará- de un sector muy concreto del mundo abertzale vasco.  

Saltándome el orden de estos dos problemas empezaré por analizar el segundo de ellos.

Como en cualquier otro análisis de un hecho o un fenómeno histórico -y creo que todo lo que se está moviendo en torno al derribo del Bellas Artes lo es- partiremos de unos determinados indicios.

El primero de ellos es que, en efecto, la coalición Bildu está fundamentalmente integrada -por no decir dominada- por elementos procedentes del mundo de la extinta Batasuna, formación que, a su vez, provenía de otra forjada en las postrimerías de la dictadura franquista con el nombre de Herri Batasuna. Nombre que, más o menos traducido, vendría a significar “Pueblo (vasco, se sobreentiende) Unido”.

El nombre de ese partido no era, por supuesto, casual. Era toda una declaración de intenciones, como suele ser habitual en todos los nombres de partidos o formaciones políticas. Trataba de demostrar a sus futuros votantes que unía al pueblo, vasco, por supuesto -o al que ellos consideraban como tal-, para defenderlo de diversos desmanes históricos más o menos reales o más o menos imaginarios.

Por supuesto no voy a entrar ahora en detalles sobre el conjunto del programa político de esa formación, Herri Batasuna, donde se detallaban esos agravios de los que quería librar a los que ella veía como “pueblo vasco”.

Sólo me centraré en uno de ellos, el que más difícil hace entender la actual decisión de Bildu de retirar el status de edificio protegido al cine Bellas Artes para que pueda ser derribado. Es decir, la actitud, la pose política que vertebraba toda Herri Batasuna. La misma que afirmaba, de modo más o menos tácito, que HB se erigía en defensor de ese “pueblo” frente a los desafueros de una oligarquía franquista que había convertido a España y, por supuesto a “Euskadi”, en un cortijo. Algo que, según el discurso de HB iba a continuar y perpetuarse en la vida política de la democracia de baja intensidad -siempre según su opinión- que iba a heredar, por medio de la llamada Transición, la arena política española.

Eso implicaba, naturalmente, proteger a ese pueblo de abusos tales como los que no hace tantos años vimos dramatizados en aquella serie de tanto éxito, “Cuéntame…”,  interpretados por un gran actor recientemente desaparecido, Pepe Sancho, que daba vida  a un prototipo de esa oligarquía franquista que se creía con derecho a todo.

El personaje en cuestión había sido durante la guerra civil alférez provisional -una de las élites de las tropas de choque franquista-, y desde ese punto había medrado a la sombra de la dictadura para dar sucesivos “pelotazos”. Unos que culminaban con una muy bien descrita operación inmobiliaria en lo que entonces -primeros años setenta- eran las afueras de Madrid, gracias a unas connivencias políticas eminentemente corruptas, por sistema, como es habitual en toda dictadura, donde el compadreo y el tráfico de influencias engordan sin prensa libre ni partidos que arrojen el escándalo a una opinión pública que clame venganza y reparación de dichos abusos…

Hasta ahora, hasta esta recalificación del edificio del Bellas Artes, ciertamente, no se habían conocido a cargos públicos de la órbita política que ha desembocado en Bildu, escándalos como los dramatizados en “Cuéntame…” que, desgraciadamente, salpicaron a otras formaciones políticas desde la Transición de la dictadura hasta hoy mismo.

Naturalmente el retirar la protección legal al edificio del Bellas Artes para que pueda ser víctima de una demolición que hubiera hecho las delicias del personaje tan simbólico, tan real, tan histórico, que interpretaba Pepe Sancho en “Cuéntame…”,  puede ser perfectamente legal y no se pretende poner pone en duda aquí, insinuando -o algo más que insinuando- que los representantes de Bildu que hoy manejan el Ayuntamiento de Donostia-San Sebastián se hayan embarcado en una operación similar a las que han enfangado desde aquellas fechas del Tardofranquismo buena parte, por ejemplo, de la Costa del Sol española.

Sin embargo, las formas de hacerlo, las implicaciones finales que tiene esa operación de recalificación de ese edificio histórico, aproximan a Bildu extraordinariamente a esa cultura política del “todo vale con tal de hacer dinero” tan alejada de la que podríamos llamar su tradición histórica política, a remontar a los años finales de la dictadura franquista. Una, volvamos a recordarlo, esencialmente purificadora de la vida política, incluso rigorista y decididamente rupturista con esa política de alianzas entre antiguos alféreces provisionales, jerarcas del “Movimiento” y todo lo que trajo la resaca de la Transición.

En resumen lo que aquí se plantea es que la actitud del actual Ayuntamiento de Bildu en San Sebastián ante la recalificación de la protección al edificio del Bellas Artes, aún pudiendo ser, insisto, perfectamente legal y legítima, resulta tan extravagante, tan incomprensible desde el punto de vista del historiador de los últimos cincuenta o sesenta años de nuestra época como que Lenin hubiese tenido carné del partido conservador británico, o que “El pocero”, aquel constructor metáfora de la última burbuja inmobiliaria que aún estamos padeciendo, se hubiera hecho militante de la Liga Comunista Revolucionaria…

Resulta aún más difícil de entender esa actitud en la actual corporación municipal donostiarra si se tiene en cuenta que se podrían negociar alternativas al derribo, perfectamente razonables, con la empresa dueña del edificio del Bellas Artes como, por ejemplo, la permuta del mismo por terrenos municipales donde el proyectado hotel para llenar ese futuro solar se podría construir a menor coste y, por tanto, con una mayor tasa de beneficio para SADE.

Una negociación que, desde luego, hubiera resultado infinitamente más coherente con la trayectoria ideológica que lleva décadas alimentando al mundo político del que se ha nutrido Bildu.

El hecho de que la corporación municipal donostiarra presidida a fecha de hoy por J. C. Izagirre no se haya avenido ni siquiera a debatir esa alternativa, nos devuelve al primer problema planteado al historiador por esa demolición del Bellas Artes.

Es decir, la de tratar de comprender cómo es posible esa malversación de un documento histórico como ese en el corazón de la civilizada Europa del siglo XXI y, más aún, por una formación política que, aparte de todo lo dicho sobre su tradición política contraria a tales acciones, lleva meses atronando las ondas y las páginas de los periódicos con un programa de conmemoración del bicentenario de la reconstrucción de la ciudad, tras su destrucción en el año 1813, basado en unos cimientos que se compadecen muy mal con esa recalificación del Bellas Artes.

En efecto, la base de ese programa de conmemoraciones de la reconstrucción de la ciudad tras su aniquilación a causa de una de las últimas batallas de las guerras napoleónicas, ha subrayado hasta lo enfermizo el hecho de que los donostiarras de 1813 dieron en esos trágicos momentos de ahora hace dos siglos todo un ejemplo de coraje cívico, haciendo resurgir de sus cenizas a la ciudad arrasada por la desmandada soldadesca angloportuguesa a las órdenes -es un decir- del teniente general Graham…

Ante esto el historiador se pregunta, en efecto asombrado, si para esa corporación municipal la mejor manera de conmemorar ese gesto heroico del pasado reciente de la ciudad, ese cimiento histórico sobre el que se eleva nuestra sociedad, pasa por destruir uno de los más emblemáticos edificios de ese resurgir de las cenizas de 1813. Uno que en 1914, fecha en la que fue acabado en un  tiempo récord, demostraba la pujanza y la riqueza de ese San Sebastián resurgido de las llamas, a la altura del París de la “Belle Époque”.

Una actitud que obliga a ese perplejo historiador a deducir, quiera o no, que la única explicación posible a semejante fenómeno es que Bildu, actuando hipócritamente, como una especie de caballo de Troya, pretenda, en realidad, a fecha de hoy, doscientos años después de la destrucción de la ciudad en 1813, rematar lo que no consiguió esa soldadesca angloportuguesa en 1813 o, no lo olvidemos, por favor, las bombas de las baterías de asedio carlistas en 1835 o en 1875.

Éstas últimas, por cierto, asesinas de uno de los más grandes poetas en lengua vasca, Indalecio Vizcarrondo “Vilinch” -“Bilintx”, según la actual grafía vasca-, miembro de la Milicia Liberal que defendía a la ciudad de las tropas carlistas que pretendían, sólo para empezar, acabar con lo que sus sombríos predicadores llamaban antros de vicio -léase “ciudades”- en los que, entre otros supuestos pecados, se bailaba “el french can-can” y se escenificaban otros espectáculos de variedades que sirvieron de inspiración a la famosa vanguardia artística de París pocos años después. Esa misma que hoy toda persona culta admira en nombres como Tolouse-Lautrec…

Si no es así, esperemos que todo se deba a un malentendido, a una mala interpretación de la legislación por parte de una corporación aún novata en tareas de gobierno de grandes ciudades como San Sebastián, y que pronto se establezca ante nosotros un panorama coherente para que los futuros historiadores no tengan que explicar el presente desde esa perspectiva tan retorcida, casi inverosímil…

Esperemos, sí, que todo sea un malentendido que se arregle pronto a satisfacción de todos: la empresa propietaria del Bellas Artes, los contribuyentes donostiarras, el rico patrimonio histórico de la ciudad que les pertenece según los más elementales conceptos de Derecho público… Esperemos también que se garantice a la ciudad, ya de paso, ser una capital cultural europea en condiciones de mostrar algo más que agujeros negros como el que dejaría la reconstrucción de un zafio pastiche en el lugar del actual Bellas Artes, o ese sumidero de dinero, por supuesto público, de todos, llamado “Tabakalera” que, de momento, ha demostrado servir para, exactamente, nada que no sea derrochar nuestro patrimonio y presupuesto cultural para varias décadas.

Un panorama con el que, desde luego, difícilmente se va atraer ninguna clase de turismo a la ciudad. No, desde luego, el que suele poder pagarse hoteles como el que se proyecta sobre el solar del Bellas Artes, como se lo puede asegurar cualquiera que haya leído dos o tres libros de Historia urbana reciente o simplemente tenga memoria de lo visto en los periódicos de, pongamos, los últimos treinta años…  

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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